Venegas realiza una gira por España para promover su disco Limón y Sal.
El País
MADRID, ESPAÑA.- La intérprete y compositora tijuanense regresa a España para ofrecernos la segunda entrega (la tercera y última será el próximo verano) de la gira de su cuarto álbum, Limón y Sal. Van a ser 20 días de maratón musical por 12 ciudades fuera del eje Madrid-Barcelona gracias -en parte- a una buena cosecha de premios.
Horas antes de que diera comienzo su gira española, la princesa de Tijuana -o, ya puestos, de México- descansaba en un hotel granadino tan alto como una torre.
Pero Julieta Venegas (Long Beach, EU, 1970) mira su corona de reojo, con escepticismo, no se lo acaba de creer, no se lo quiere creer. Vuelve a España con Limón y sal, su último -y cuarto- disco, que ya presentó el pasado mes de septiembre. Ésta es la segunda entrega (adelanta que habrá una tercera): 12 conciertos y 20 días de maratón musical que arrancó el viernes de la semana pasada en Granada y terminará el día 21 en Zaragoza. En el equipaje, dos grammys, uno estadounidense y otro latino, y un premio de MTV Latinoamérica al Mejor Intérprete. Imparable. Como contraste, el hilo telefónico devuelve una voz alegre y aniñada que suena a modestia y a escepticismo.
Pregunta. Su éxito se consolida con Limón y sal. ¿Ha oído hablar del vértigo? Respuesta. Sí, pero no lo sufro porque yo nunca me lo creo. Todo esto lo vivo como si no me estuviera pasando a mí, trato de disfrutarlo, claro, pero siempre soy escéptica. Nunca se sabe cuánto va a durar, así que yo me limito a disfrutar y a hacer lo que toca. Y a hacerlo bien.
-Regresa con la maleta rebosante de premios.
Sí, la verdad es que me da mucho gusto. Es muy lindo recibir premios. Pero todo sigue igual, no ha habido ningún cambio de fondo.
-¿Tampoco de superficie?
Eso sí. Son estos premios los que me dan la posibilidad de volver acá por segunda vez y de recorrer más ciudades, salirme de las grandes como Madrid-Barcelona y tocar en otras más pequeñas.
-En la edición estadounidense estaba incluida en la categoría de Mejor Álbum Pop Latino y en la latinoamericana en la de Mejor Álbum de Música Alternativa. ¿Desconcertada?
¡La verdad! Creo que te colocan donde pueden, siempre varían (risas). Es chistoso. Yo tengo más en común con los artistas con los que compartía categoría en los Grammy latinos, Café Tacuba, etcétera. Tenemos una historia común, pero con los de la edición estadounidense... Además, ¡yo no sabía que se pudiera compartir! Me sorprendió bastante, Ricardo Arjona y yo... Creo que somos bastante diferentes, ¿no?
-También ha sido un buen año de premios para sus dos productores: Gustavo Santaolalla (Aquí y Bueninvento) y Cachorro López (Sí y Limón y sal). Parece que está bien rodeada.
Sí, y me da mucho gusto que se reconozca a gente con la que he trabajado y compartido cosas. Cachorro un Grammy latino al Productor del Año y Gustavo un Oscar. Otro. La música que ha hecho para Babel es maravillosa, le admiro mucho.
-Babel pone punto final al tándem González Iñárritu-Arriaga. Usted participó en la banda sonora de su primer filme, Amores perros. ¿Le ha sorprendido el divorcio?
La verdad es que no, ya sabía hace tiempo que se iba a terminar. La creación colectiva no es fácil.
-Sin embargo, cada vez cree más en ella.
Sí. Antes era una compositora muy celosa, pero en este último disco he aprendido a trabajar desde otro punto de vista. Antes componía sola y luego llevaba mis letras al estudio. En Limón y sal me he involucrado más en la producción y he compuesto temas con más gente. He perdido la timidez inicial, ahora soy más libre para crear sola y acompañada.
-¿El frenesí de la gira le deja espacio para componer?
No, no suelo componer mucho en gira. Ahora mi vida es básicamente comer y dormir. Y cuidarme para el próximo show, porque lo más importante es el escenario. Pero siempre llevo un cuaderno, me gusta tener alguna frase, alguna idea para ponerme a escribir. Suelo apuntar frases de libros que me han gustado.
-Por ejemplo.
Pues los últimos que me han gustado son Historia del amor, de Nicole Krauss, que me emocionó mucho, es una joyita. Nadie me verá llorar, de Cristina Rivera Garza. Y, bueno, luego está Murakami. Lo amo. Te mueve el piso.
-A Murakami también le gusta escribir sobre amor.
Es verdad, no lo puedo evitar, oye. El amor es mi mayor imán. Es inevitable. Todas mis canciones son muy personales. La escritura es un desahogo, actúa como una terapia, de hecho, yo creo que precisamente por eso he evitado la terapia. Me da como subidón, que dicen ustedes, si me sale una canción que me gusta.
-Otra coincidencia: de Murakami también dicen que es apto para todos los públicos.
Desde Sí, en los conciertos veo gente mayor y chica. Hay chicos que me dicen ?mi papá es tu fan? y padres que me dicen ?mi hijo es tu fan?. Es una respuesta natural a mis canciones. Me encanta eso de ser para todos los públicos.
La alternativa mexicana
Con Julieta Venegas, apareció un nuevo paradigma de cantante mexicana. Nunca han faltado las divas seductoras o las damas dolientes en el mayor país hispano pero ella rompía esquemas: tenía el sabor de su tierra y sonaba contemporánea. Contemporánea y creativa, nada que ver con el modelo de Paulina Rubio y demás neumáticas fantasías con remite de Televisa.
Julieta venía de Tijuana (de hecho, nació en un cercano hospital estadounidense, allá por 1970). La existencia fronteriza marcó su carácter: estar en contacto con las tendencias cool de la California gringa le impulsó, paradójicamente, a potenciar su identidad.
También era, como decía aquel añejo éxito del rock and roll azteca, ?una rebeldita?. Chocó con el conservadurismo de su propia familia -y de la ciudad- al trabajar en el teatro independiente y juntarse con una banda radikal, Tijuana No. Necesitaba aire y se fue para la capital. La chava que, a mediados de los noventa, llegó al Distrito Federal tenía una imagen impactante. Con pocos retoques, podía pasar por una nueva Frida Kahlo.
Tocaba un instrumento tan propio de la raza como el acordeón. Era de trato grato, lucía desvalida. Y ahí se acababan las facilidades: la música que componía tendía a lo anguloso en melodías y lo opaco en letras.
En sus dos primeros discos contó con la producción de Gustavo Santaolalla, pero, en su caso, el toque mágico del argentino no funcionó. El giro ocurrió en 2003. No hubo la típica manipulación de la disquera, que no sabía muy bien qué hacer con Julieta.
Fue ella misma quien comprendió que necesitaba canciones de pegada, que llegaran a gente fuera del underground del rock. Contactó con Coti Sorokin, artista argentino residente en España, y empezaron a surgir esos temas de amplio espectro, que remató un productor porteño, Cachorro López. Los tres juntos generaron Sí, el álbum decisivo.
En España, Julieta puede ser paladeada como un picante exotismo. En su país, ha adquirido una sorprendente representatividad social: atrae a un público mayormente femenino, que se identifica con sus suaves burlas del machismo, que jalea sus reivindicaciones femeninas.
Seguramente, ellas están al tanto de que Julieta ha tenido una alborotada vida sentimental y eso refuerza su atractivo: saben que se arriesga, que rompe y empieza de nuevo. Hoy, el reto profesional de Julieta tiene que ver con su posición estelar. Debe mantenerse artísticamente creíble (Limón y Sal supone más una consolidación que un avance) y superar el desgaste que supone entrar en el show business más trivializador. Pero ella puede.