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La codicia

Gilberto Serna

En estas últimas semanas se ha dejado ver en los coahuilenses, suceso que se repite como si fuera calca de lo que aquí acontece, lo que podríamos llamar un morirse de miedo, como al que llevan arrastrando al patíbulo. El temor se ha apoderado de las comunidades. Es algo intangible, se desliza en las sombras y, sin embargo, pone a cavilar al menos pusilánime. Aunque por los días transcurridos en aparente tranquilidad, pareciera pactado un armisticio. Una calma tensa se ha apoderado del medio ambiente. Da la impresión que hemos retrocedido en el tiempo, a cuando el ser humano se refugiaba en lo más profundo de oscuras cavernas, tan sólo esperando mientras las tinieblas tendían su manto poblando las noches de malos augurios, en medio de rugidos de animales prehistóricos. En ese entonces no había más orden ni más Ley que la de la selva. Imaginemos por un instante la escena. Afuera las fieras dueñas de sí mismas, destrozándose unas a otras, en una competencia territorial de locura. Adentro el homo sapiens, angustiado y terriblemente frágil, cuya pretensión era tan sólo la de sobrevivir a ese holocausto.

Para sustos los laguneros no están curados de espanto. ¿A qué se debe que hayan prosperado y tengan en un Jesús en la boca a la sociedad? El gobernador de Coahuila anunció que la Procuraduría General de la República iniciará acciones contundentes para contrarrestar la participación del crimen organizado en La Laguna. No detalló pero aseguró que va a haber acciones muy fuertes de parte de la PGR. Lo de contundente se refiere a que se ¿van a aprehender a toda clase de gente que tiene algo o mucho que ver en estos asuntos? ¿Aún a los de monóculo, chistera y bastón? Es la hora de poner la Ley por encima de cualquier interés. Sólo así, en la aplicación estricta del Derecho vigente, es como se puede evitar un desaguisado. En fin, las horas transcurren lentamente como si el reloj de la vida hubiera decidido acortar sus pasos esperando lo que viene. Al fondo del valle, no muy lejos, se advierte una borrasca que amenaza cargada de rayos y centellas. En pleno verano sopla un viento helado que hace temblar las corvas de los hombres. Los días en el desierto se llenan de murmullos, compitiendo la cigarra y los grillos con sus estridentes y monótonos ruidos. Hay luz de luna por lo que fantasmagóricas formas se mueven entre mustios yerbajos donde oculta permanece la serpiente que espera paciente a que los ratoncillos se pongan a su alcance para devorarlos. Ninguno se atreve a hacerle frente al feroz ofidio. Al fin y al cabo es la ley de la naturaleza, en que el más fuerte acaba destrozando al más débil. Que se le va a hacer. No obstante, una majestuosa águila rapaz, con su encorvado pico, vista perspicaz y grandes alas recogidas, aguarda parada en una penca del nopal.

El miedo es una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo que, en este caso, está plenamente comprobado. Han transcurrido millones de años para volver en círculo al mismo lugar. Como sucede a los extraviados en un bosque que caminan largas distancias para al final, dando un rodeo en círculo, sin darse cuenta, regresar al punto de partida. Los habitantes tienen consigo toscas lanzas para defenderse de los ataques del tigre de colmillos de sable. Están solos con sus familias. Una fogata cuyo fuego crepita, llena de extrañas figuras danzantes las paredes, haciendo estremecerse a los antiguos homínidos. Es un esperar a que aparezca el enemigo mientras las llamas proyectan imágenes estrambóticas provocando pavor entre los presentes que, no hacen otra cosa, que arrebujarse en primitivas zaleas. Nada mitiga la sensación de que hay una debilidad social en que cada uno espera no ser tocado alegrándose, en su ser interno, que sean otros los que les hagan frente. Se platican en sus correrías o en reuniones, con su lenguaje rudimentario, lo que sufrió el que fue levantado, que golpeado pero aún con vida regresó al seno de la incipiente sociedad. Algunos vecinos conocidos por todos, no corrieron la misma suerte.

Hubo quienes, hartos de la inseguridad, temiendo ser llamados a cuentas, se subieron en el primer avión que encontraron rumbo a alguna ciudad lejana. Salieron presurosos, cual si tuvieran alas, como el mítico Hermes, dios griego, de sandalias aladas, que al poco de nacer robó los bueyes de Apolo. Descubierta su tropelía le regaló un instrumento musical, con lo que hizo las paces, recibiendo a cambio una vara de oro, el caduceo, que se convirtió en su distintivo. Hermes corresponde al dios romano Mercurio quien tomó los atributos y leyendas de aquel. Hoy en día aún se le representa con una vara delgada, lisa y cilíndrica, rodeada de dos culebras enlazadas. Es considerado el heraldo de la paz. No se sabe si yéndose hicieron bien o mal, pues se publicó en los periódicos las declaraciones del procurador general de Justicia en Coahuila quien señaló que en La Laguna, en dos meses, han sido privados de su libertad, se supone que por integrantes del crimen organizado, veinte personas, de las que tres son empresarios, dos comerciantes, un abogado y el director general de Investigación contra el Secuestro y el Crimen organizado en La Laguna, indicando que el resto de personas desaparecidas forma parte de organizaciones delictivas. Los adinerados dijeron ¡abur! saliendo con rapidez a que les diera el aire en otro lado. Me refiero a personas que se supone involucradas en negocios con gente que no debería, según el decir del procurador Jesús Torres Charles, los que ahora se truenan los dedos, por que los financiamientos fáciles les desataron la codicia, que no supieron o no quisieron contener.

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