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La columna de Brizio

RESPETO A LA AUTORIDAD.

El incidente presentado el sábado pasado en la cancha del Tecnológico de Monterrey entre Jesús Arellano y el árbitro Gabriel Gómez Romero debe analizarse a fondo, sin parcializar el juicio y sacando conclusiones positivas que sirvan para normar la difícil relación jugador-juez en el terreno de juego.

Resulta que al minuto 26 del primer tiempo, el colegiado Gómez Romero detiene el juego para amonestar, correctamente, a Pierre Ibarra del cuadro de Monterrey; al hacerlo, llega Arellano a reclamar y es recibido en fea forma por el silbante que le muestra el cartón amarillo de modo por demás prepotente. El “cabrito” reitera sus protestas y es expulsado del campo. Al saberse fuera, el capitán rayado encara al árbitro chocándolo con el pecho y éste cae hacia atrás. El reporte indica que Gabriel Gómez considera que fue empujado agresivamente y por ello cayó al suelo.

Esos son los hechos y las reflexiones deben empezar por el lado de la autoridad ya que, en primer lugar, el árbitro no tiene derecho a enojarse, por muy ser humano que sea y actuar en la forma despectiva y humillante con que Gabriel mostró las tarjetas en el incidente de marras.

Por otro lado, la evidencia televisiva en ningún momento prueba una acción agresiva por parte del jugador, quedando la duda de algún contacto abajo, es decir, un pisotón que hubiera podido desequilibrar al nazareno pero ésta hipótesis cae por propio peso ante lo redactado en la cédula por el mismo árbitro.

Si la caída de Gómez no se debió a un pechazo artero ni a un pisotón, queda la duda si fue fingida o exagerada y eso mancha la imagen de quién debe conducir con toda lealtad los destinos reglamentarios de un partido.

Ahora vamos con el jugador. No es nuevo que el jugador profesional quiera

colocarse por encima del árbitro con protestas y ademanes ni tampoco que al cobijo de su afición, caso concreto de Tigres y Monterrey, echen con esas actitudes al público encima del silbante con el propósito de presionarlo.

Lo increíble es la experiencia y trayectoria de Arellano y, como dijera José Alfredo Jiménez, que nada la hayan enseñado los años. Ante la actitud retadora y prepotente de Gabriel Gómez, no se puede justificar la majadería y el contacto físico de quién, además, ostenta el cargo de Capitán de su escuadra.

La Comisión Disciplinaria debe establecer, en el ámbito de su competencia y de acuerdo a las pruebas y evidencias que recabe, una sanción ejemplar a Jesús Arellano pues de no hacerlo, la majestad de la justicia será vilipendiada y se dejará abierto un portón para futuros contactos, puede que éstos sí agresivos, en otras Divisiones del futbol o con los sufridos árbitros llaneros.

Pero también deberá castigarse la prepotencia de Gómez y, si se comprueba que simuló la caída, dejar caer sobre de él todo el peso de la Ley por falsear los hechos.

Que curioso que Gabriel Gómez Romero, quién siendo árbitro profesional agredió a un colega en Morelos, esté hoy en el ojo del huracán.

Dicen que el que a hierro mata, a hierro muere.

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