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La compleja sencillez

Federico Reyes Heroles

parafraseo a Chesterton, la sencillez es algo muy curioso, en el momento mismo que creemos tenerla ya la hemos perdido. Mercedes y Gabriel García son viejos vecinos de la Ciudad de México. Es común encontrarlos en cenas, en restaurantes, espectáculos, siempre dispuestos a romper la noche y continuar la plática. Viajan mucho, es cierto, de pronto ya están en Barcelona o Cartagena o visitando hijos o nietos. Pero tarde o temprano regresarán y el día menos esperado unos enormes anteojos oscuros serán la punta de lanza de un gran abrazo. De inmediato Mercedes se dejará venir con una retahíla de comentarios y preguntas finas sobre asuntos locales. Ya habrá leído todo en los periódicos, escuchado infinidad de noticiarios de radio y hablado con medio México. ¡Como si no hubieran estado fuera un sólo minuto!

Su vida cotidiana pareciera seguir la definición de felicidad de Jean Cocteau: vivir como todos, ser como nadie. No es extraño que los Gabos hablen tarde para una comida dominguera, pidan aventón o encontrarlos encaramados en un pequeño taxi. No es extraño verlos tropezarse con algún juguete de los nietos o comprando comida china. Quizá sea esa sencillez la que por momentos nos hace olvidar al personaje. García Márquez no sólo es un gran literato, es un auténtico fenómeno. Un autor que ha logrado vender en todo el mundo más de 30 millones de ejemplares de tan sólo uno de sus libros, por ese simple hecho quedaría en los anales de la literatura. García Márquez es un fenómeno de ventas, pero es mucho más que eso.

García Márquez es la encarnación del oficio de escritor. Sin miramientos o cálculos dejó a su pluma ir en varias pistas: el periodismo, los cuentos cortos, la desgarradora crónica, pero también, -¿por qué no?- el guión cinematográfico. Ha defendido y construido ese derecho -ser escritor- y para ello tuvo que sortear, como todos, los avatares económicos que lo afligían, de allí sus afortunadas incursiones en la publicidad ?Yo sin Kleenex no puedo vivir?. Pero esas necesarias desviaciones le confirmaron su rumbo: jamás abandonó a la palabra como la razón de ser de su vida.

Quizá fue esa lealtad al oficio, combinada con las necesidades terrenales, las que le inyectaron un arrojo admirable. No tenía ni el tiempo ni los recursos para convertirse en un dilettanti de la literatura. Habría que escribir algo grandioso y rápido. Parece que fue en Acapulco a mediados de los sesenta cuando cayó presa de la idea de Cien Años de Soledad. El éxito inmediato fue el inicio del fenómeno. Algunos años después le caería el premio Nobel que, como él mismo lo describe, hubiera podido ser un sepulcro -muy honroso si se quiere, pero sepulcro al fin- para un hombre en los cincuenta medios. Demasiado joven para permitir la asfixia por gloria. Había que seguir escribiendo. Había que elevar el rasero, proponérselo en cada línea, en cada cuento, en cada libro. Aparecieron entonces el Amor en los Tiempos del Cólera, El General en su Laberinto y muchos más.

Gabo es un hombre cálido, con buena estrella, con fortuna. Encontró a Mercedes Barcha y pudo construir una familia. Fortuna mayor. Defendió su oficio y el oficio le pagó. Arriesgó y hubo cosecha. Tocó una vertiente narrativa muy poco explorada y la llevó a la cúspide. El azaroso y con frecuencia inexplicable Nobel lo lanzó al firmamento. Pero no se perdió en la estratosfera. Supo regresar a la tierra y continuar con lo que mejor hace: escribir. No todo ha sido dulzura. Las posiciones políticas del Gabo, la defensa del caso Cuba y de Castro en particular le han acarreado críticas acérrimas, puertas que se le cierran sin demasiada discreción. El punto es delicado, incluso entre sus amigos que no hace demasiado lo acompañaban y que en los últimos años han cambiado de posición, yo creo que con razón. ¿Cómo digerimos el hecho? ¿Acaso un hombre de su inteligencia y sensibilidad es incapaz de identificar los cambios ocurridos en el mundo? Resulta burdo.

Durante décadas García Márquez ha sido un gran activista de las relaciones entre México y Cuba. Un embajador silencioso que iba y venía tratando de distensar las relaciones con Estados Unidos. La lista de acciones muy concretas en que ha intervenido como sacar a personas de cárceles o defender casos frente al Gobierno cubano e incluso frente al propio Castro, es larga e interesante. García Márquez encontró allí una utilidad política que lo apasiona y de la cual habla poco. Se ha hecho pública la conversación que Carlos Fuentes, -otro grande de la literatura y su gran amigo- Bernardo Sepúlveda y el Gabo, tuvieron con Clinton sobre Cuba, no más. Pero para seguir adelante en esa misión se tiene que estar dentro, ese es el argumento. Lo más sencillo para la gloria del Gabo -que no la necesita- sería hacer un pronunciamiento crítico, pasarse del lado ?políticamente correcto?. Fin de la historia.

Pero García Márquez considera que todavía hay mucho trabajo por hacer, que los próximos años serán muy delicados. Está convencido de su utilidad. No lo justifico, trato de entenderlo. Por lo pronto me parece que acosar al Gabo se ha convertido en un buen negocio de liberales convertidos en inquisidores. Cualquier otra persona con las mismas posiciones recibiría más tolerancia. El Gabo es una presa muy apetecible. Cualquier persecución es un foco de intolerancia, incluido el Gabo. ?Odio a muerte lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo?. Si tomáramos el mismo rasero para asuntos nacionales nunca habría conciliación. Sólo él conoce sus límites. Por lo pronto, hoy, en sus ochenta, lo único que brota es decirle ¡felicidades Gabo!, gracias por el mundo literario que nos regalaste.

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