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La epopeya de Gilgamesh| A la ciudadanía

Magdalena Briones Navarro

Es en la Mesopotamia “donde se produce antes que en ninguna parte la revolución neolítica y la estabilización de grupos humanos en aldeas que se transforman en ciudades”… “Siete mil años A.C., Mesopotamia, Siria y Palestina desarrollaron plenamente vida sedentaria, Irak del norte y la Baja Mesopotamia crearon la alta civilización”… “los sumerios en el cuarto milenio ya tenían organización política y social, así como religiosa y habían comenzado a escribir, todavía con signos pictográficos, que en el milenio siguiente se convirtieron en escritura cuneiforme. Sus estados–ciudades comienzan a entrar en la vida plenamente histórica”.

Durante el tercer milenio se consolida el imperio semítico de Sargón de Akkad, luego destruido y rehecho por los sumerios, en la última época de su historia, con la dinastía de Ur entre el tercer y segundo milenio A.C. Desaparecido el imperio de Ur, se restaurará el imperio mesopotámico por la primera dinastía de Babilonia a la que pertenece el legislador Hammurabi.

Es probablemente en esta época en la que se encuentra la redacción definitiva del más antiguo poema dedicado a un héroe: Gilgamesh, Rey de Uruk, surgido de las más antiguas tradiciones sumerias. (Es posible que haya sido un personaje histórico).

Gilgamesh, rey, joven, poderoso y cruel, físicamente invencible, realizador de las más grandes hazañas; por tirano, sus súbditos piden a los dioses que de él los liberen. La diosa Aruru, con barro moldea y luego da vida a Enkidu, hombre rudo y salvaje que vive con los rebaños de la llanura, se alimenta como ellos y se convierte en una carga para el país porque protege a las bestias y las salva de las trampas de los cazadores. Uno de ellos se queja con Gilgamesh, quien idea se le lleve una hieródula (ramera sagrada), que seduzca a Enkidu, lo cual ocurre.

Interesante es la transformación sufrida por el “hombre – naturaleza” al contacto con la “civilización”. Presentado ante Gilgamesh, éste lo reta a luchar. Enkidu lo vence, pero no lo mata. De ahí surge una estrechísima amistad. Con tal suma de fuerza, Gilgamesh se atreve a desafiar a los dioses agrediendo su creación. Vence a los “guardianes de los bosques”, desaira a la diosa Ishtar (símbolo de los ciclos de incubación y esplendor de la naturaleza) que lo invita a casarse con ella. El desaire hace a Ishtar pedir a su padre la creación de un “toro celeste” para aniquilar a Gilgamesh. El toro es abatido por Enkidu quien arranca las partes del toro y las lanza contra la cabeza de Ishtar. Como castigo, Enkidu debe morir. Antes de morir, éste tiene la premonición de lo que es el país de donde no se regresa.

Presa del pánico ante el cadáver de Enkidu, Gilgamesh resuelve partir en busca del secreto de la vida eterna, para lo cual emprende una penosa marcha. Sabedor de que el único hombre agraciado con la inmortalidad en Ut – Napishtim, sobreviviente del Diluvio, sufre toda clase de tribulaciones hasta dar con él y tras largas y dolidas peticiones, Ut – Napishtim le dice dónde está la planta anhelada.

Gilgamesh tiene que bucear aguas profundas peligrosamente, pero la consigue. Sin embargo, en un descuido, una serpiente se la lleva. Gilgamesh regresa a Uruk, terminando su inútil viaje.

De esta epopeya Agusti Bastra nos dice: “Gilgamesh, arrancado a su temporalidad mítica e histórica, podría incorporarse con su profunda vigencia a la actualidad desgarradora de la época moderna. Su ambivalencia de fuerza vencedora en la acción épica y desvalidez moral ante el aguijón de la nada hincado en su ser, le comunica la tensión extrema de la división trágica. La figura de Enkidu, en quien cristalizan las experiencias del amor y de la muerte, tiene casi tanta grandeza y densidad como la de Gilgamesh. Aquí está el hombre, comprendemos enseguida: ser de acción, luz y sombra. Y en él nos reconocemos, por las mismas razones fundamentales que en el ser reconocieron los hombres de cuatro mil años atrás. Gilgamesh no logra ser dios, es decir, no conquista la inmortalidad; se sabe irremisiblemente condenado a hombre. Como todos los hombres Gilgamesh quiere conocer la verdad de lo desconocido, aunque ello suponga tener que “sentarse a llorar”. La respuesta de Enkidu es, la desesperación milenaria; polvo y nada. Pero al final sabemos que si para ciertos espíritus, sólo es posible comer desechos, hay otros, en cambio, que beben el agua fría de la vida”.

Extracto de la primera tablilla, columna 1, del texto asirio: “Quien ha visto el fondo de las cosas y de la tierra y todo lo ha vivido para enseñarlo a otros, propagará su experiencia para el bien de cada uno”.

Si el hombre es mortal y ello le duele, debería procurar al menos la conservación de su especie, no olvidado su directa dependencia de todo lo que le rodea. No es posible afrentar a los dioses o a la Naturaleza, como usted lo capte, sin esperar las respuestas a tal desacato. El hombre es cósmico, pero no es el Cosmos.

Fuente: “La Epopeya de Gilgamesh”, prólogo y versión de Agusti Bartra; Introducción de P. Bosch–Gimpera. Edición: Escuela Nacional de Antropología e Historia, Sociedad de Alumnos. Suplemento 4 de la Revista Tlatoani. México 1963.

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