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La eutanasia

Gilberto Serna

Usted recordará la historia de Jack Kevorkian, a quien los periódicos de la época llamaron el doctor Muerte, que empezó a destacar como médico asesor de enfermos desahuciados que deseaban morir con dignidad. Experimentaba con enfermos que tenían los días contados o presumía que así era, llegando la culminación de su locura al convertirse en asesor de pacientes que buscaban terminar los padecimientos de sus males en plena crisis emocional. Su quehacer era semejante a lo que en el campo de exterminio de Auschwitz, en la Segunda Guerra Mundial, hacia Joseph Mengele, con los prisioneros, sometiéndolos a bárbaros procedimientos quirúrgicos, con la única diferencia de que Kevorkian acudía al lecho del enfermo considerando no tenía salvación, dándole la extremaunción adelantada. Kevorkian se inició en el macabro oficio de asistente de suicidios publicando un aviso en los periódicos, saltando a una triste y breve fama, moviéndose de un lado a otro con gran exaltación al llamado de enfermos que solicitaban su auxilio para dar el brinco al inframundo, aplicando su credo del derecho a morir que tiene todo ser humano. Sin consultar a los médicos que hubiesen atendido al paciente los asistía, induciéndolos al suicidio con gran rapidez.

Bastando, no el estado real de salud del postrado enfermo, sino que por el simple hecho de haber sido llamado daba por hecho que pedían su exterminación, tal era el tamaño de su fanática obsesión. En varios lances con la justicia salió airoso al presentarse como una médico visionario humanista que sólo cumplía los deseos de personas sufrientes. No pasaría mucho tiempo sin que fuera condenado a una pena de prisión en el estado de Michigan al expirar uno de sus asistidos, que padecía el mal de Lou Gherig. Sus partidarios insisten en verlo como un mártir del derecho a morir.

Habría un segundo doctor Muerte, en una noticia que dio la vuelta al mundo, un médico británico, acusado de eliminar a más de 300 personas, el mayor asesino en serie de la historia contemporánea, actualmente condenado a 15 cadenas perpetuas. El criminalista italiano Césare Lombroso, se hubiera chasqueado si lo llaman a examinar a quien se llamaba Harold F. Shipman. Su rostro no revelaba sus instintos, frente ancha y mirada bondadosa. En la foto que tuve a mi alcance luciendo una barba blanquecina me recordó al escritor Ernest Hemingway, premio Nobel de literatura 1954. Aunque los motivos para matar no se conocen, es un misterio por qué lo hacía, se sabe que algo debe haber influido el que en su adolescencia perdiera a su madre que falleció de cáncer. Uno puede conjeturar que algo turbio en el interior de su cerebro lo impulsaba a delinquir, como en el caso de la mujer Mataviejitas en el DF., quien sin ningún motivo terminaba con sus víctimas, todas ellas ancianas, aprovechando su fuerza muscular. La misma pasión malvada y torcida empujaba a cometer sus ilícitos. No había el menor rastro de que liquidaron a sus víctimas por amor. Bien esa no es la idea que se tiene de quien mata a un ser querido sin remordimientos.

Es posible que los familiares se aferren a una ligera posibilidad de que un paciente, aquejado de una enfermedad degenerativa congénita, con el paso del tiempo, debido a los avances de la ciencia médica, recupere del todo la salud. Aunado al decálogo religioso que dice no matarás, se nieguen a dar su consentimiento para que esa persona le sea quitada la vida. Hay diferencia entre cómo actúa la ciencia médica del continente americano y la de la vieja Europa. Los facultativos de allá piensan que no habiendo remedio, convencidos que un futuro inmediato no lo habrá, en una afección incurable consientan en apresurar su fin biológico. En contrario, el de nuestro continente se lucha hasta el final, convencido de que su misión es la de salvar vidas, recordando el juramento hipocrático, se trata de hacer perdurar la vida hasta el máximo.

Puede ser que el o la paciente al que se mantiene artificialmente con vida, si es que a eso puede llamársele así, pida morir. En algunas legislaciones se respeta la voluntad del que ha sido diagnosticado con una enfermedad Terminal. En otras se castiga en una pena atenuada y específica, sin llegar a la legalización o justificación, a quien asiste al enfermo proporcionándole los medios para quitarse la vida. La eutanasia no es otra cosa que permitir que el enfermo desahuciado muera sin sufrimiento físico, ya sea proporcionándole los medios para quitarse la vida, ya sea en aplicación de un sentimiento piadoso, infligiéndole la muerte benéfica, llamada también muerte dulce. Si interviene un familiar o un tercero, a petición de la paciente, se dice que la eutanasia es un acto de amor y de respeto. Es una muerte procurada con drogas adecuadas. Se aplica a los que padecen males incurables, con sufrimientos atroces, que atiende a una petición del paciente previo dictamen médico.

Cabe decir que la eutanasia no ha sido aceptada, aunque tampoco haya obtenido sanción legal alguna, su práctica ha sido condenada por la Iglesia Católica. Desde el punto de vista legal en nuestro país lo anterior dará lugar a que los que participan en la eutanasia sean procesados por el delito de homicidio aun mediando la expresa voluntad del enfermo, no obstante sus posibilidades de recuperación hayan sido nulas. No hay en el estado de Coahuila disposiciones que exoneren de responsabilidad a quien ayuda a un enfermo a bien morir, ni hay una lista en que aparezca en qué casos se puede considerar eutanasia, a pesar de que hay una diversidad de hipótesis o supuestos que suelen identificarse como tal. Aun ante lo evidente, cuando sus posibilidades de recuperación son nulas, ¿qué es lo que debe hacerse? ¿qué haría usted? No hay una medicina o tratamiento mediante el cual recupere su salud, además que puede estar sufriendo inimaginables torturas, ¿tendrá derecho un tetrapléjico o pentapléjico al que se ha diagnosticado esclerosis, a decidir cuándo irse de este valle de lágrimas?

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