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La fiesta del cuerpo| Las laguneras opinan...

Las laguneras opinan...

Laura Orellana Trinidad

La principal característica de la fiesta popular, según los estudios del tema, es que simbólica y lúdicamente hay una subversión de lo cotidiano, de la “realidad”: el mundo se pone al revés, se caen las jerarquías. Joan Manuel Serrat lo entendió perfectamente cuando escribió “La Fiesta”: “Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha…”. La fiesta es catártica, es esperanzadora: se vale pensar que el mundo puede ser distinto, aún cuando muchas veces, repito, sólo sea simbólicamente. En México hay ejemplos muy interesantes como la “quema de los Judas”, en la que se destruye a muchos políticos, las danzas de moros contra cristianos, etcétera. Hace muchos años, me tocó ver, en el Estado de México, una fiesta popular en la cual se representaba a un grupo de campesinos dando órdenes a su patrón, mientras que posteriormente quemaban su hacienda…

El espacio geográfico de las fiestas populares es generalmente un lugar público: la plaza. Lugar político, social, cultural y simbólico.

¿Por qué introduzco el tema de la fiesta popular? Porque después de leer muchísimos testimonios de hombres y mujeres que participaron en la instalación artística de Tunick, el pasado seis de mayo, parece que una toma de fotografía fue transformada en una fiesta colectiva, en un modo lúdico de protesta, de placer, de solidaridad, de compartir. En una experiencia, sobre todo, de liberación. Lo subversivo, al parecer, es que las concepciones culturales de pudor que también han sido de poder, se transformaron para ver al cuerpo tan simple y bello como lo que es.

En el Zócalo, el espacio público más importante del país, lugar en el que circula la legitimidad y la ilegitimidad un día sí y otro también; territorio en el se encuentra representado el poder político (el Palacio Nacional), el religioso (la Catedral de México) y el social (los grandes hoteles) se dieron cita 18 mil personas que se despojaron de todo para quedar completamente iguales: amasijos de carne y huesos.

Para María de Lourdes, participante en un blog en el que se parte de la pregunta “¿Participaste en el desnudo colectivo de Tunick? Cuéntanos tu experiencia” y que cuenta con 751 registros y un poco más de 54 mil visitas, la experiencia fue mágica: “la segunda experiencia más increíble de mi vida (la primera fue parir) además soy una de las 105 Fridas, lo que vino a colmar mi satisfacción”; por su parte, Gabo, desde ese día, aprecia la vida de otra manera: “No sé si le sucedió a todos los participantes en general, pero a mí y algunos otros que estuvimos el domingo, nos cambió la percepción de nuestra sociedad. Ahora al ver a los ojos de la gente en la calle, veo una luz especial, la misma que yo tengo. Hubo un cambio significativo; dejamos de ser gente, para convertirnos en personas; individuos que pueden pertenecer a un colectivo sin inhibiciones, ni miedos. No se trataba de transgredir leyes, moral, filias políticas... se trataba de pertenecer a un hecho artístico y a partir de allí encontrarse a sí mismos”.

Por el contrario, para Oliva, de 59 años, sí fue un grito de protesta y lo hizo junto a su hija: “Decidí que si se hacía en el Zócalo, yo participaría, porque de ese modo yo podría protestar (desnuda) contra la intervención de la Iglesia en las elecciones del dos de julio, en el debate por el aborto, contra la protección a los pederastas. A veces se piensa que por nuestros prejuicios no vamos a poder hacer esto o aquello, pero no es así, aquí está la prueba (…) Ha sido toda una experiencia porque la que me inscribió y fue conmigo siendo cómplice de esa escapada, es mi hija Marcela”.

Mizrahí destaca la instalación artística en el Zócalo “un espacio tan simbólico y tan fuerte, ya que ha sido testigo de tanto, fue creo yo un acto de liberación, de comunión, de diversión y sobre todo de respeto”.

Sorprende la participación en la fiesta de parejas, pero sobre todo de padres-hijos, madres-hijas. Un hombre de 68 años, vivió con gran gozo esta experiencia con su hijo: “El viernes cuatro de mayo mi hijo menor realizó exitosamente su defensa de tesis de doctorado, esto fue la culminación de diez años de sufrimiento y ambos queríamos celebrarlo con gozo. Cada uno por su lado nos habíamos inscrito al evento, aunque ninguno pensaba ir. A última hora decidimos ir a pesar de que mi esposa pensó que estábamos locos. La experiencia fue inolvidable: caminar desde la Alameda hasta Madero, hacer la cola rodeados de gente comunicativa, solidaria y entusiasta, entrar al Zócalo casi corriendo y estar junto a personas de todas las edades, que sin morbo asistieron al evento sólo por el placer de estar allá (…) tuve el placer de conocer a una señora de 63 años que vino con sus hijas a disfrutar de la vida, igual que yo que tengo 68 años y ambos lanzamos porras a las fuerzas juveniles del Insen”.

Para muchos, el núcleo fue el arte, el hecho de participar, sin más que con el propio cuerpo, en una manifestación artística junto a los demás. En las fotografías es imposible reconocer rostros: los cuerpos forman un todo complejo, se entrelazan para elaborar texturas y figuras con la diversidad de colores, formas y alturas. Mónica dice: “…corrimos entonces a la plancha del Zócalo y fue en ese momento que al vernos y reconocernos de carne y hueso nos dimos cuenta que había jóvenes, viejitos, adultos, blancos, amarillos, morenos, tatuados, gordos, flacos, altos, chaparros, en muletas, ciegos, cojos, en silla de ruedas, mujeres, gays, transexuales, hombres…. un verdadero mosaico multicultural (…) mi experiencia fue ma-ra-vi-llo-sa, por lo observado: cuerpos desnudos de muchos y muchas con cicatrices de la vida, de los años, del acné, las cirugías, los embarazos, las malformaciones, las exhuberancias, las ausencias…; por lo olido: sudores, sexos, perfumes, olores de la carne…; por lo vivido: compañerismo, respeto, orgullo, alegría… mi conclusión: qué suerte haber estado ahí, me felicito por hacerlo hecho”.

Nadie puede desnudarse en la calle. Es un delito. Quien lo haga, es llevado inmediatamente a la cárcel. Pero aquí la consigna era desnudarse con mismísimo permiso del Gobierno, sin la crítica de la Iglesia y en nombre del arte. Y lo más importante, sin morbo.

Durante las tomas, no faltaron los “prietitos en el arroz”. Todos los periódicos consignan la frustración de las mujeres en la que sólo participaron ellas. Al terminar, con los hombres ya vestidos, se terminó la magia, como diría Serrat: “Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cuál”. Sin embargo, otros muchos ayudaron a formar una valla, asustando a los que tomaban fotografías con sus celulares y obligándolos a borrar las imágenes.

La sensación que me queda, al leer tantos testimonios, es que parece un asunto digno de estudiarse. La mayoría habla de empoderamiento, de libertad, de valor, de rito. De sentirse parte de la naturaleza. Hablan de que nacieron de nuevo. Del reconocimiento del cuerpo como algo bello, el de quien sea. Lo más importante: hablan de miradas sin morbo, en una sociedad en que la que el doble sentido es cotidiano. ¿Por qué en México la cifra de los participantes fue más del doble que en Barcelona? Digo, pensamos que en Europa son menos desinhibidos. ¿O será precisamente por eso? ¿Por qué algunos mexicanos viajaron kilómetros para participar en la instalación de Tunick? ¿Cambiará en algo la sexualidad de los mexicanos esta experiencia? Creo que por lo menos, en los pequeños mundos de esas 18 mil almas algo se transformó…

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