No se puede negar que una mirada lúbrica parece detenerse en la anatomía de la muchacha que realiza un trabajo de edecán. La imagen no deja la menor duda, salvo que se trate de una foto trucada gracias a las computadoras que se usan hoy en día. El legislador sentado en su curul no pierde detalle en lo que hace una bella señorita que con su impecable traje sastre se inclina, supongo, para aproximarse a una fila de butacas adelante, pronunciándose el estiramiento de su ropa que se ciñe a su cuerpo. En honor a la verdad, no se advierte lascivia en la observación. Quizá podríamos calificarla de curiosa, pero no de morbosa. No parece que haya despertado la libídine del ocasional espectador. Es un hombre de cerca o más de setenta años cuya cabellera muestra el paso de los años. Ha ocupado varios puestos públicos de relevancia nacional. El rictus de sus labios y las mandíbulas trabadas lo muestran como un hombre duro. Los cargos en la función pública no han sido fáciles. Estuvo en la secretaría de Gobernación. En esos días, era la antesala de la Presidencia de la República, aquel día que se cayó el sistema de cómputo en las elecciones. Se vio envuelto en tremendo lío cuando se le acusó de ser el autor de un pasquín en el que se daba cuenta del crimen de una sirvienta. Salió airoso, más que nada, por que sabía demasiado y no era aconsejable dejarlo afuera.
En un artículo recién publicado, se reseñan los requisitos que se exigen a las aspirantes a laborar tanto en la Cámara Alta como en la Baja, se adorna con la ilustración de Manuel Bartlett aparentemente observando el trasero opulento de una guapa edecán. La foto, como todas las fotos, está enfocada por algún artista de la lente, autorizado para moverse por el lugar. Es obvio que no tiene tercera dimensión por lo que lo que aparenta ser un acto de simple voyeurismo queda sujeto a la interpretación lógica de que puede clavar la mirada en algo que está entre el cuerpo de la chica y él mismo, no obstante que el ángulo lo hace parecer otra cosa de manera que puede ser engañosa. Los ojos, detrás de sus gafas, tampoco enseñan forzosamente a un lujurioso congresista más atento a las adiposidades de la joven que al cumplimiento de sus deberes. Más bien podría ser que el indiscreto paparazzi logró conjugar el movimiento giratorio de la cabeza cuya mirada se dirigía a un objetivo diferente en el preciso momento en que da la impresión de que el parlamentario se sirve un espléndido taco de ojo, captando una escena falaz. En cierta ocasión aprovechando la inclinación de la Torre de Pisa un joven turista se plantó ante ella, a cierta distancia y levantó un brazo, dando la falsa impresión de que la sostenía para que no cayera.
La cosa es que si bien la foto del recio abogado lo revela como un viejo licencioso, nada más lejos de eso. Es un hombre metódico, entregado al estudio, proveniente de una familia bien integrada, honorable hasta donde se puede ser en estos tiempos, alejado del ruido social, austero y si se me permite decirlo de pocas pulgas. Ni de joven, menos a estas alturas de la vida, se entregó al desenfreno de una vida pecaminosa de la que tenga que avergonzarse. ¿Entonces de qué se trata que a dos años de distancia, a partir de cuando se tomara la gráfica, aparezca acompañado de una narración sugerente?
Hay, cabe decirlo, una discriminación en donde menos se pensaría que pudiera haberla, nada menos que en los encargados de resolver que leyes son las más apropiadas para la comunidad. Son los padres de la Patria. Los defensores del pueblo. En el curso de la reseña queda claro que los requisitos para que una joven sea contratada para atender a diputados y senadores es que no sean chaparras ni prietas, ni flacas ni huesudas. Excluidas las feas o con piernas zambas, no importa su grado de preparación. Se prefieren altas, blancas y bonitas, para atender a representantes populares, que no necesariamente podrían ser contratados como galanes de telenovelas.
Se asoma, por detrás de la publicación de la foto, la cola de medios de comunicación a nivel nacional que aprovechan para tomar revancha del político que se ha atrevido a cuestionar, con extremado valor cívico, algunas travesuras de magnates de la iniciativa privada que consiguieron se expidieran leyes lesivas para el bien común, en el sexenio anterior, que posteriormente modificó un fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Eso le ganó la molestia de influyentes sectores empresariales, que tratan de exhibir a Barlett como un individuo que se dejar llevar por locas pasiones en que están presentes el erotismo y la voluptuosidad. Poco serio, libidinoso y afecto a la satiriasis.
En suma, según eso, una fichita que debe pagar por haber osado oponerse a medidas que beneficiaban a unos cuantos y afectaban directamente a muchos.