La impunidad y cinismo de los Fox no radica en la ostentación y el insulto supuestos en el afán de exhibir públicamente su riqueza bien o mal habida.
No, su impunidad y cinismo radican en la pretensión de ignorar el desastre político y social que dejaron por herencia, luego de su estancia en Los Pinos. Muchos de los problemas de hoy tienen origen precisamente en la perversión política de esa pareja y su escudero, el hoy callado senador Ramón Muñoz.
El desencuentro nacional, la polarización y las serias dificultades para reponer el diálogo, la negociación y el acuerdo para dar solución a asuntos tan graves como el del crimen, la violencia, la educación, la salud, el fisco, la energía y la consolidación de la democracia y el Estado de derecho se deben, en buena parte, a ellos. A su impunidad, cinismo y perversión política. Ése es el reclamo a formular.
Pueden vanagloriarse los españoles José María Aznar y Mariano Rajoy de manejar al panista Manuel Espino y explotar a la pareja de comediantes que dividió a México. Allá los democristianos, que acaban de adoptarlos. Vicente y Marta simbolizan ese tipo de políticos, cuyo signo no deriva de su capacidad para construir, sino para destruir los puentes de entendimiento.
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Más allá de esa historia de protagonismo, ostentación y exhibicionismo con que la pareja Fox se regocija, lo condenable en ellos es la condición en que entregaron el país.
La confrontación de los poderes Judicial y Legislativo con los grandes concesionarios de la Radio y Televisión es producto de la capitulación del Ejecutivo, Vicente Fox, frente a ellos. El respeto que Vicente Fox hoy reclama como ex presidente, es precisamente el que no tuvo para la investidura y el mandato que recibió. Una y otra vez se doblegó frente a los factores reales de poder y por esa vía, debilitó no sólo al Ejecutivo, sino también a los otros dos. Hoy, la confrontación es por la reinvidicación del espacio que el Ejecutivo cedió, regaló o transó.
Hoy, la debilidad del Poder Ejecutivo frente al poder de Elba Esther Gordillo es producto de las concesiones de Vicente Fox y las negociaciones bajo cuerda de Felipe Calderón. Hoy, la lideresa dispone del presupuesto de la Federación como si fuera su portamonedas y nombra y desnombra funcionarios como si su liderazgo fuera una extensión del Gabinete constitucional.
Hoy todavía retumba en los oídos de las buenas conciencias que Andrés Manuel López Obrador mande “al diablo” a las instituciones, pero muy pocos condenan a Vicente Fox por haber echado mano de ellas para eliminarlo de la competencia electoral. Hoy, no falta quien reclame condenar la violencia de los grupos armados, pero olvidan la omisión o la tolerancia del Gobierno de Vicente Fox frente a manifiestas violaciones de los derechos humanos. Omisión o tolerancia que más de una vez fueron maniobras políticas, por encima del Estado de Derecho, para canjear apoyos a cambio de garantizar la estancia en el poder a auténticos sátrapas. Así siguió en el poder José Murat y siguen en él, Mario Marín y Ulises Ruiz.
Hoy se tiene por normal que el Ejército esté fuera de los cuarteles, pero eso no es normal. Es producto del fracaso de la Administración Fox frente al crimen organizado que arrinconó al Estado y encañó a la ciudadanía. Una y otra vez, Fox declaró que el combate a la delincuencia sería “la madre de todas las batallas” y hoy, entre los indicadores de la estabilidad, se registra por millar el número de ejecutados. Si el crimen victimizó a la ciudadanía, atentado contra su vida o patrimonio, Fox la victimizó con su indiferencia.
Ni qué decir de la megabiblioteca que se inauguró para cerrar sus puertas. Nomás de imaginar que, como querían los Fox, el acervo de la Biblioteca Nacional o sea, la de la UNAM, se hubiera trasladado a la megabiblioteca, hoy se estaría lamentando no sólo la danza de millones de pesos sino la pérdida de un tesoro. Y hablar del aeropuerto nuevo y viejo de la Ciudad de México, del programa Enciclomedia o del Seguro Popular es hablar las cosas que no fueron, pero que, por los indicios, más de un millonario rindieron. Y hablar del conflicto minero es hablar de nuevo de las negociaciones por encima del Estado de Derecho de Vicente Fox y por debajo de las viudas de Pasta de Conchos. De la industria azucarera ni qué decir.
Si sólo lo hecho por los Fox en el rancho de San Cristóbal fuera lo que hubiera qué reclamar, ni sentido tendría hacerlo. El problema es que lo deshecho por los Fox en el país es imperdonable.
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Hoy, hoy, hoy es cuando se resiente la estancia de los Fox en Los Pinos y cuando agravian sus desplantes.
Hoy es cuando sale a flote que Vicente Fox nunca entendió que encumbrarlo en el poder presidencial no fue producto de quererlo colocar a él, como de impedir que repitiera en ese poder el partido tricolor. No se votaba por, se votaba contra. No entendió Fox que elegirlo era una inversión a fondo político perdido. Entre algunos que practicaron el voto útil había claridad del costo a pagar. Era perder seis años porque, aun antes de llegar a Los Pinos, resultaba evidente que Vicente Fox era un hombre de límites, no de horizontes; de ocurrencias, no de ideas.
Por eso mismo se comprende que Fox no entienda que fue un medio y no un fin. Se comprende por qué, en su axiología, ocupó el primer lugar la obsesión por los índices de popularidad y no los de gobernabilidad. Y se comprende, desde luego, la contradicción foxista de detestar el populismo en tanto, producto de él.
Luego de alcanzar la Presidencia de la República, lo indicado era que Vicente Fox hiciera lo que sabe hacer muy bien: poco o nada. Y no echarse en brazos de la perversión política que lo tienta, porque ahí es donde aflora su incapacidad para construir y su capacidad para destruir. Detrás del símbolo de la alternancia, que era grande, para Fox no había nada y lo mejor era que así lo dejara.
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Hoy, por todo eso, tanto agravia el protagonismo y el exhibicionismo de Vicente Fox. La inversión a fondo perdido, que encarnó, cumplió su plazo y el país está urgido por no perder más tiempo en distracciones como las que propone.
Se perdieron ya esos seis años, hoy urge reconstruir el tramado de las relaciones políticas entre los mexicanos, recuperar el espacio de los poderes formalmente constituidos y proceder, entonces, al rediseño institucional del país. Por eso agravian los Fox al país porque distraen, sin advertir que su turno está vencido.
Pueden, si quieren los Fox, seguir tomándose fotos en su rancho, paseándose en el Jaguar o la Hummer, abrazándose y besándose a la orilla de su lago o estanque para riego. Pueden, incluso, encabezar a los democristianos del universo y presentarse como los demócratas que no son. Pueden hacer todo eso y más, lo que ya no pueden hacer es seguir provocando a Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador porque esos desplantes agravian no sólo a ellos, sino sobre todo a la ciudadanía a la que los Fox no supieron responder en su oportunidad.
El problema con los Fox no está en lo que hicieron en el rancho, sino en que lo deshicieron en el país: fracturaron la unidad y debilitaron las instituciones.
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