Alborotada, ansiosa, ahuyentadas la tranquilidad y la quietud que empezaban a apoderarse de mí, aquí estoy con las ganas de vivir intactas, con las inquietudes recicladas y el corazón abundante; renovados mis votos con el oficio de escribir. Ya sé que la experiencia me ha rebasado y que necesitaré de un tiempo y un espacio razonables para poder acomodar en mi alma tanta luz. No fueron de balde las maromas que tuve que hacer para ganarme el viaje: levantarme al alba para hacer rendir el día, dejar el refrigerador llenito, reptar por horas en puentes, ejes viales y segundos pisos del periférico para enfrentar sin anestesia el suplicio de trámites burocráticos siempre atrasados, dejar bien apuntalados los muros de la casa para que no se caigan en mi ausencia, acompañar por la noche -chula de bonita- a un anticipado compromiso navideño al Querubín; y consciente de que la música tenía que ir por dentro, mantener bajo control mis ganas de cantar. Aparecer “serena morena” como si volar al día siguiente a Guadalajara para asistir a la Inauguración de la FIL (esa celebración anual de la buena palabra, de los libros y sus autores, del pensamiento, de la imaginación y la iluminación que nos van dejando por escrito tantos hombres y mujeres inmensos) fuera cosa de todos los días. La víspera del viaje me mostré dulce, condescendiente, amorosita y laboriosa hasta que, considerando que lo que había hecho era bueno; bien entrada la media noche me deslicé entre las sábanas y abracé al Querubín quien desde algunas horas antes, hivernaba cual oso polar. Apenas y alcancé a cerrar los ojos cuando el despertador irrumpió en la oscuridad, pero ni el frío de la noche cerrada logró abatir mi entusiasmo. Sigilosa como un gato siamés, abandoné la cama, adelanté una pata en la regadera, y fresca como una azucena me arreglé con el esmero que precede a un fiestón. “Ponte la bufanda antes de salir por la mañana, no olvides de tomar tu medicina y no te duermas con la tele prendida…”, susurré al oído de mi marido y floté hasta la puerta a esperar el taxi que había ordenado y que no llegó. Desesperada llamé al sitio: “Oiga, pedí un taxi para las cinco de la mañana y son cinco y cuarto y no llega, si me deja el avión ustedes pagan el boleto por irresponsables” -amenacé. “Señora ponga a tiempo su reloj, apenas son cuatro y cuarto” respondió una voz adormilada. Volví sobre mis pasos y ajuareada con mis mejores trapitos volví a meterme a la cama. El segundo intento fue más afortunado y llegué a tiempo para tomar el avión que me llevaría a la FIL donde todo estaba en conmoción por la llegada inesperada de Felipe Calderón, quien se hizo un tiempito para inaugurar personalmente la más importante fiesta del libro de nuestro país. “Acepto con mucho gusto la invitación para iniciar un nuevo diálogo, con miras a tener la legislación que le hace falta al país para difundir el libro y la cultura” ofreció el Presidente, y aunque no alcanzo a comprender lo que eso significa, comparto la satisfacción de creadores y editores que respondieron con entusiasmo ¡Sí a la ley del libro! Aunque dedicada la feria a Colombia por su Álvaro Mutis, por su Laura Restrepo, por Fernando Vallejo y por supuesto por Gabriel García Márquez que año con año se mueve por la FIL como en su casa; el homenaje más entrañable fue el que se rindió a Don Fernando Del Paso, quien para sorpresa de todos (se llegó a dudar de su asistencia debido a que el escritor estaba hospitalizado) se presentó. Aunque poco más tarde, tal vez por exceso de abrazos y emociones tuvo que ser hospitalizado nuevamente. Que Dios nos conserve con salud y otorgue larga vida a ese mexicano ejemplar que es Don Fernando. Yo por mi parte continuaré compartiendo aquí la FIL con todo el que quiera leerme.
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