Estoy convencido que la ciencia jurídica es una de las materias más ricas para su estudio científico. Es también el análisis del Derecho en su conjunto, una área donde pueden encontrarse los caminos más amplios en el desarrollo de las humanidades.
A través de la historia del mundo, el ser humano ha ido con el tiempo desarrollando los conceptos generales de la dignidad humana misma y con el pasar de los años, cada vez se encuentran ordenamientos jurídicos con sustentos mucho más sólidos, basados precisamente en estos valores imprescindibles para situarse en el eterno camino de regular las relaciones interpersonales bajo conceptos de bien común y justicia.
La pena es que los hombres en este nuevo milenio tenemos muchos resabios de nuestro pasado bárbaro, incluso animal, que en pleno siglo XXI no hemos podido despojarnos de nuestra naturaleza siniestra. Así, encontramos alrededor del planeta regímenes autoritarios y denigrantes a nuestra propia naturaleza como especie que goza de capacidad de razonamiento.
Muchas razones podemos encontrar para explicar el porqué de las abismales diferencias que persisten en las distintas latitudes del orbe. En la cima sin lugar a dudas están Estados como Noruega y Suecia, donde el respeto al orden establecido, vía democrática, es hoy un cimiento fundamental que les permite ser catalogados como del grupo de países donde el nivel de vida de la sociedad en su conjunto, tiene los más elevados niveles de vida.
Del otro lado están los países fundamentalistas y los africanos, donde sencillamente la ley del más fuerte, disfrazada de los moralismos y principios inadmisibles, es simplemente una muestra de la bajeza intrínseca de nuestra especie.
Es por lo todo lo anterior, que no se puede dejar de lamentar el desenlace fatal que tuvo el ex dictador iraquí, Saddam Hussein, hace apenas unos días. Por supuesto que la culpabilidad es visible y el terrible Gobierno represor y asesino que Hussein encabezó por veinticuatro años, enviando al pueblo iraquí a una miseria imperdonable, lo hacían acreedor a una pena implacable.
Inclusive, la muerte como sanción, que es un debate interminable sobre su fundamento filosófico, podría ser tolerada de cierta manera, lo que da rabia es la serie de sucesos que culminó con el ahorcamiento del despótico ex presidente de Irak.
Por pasos. Saddam accedió al poder por las armas, lo que de inicio lo convierte en un caudillo, en un simple cacique mayor. Ya en el poder, aliado con los Estados Unidos -la gran ironía- inicia una guerra con su vecina Irán por ocho años, donde lo único que obtiene en firme, son miles de muertos de los dos lados de la frontera.
A inicios de la década de los noventa, el líder iraquí decide invadir Kuwait, lo que lo hace caer de las gracias de los halcones de Washington. El padre del actual presidente de los Estados Unidos, George Bush, fue quien encabezó la coalición para desalojar al Ejército de Irak del territorio kuwaití, pero el daño estaba hecho y ocho años después, con el arribo de George W. Bush a la Casa Blanca y los ataques terroristas el once de septiembre de 2001, fueron suficientes para que la superpotencia decidiera de una vez por todas, derrotar hasta la muerte a su adversario en turno.
Por ello la pena, Hussein no murió bajo un sistema jurídico legítimo, él es una víctima de la guerra que en esta ocasión le tocó perder y como soldado, debió ser ajusticiado bajo los procedimientos propios de los militares.
El triste ejemplo que hay al mundo y a lo frágiles que somos las personas en lo individual, es que Estados Unidos le ha mostrado al orbe la ley del más fuerte en la que impera y que los soñadores de los derechos humanos, simplemente a ellos cuando interfieren, se pueden ir mucho a la fregada.