Todos los hombres tenemos derecho a ser libres. Cualquier documento fundamental, como la constitución, contempla lo que llamamos las libertades fundamentales del ser humano.
Nacemos libres e iguales y como tales habremos de pasar por esta vida. Pero como tantas otras cosas, no nos percatamos de esa libertad, a menos que lleguemos a perderla. Es entonces cuando cobra su real dimensión.
Parte de esa libertad es decidir, todos los días, qué vamos a hacer. Trabajar, leer, charlar, viajar, disfrutar de la familia, o simplemente holgazanear.
Hoy hice simplemente eso. En uso de mi libertad, cuando me desperté por la mañana, pensé en lo que iba a hacer y sencillamente me di vuelta en la cama y seguí durmiendo.
La cama estaba tibia y nada especial tenía que hacer en la calle. Así que decidí quedarme en casa, como dije, a holgazanear.
Como rara vez tengo esa oportunidad, decidí disfrutar de mi casa. Leer un poco, escribir otro tanto y ver películas en la televisión.
Ni siquiera quise echar un vistazo al periódico más allá de las primeras planas. En la Internet, me encontré con la noticia del asesinato de Benazir Bhutto, la líder del Partido Popular Paquistaní, que fue cobardemente asesinada un día antes.
El mundo sigue revuelto y no hay noticias buenas qué leer, salvo la del hombre éste que se encontró con su padre después de 58 años, lo cual nos habla de la esperanza y la perseverancia.
En uso de la libertad buscamos los satisfactores que nos pueden proporcionar felicidad.
Pero no perdamos de vista, algo que leí por ahí y me pareció de un gran valor:
“La belleza de tener está en compartir. La magia de luchar por una prosperidad económica, estriba, ni más ni menos, en poder ver sonreír a alguien a quien le damos el privilegio de disfrutar lo que ganamos. Esto es parte de la naturaleza humana: dar, convivir, amar, servir y ayudar”.
Las cosas y el dinero como tal, no pueden ser un fin en sí mismos, sino un medio que debemos compartir con otros.
En ejercicio de nuestra libertad nos esforzamos por lograr determinado estatus económico. Pero si lo que logramos sólo lo guardamos para nosotros, de nada servirá.
Es necesario compartirlo, para que produzca satisfacción tanto a nosotros como a los que nos rodean. Es como la lectura, de nada sirve que hayamos leído un libro que nos impactó, si no tenemos con quién compartir lo que en él aprendimos.
Toda libertad tiene límites. Pero esos límites están marcados por la ley misma o por la afectación que podemos hacer a otros cuando la ejercitamos.
Si no toca ninguno de esos extremos, estaremos dentro del ámbito permitido y haciendo buen uso de ella.
Por lo común, vivimos prisioneros de rutinas y costumbres; de horarios y obligaciones que nos son impuestas por otros, todo lo cual nos deja poco margen de movilidad.
Pero si buscamos esos espacios que nos permiten la plena libertad, encontraremos un sinfín de oportunidades para hacer todo aquello que nos gusta.
Es posible que como dice Roberto Carlos, “todo aquello que me gusta es ilegal, inmoral o engorda”. No tenemos que llegar a eso para sentirnos satisfechos.
La libertad, es pues, un derecho que tiene que utilizarse con responsabilidad y es la única forma de poder vivir armónicamente en sociedad.
Hacer un uso correcto de nuestra libertad, necesariamente tiene que conducirnos a la felicidad y a la de aquellos que nos rodean.
Por lo demás, “hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.