Una enorme falta de educación que campea la contemplamos en el modo como actuamos ante el teléfono celular.
Poco importa si nos encontramos en una biblioteca, un concierto sinfónico, una celebración litúrgica, el cine, manejando el automóvil incluso en alguna transitada arteria o en un salón de clase en secundaria, preparatoria, profesional o posgrado: Suena el celular, dejamos que interrumpa la sesión (puesto que en primera instancia pocas veces nos percatamos de que es el nuestro, así tenga un sonido especificante, puesto a todo volumen), para acto seguido mantener sin ningún tipo de recato, una amplia conversación, la cual no es interrumpida, así empiecen a toser con cierto disimulo o a vernos feo aquellos otros que se sienten molestos, con mucha razón por cierto, por nuestra auténtica grosería.
Ante esta auténtica actitud prepotente, egoísta y hasta patán, poco sirve la recomendación que ya tiene que ser insistente, previa a muchos eventos en el sentido de que se apague el celular en atención a las demás personas.
A pesar de indicaciones expresas en este sentido, no es nada raro que la gente siga haciendo gala de que las indicaciones y las personas que le rodean le importan un soberano cacahuate, por lo que si suena el sacrosanto aparatito nadie puede impedirme que lo conteste, así esté en un avión en pleno vuelo, en una gasolinería, o en una sucursal bancaria; lugares en los que la desobediencia a esta indicación no sólo se reduce a ese principio del respeto a los demás sino que representa adicionalmente factores de riesgo grave.
La Policía ha detectado y demostrado que muchos de los asaltos a mano armada en la calle a personas que habían hecho alguna transacción bancaria se produjeron gracias a una llamada realizada desde dentro del banco, a rufianes que a una o dos cuadras de la institución esperan a la presa ya con la información precisa de que ese individuo concreto lleva una cantidad de dinero interesante como para dar el golpe.
A sabiendas de esos hechos muchas personas cuando escuchan que alguien desobedece la indicación general y comienza a hablar por teléfono celular en instalaciones bancarias y se atreven a llamarle la atención a quien está desacatando esa orden podrán recibir contestaciones groseras y hasta ofensivas de quien está incumpliendo una medida que a todos beneficia, menos por supuesto a aquél que por disponer de un aparato electrónico de ese tipo, se cree con toda la prepotencia como para usarlo sin importarle todo lo demás.
Decían hace algunos lustros que la persona más cortés del mundo se transformaba en un prepotente salvaje cuando sus manos tomaban el volante de un automóvil.
Hoy constatamos en muchos casos que también sucede algo por el estilo cuando se tiene en la mano un celular y alguien osa llamarle la atención por usar de él en lugares expresamente indicados en los que su utilización resulta expresamente molesta o incluso peligrosa para los demás.
REPROBADOS EN EDUCACIÓN
Muchas veces hemos insistido en estas páginas editoriales que el principal, por no decir: el único problema que le aqueja a México es el de las deficiencias que mantiene el proceso educativo.
La educación de una persona y por consiguiente de un pueblo, no se agota en su proceso formal de instrucción. Ésta es una parte muy importante del proceso educativo, pero no es la única ni la más determinante para que dicha persona y dicho pueblo se lleguen a considerar plenamente educados.
Bien sabemos que hay personas con estudios de doctorado que son auténticos patanes sin la mínima educación y a contrario sensu hay otras con mínima escolarización, pero dueñas de una personalidad madura y bien configurada, producto de la educación recibida principalmente de sus padres desde su más tierna infancia.
Ahora bien si un proceso que puede mantener objetivos y fines medibles y objetivables como es el de la instrucción formal ha sido calificado por diversas instituciones nacionales y extranjeras como reprobado; que no podemos decir de todo el proceso integral de la educación en México.
Sabemos por ejemplo que los proceso de instrucción de las matemáticas en primaria y el aprendizaje de las ciencias al mismo nivel primario, merecen calificaciones reprobatorias por connotados organismos calificadores de la instrucción y que también la disposición para el estudio de las ciencias, en lo que se refiere a los alumnos de secundaria se encuentra muy alejado de los parámetros de excelencia de la enseñanza.
Y mientras tanto el esfuerzo de las autoridades educativas de este país y de los mentores se enfoca por una parte a esconder estos vergonzosos datos o a plantear simplemente toda su actividad en pugnas y grillas de tipo político y sindical, en vez de enfocarse a mejorar sustancialmente la instrucción y también la educación que desarrollen los niños y jóvenes de México.
Un primer problema que se da en esta materia es que el sistema educativo gubernamental en su afán de ser el monopolizador de la instrucción primaria y secundaria en este país desde que Plutarco Elías Calles lanzara ese famoso “Grito de Guadalajara” el 20 de julio de 1934 acabó provocando que para muchas personas, la instrucción y la educación sean vistas como un gasto y no como inversión: “Y si ese gasto educativo lo puede llevar a cabo el Gobierno, que para eso pago mis impuestos, pues que lo haga, así ya tendré yo para darme ciertos gustitos”.
A partir de esa premisa conformista lo que se haga o deje de hacer en el proceso instruccional acaba siendo indiferente para quien tiene esa visión y de ahí que padres, profesores y también los alumnos, nos acabemos conformando que el famoso panzazo:
“Pansé de panzazo”; “me saqué un 6, que a fin de cuentas es mejor que el 5”; “total el 10 es pura vanidad” y con argumentos tan socorridos como los anteriores acabamos en esos paupérrimos lugares en una simple muestra de efectividad instruccional.