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La marmota

Gilberto Serna

Hablar de la muerte es hablar de la vida, lo que nos lleva de la mano a pensar que la muerte es vida. Un poeta diría que los humanos somos un jirón de nubes que apenas aparecen se disuelve en el viento. Nada es eterno, ni siquiera la eternidad. Pero ¿qué es la muerte?, ¿llega en el instante en que dejamos de respirar?, o ¿estamos muertos apenas nacemos a la vida? Jugueteamos con nuestras vidas como si nunca fuéramos a dejar de existir. ¿Somos acaso una llamarada sin leños? Corremos por la vida, como alma desaforada que huye de sí misma, creyendo que así el destino no podrá alcanzarla. Qué somos en la vida sino pequeños gusanos que acumulamos riqueza y reconocimientos arrastrándonos lentamente mientras avanzamos hacia la extinción. ¿Nada es para siempre? ¿Estamos hibernando en la vida y despertamos para morir? ¿Es locura creernos inmortales?, como la mariposilla que hace vuelos inciertos alrededor de las llamas de una hoguera buscando su calor.

Si volteamos hacia atrás veremos cómo nuestros antepasados cubrían sus cuerpos con pieles rústicas. Salían a cazar para llevar la comida a sus guaridas. Tenían temor a la muerte y la reverenciaban. Sus ritos religiosos, tenían mucho de pena, no obstante en su inocencia creían en una resurrección. Asumían que la vida es una rueda en que las almas vuelven a encarnar. Y ¿si la vida es sueño?, como dice el dramaturgo Pedro Calderón de la Barca, ¿será la muerte el despertar? Según Platón, el hombre vive en un mundo de sueños, de tinieblas, cautivo en una cueva de la que sólo podrá liberarse tendiendo hacia el bien. En la obra de Calderón de la Barca su personaje, Segismundo, vive dentro de una caverna, en completa oscuridad desconociéndose a sí mismo. Desistiendo de la materia podrá llegar a la luz. Es antiquísima la idea de concebir la vida como un sueño, así ocurre en el pensamiento hindú, en la mística persa, en la moral budista, en la filosofía griega, así como en la tradición judeo-cristiana.

En el drama de nuestra vida ¿estaremos soñando? Qué es un sueño sino una quimera en que los seres humanos dividimos el bien del mal. La terca teoría nos dice que siempre triunfa el bien, pero la experiencia en los roces con la vida nos dice lo contrario. ¿El sepulcro es el final de la vida o apenas es el inicio? Este fin de semana haremos nuestras ofrendas a los que se han ido, ensombreciéndose nuestros rostros al recordar las dichas que pasamos a su lado sin que ahora podamos gozar del placer de tenerlos con nosotros. Ellas nos están esperando desde el principio de los tiempos. ¡Somos en vida como una crisálida que espera su metamorfosis para escapar de su alojamiento desplegando majestuosa sus alas para volar al más allá?, o ¿somos meras rocas que rodeamos nuestra existencia de musgo sin sentir, sin pensar, sin futuro, sujetos a la furia de los elementos? En fin, hundidos en las profundas tinieblas de la ignorancia digamos con Calderón de la Barca: ¿Qué es la vida? un frenesí/ ¿qué es la vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción/ y el mayor bien es pequeño;/ que toda la vida es sueño,/y los sueños, sueños son.

¿Acaso somos como la marmota, que no tienen otro sentido de la vida que el entorno que la rodea, donde nace, se aparea y perece cuando al reloj de su vida se le acaba la cuerda? Es un animal hermoso de espeso pelaje, de cabeza gruesa y aplastada, de orejas pequeñas, herbívora, que habita en las laderas de las montañas, cerca de donde el agua corre despreocupada. Nada le atribula como no sea el tener la oportunidad de vivir el próximo invierno, mientras permanece recostada en una hura que ha excavado bajo los pliegues de las rocas. Ahí duerme mientras afuera la tierra se viste con un manto blanco. Quizá si fuera ateo, si no creyera en nada que no fuera tangible, bastaría observar lo que hace la marmota para creer en la existencia de un ser divino, su universo es su guarida, no se hace preguntas que no puede contestar, no hace daño a nadie, no atesora avariciosa bienes materiales, se conforma con lo que la naturaleza le ha de proporcionar. Qué pensamientos pueden inquietarla como no sea la de encontrar una pareja que la haga dichosa. Ha sido dotada por la naturaleza de abrigo y no conoce la maldad, ni la codicia, ni nada de lo que afea la vida de los seres humanos.

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