In Memoriam Javier Ignacio Morales, Idealista de mirada y manos limpias
Hasta el final
Esta semana se cumplirán cuatro décadas de la muerte de un hombre y el nacimiento de un mito. El 9 de octubre de 1967, en una paupérrima escuela de la paupérrima localidad boliviana de La Higuera fue asesinado, por un soldado medio ebrio, Ernesto “el Che” Guevara. El día anterior había sido herido y capturado por rangers del ejército de Bolivia, entrenados por la CIA, luego de una desastrosa campaña guerrillera de corta duración. Así terminó la carrera terrenal del “Guerrillero Heroico” (el título de la celebérrima foto de Alberto Korda). Pero al mismo tiempo y según una evolución de los acontecimientos que hubiera sorprendido al mismo Guevara, emergía una leyenda cuyos contornos se han ido desdibujando con el tiempo… pero que, irónicamente, sea quizá hoy más poderosa que nunca.
¿Qué representa “El Che” hoy en día? En sus buenos, viejos tiempos, cuando la Revolución Cubana todavía suscitaba simpatías y esperanzas entre la gente pensante, era el símbolo de la lucha libertaria, del individuo comprometido que sacrifica lo que sea por seguir sus ideales, de la expectativa de un nuevo orden, una nueva sociedad, un Hombre Nuevo. Eso les resultaba claro a los jovenazos idealistas (o no tanto, pero en fin) que tenían su póster (de preferencia para luz negra) clavado encimita de la cabecera, como santón del futuro. Pero en vista de que el sistema que pretendió todo aquello ya tiene lustros de haberse ido por el caño y que los regímenes que afirman sostenerlo se convirtieron en dictaduras decrépitas y hereditarias (Cuba, Norcorea) o se pasaron de plano al bando capitalista en lo económico (China), entonces ¿cuál es su simbolismo actual?
Resulta notable que mucha gente que porta hoy en día la imagen del “Che” (en camisetas, tazas para café, calcomanías varias…) sabe muy poco de su vida y obra. Si uno pregunta quién es ése, qué hizo, el portador quizá conteste “era un revolucionario cubano” o algo por el estilo. Y ya. Ni siquiera el relativo éxito de la película “Diarios de la motocicleta” ayudó (a nivel del imaginario público) a darle consistencia a su accionar en el pasado para justificar o explicar su persistencia en el Siglo XXI.
Ahora bien: para mucha gente el “Che” simboliza el compromiso, la dedicación a una causa, la entrega vital a una visión del hombre y el futuro, independientemente de la ideología que defendía. Además, su tenacidad y empeño son impresionantes. Por supuesto, ello implica (como siempre que se entroniza a un muertito) olvidar que esos: compromiso, tenacidad, dedicación y entrega estuvieron llenos de asegunes, muchos de ellos nada encomiables. Todo lo cuel, quizá, sea una muy humana tendencia: tomemos sólo aquello digno de imitación (o admiración) y olvidemos los pecadillos que suelen rodear a cualquier persona que desea salir de la mediocridad y entregarse a una causa superior. Creo que ello es parte del encanto que el personaje sigue teniendo para mucha gente, incluso aquella que apenas sabe de qué va o qué hizo.
Otro elemento inherente a su atractivo está en la atemporalidad conseguida por el martirio: como dice Billy Joel, sólo los buenos mueren jóvenes… bueno, relativamente jóvenes. El “Che” colgó los tenis antes de cumplir los cuarenta años, lo que implica que tenía buena parte de su vida todavía por delante, muchas expectativas por cumplir, muchos proyectos que realizar. En cambio, vean y pitorréense de la momia vestida de Adidas que es hoy Fidel Castro. Al “Che” tampoco le hizo daño el que su imagen quedara congelada en 1960 (año de la foto de Korda); por no decir nada de que es uno de los pocos especímenes de la especie Homo Sapiens que luce genial con boina y sin rasurar.
Y claro, está la cuestión mercadotécnica: que su rostro aparezca por todos lados (incluido el fofo bíceps de Maradona) ha servido para constituirlo en un ícono prácticamente universal… como el logo de Coca-Cola, la imagen más reconocible de este planeta. Y como ese logo, el “Che” parece haber pasado a la imaginería universal sin que muchos se pregunten qué es lo que está detrás, qué representa verazmente. ¿Qué es la ondita blanca sobre rojo? ¿Quién es, en realidad, el hombre de la mirada de dardo?
Como decíamos antes, contestar esa pregunta suele seguir ciertas rutas muy transitadas y bastante acríticas… todo con tal de no manchar un ícono beatificado. Lo cual no hace sino desdibujar, como decíamos, al personaje de carne y hueso. Y es que, haciendo una revisión de la carrera del “Che”, hay muchos elementos que lo hacen a uno rascarse la cabeza. Primero que nada, no era ningún pan de Dios: como todo fanático, era implacable y no se andaba con chiquitas. No le concedía mucha importancia al debido proceso ni a consideraciones humanitarias. Ejecutó o mandó ejecutar a quién sabe cuánta gente por no plegarse a sus órdenes, ideas o convicciones. Era intransigente y tiránico con quienes lo rodeaban, incluso cuando estaba (y se sabía) equivocado. Resulta aleccionador que el autor de un manual sobre lucha guerrillera haya culminado su última campaña con un fracaso absoluto. Bonito ejemplo.
Que no fue el único de su vida ni mucho menos. Su paso por el Ministerio de Industria cubano fue un auténtico desastre: las semillas del atraso y la improductividad de la isla bella fueron sembradas a principios de los años sesenta (ahora Raúl Castro dice que las cosas van a cambiar… varias décadas después). Cuando dejó esa chamba y se largó a luchar por la liberación del Congo, no le fue muy diferente: en siete meses a orillas del Lago Tangañika no logró organizar ninguna fuerza combativa digna de ese nombre. Por supuesto, la indisciplina, la corrupción y las envidias de los “revolucionarios” congoleños no eran su culpa. Pero sí su ceguera al intentar hacer que la realidad se conformara a sus ideas preconcebidas. Lo mismo le pasaría en Bolivia, con los resultados que eran de esperarse.
Y es que supuso que el país más pobre e injusto de Sudamérica era la plataforma de lanzamiento perfecta para arrancar la Revolución Continental que iba a crear, según su frase, “dos, tres, muchos Vietnams”, para que el Imperio anduviera como gallina despescuezada en su propio “Patio Trasero”. Pero el “Che” desdeñó cuestiones elementales: no hablaba la lengua indígena de las etnias del territorio en el que operaba. Ante los que entendían castellano, lanzaba vibrantes discursos contra los yankees… a gente que en su vida había conocido uno y que a los únicos extranjeros que veía (y de los que previsiblemente desconfiaba) era a los cubanos y argentinos que andaban merodeando en sus tierras. Lo raro es que el “Che” no haya sido denunciado antes por los campesinos que pretendía liberar.
El caso es que todos estos detalles suelen ser dejados de lado al abordar a este personaje fascinante. Mejor quedarse con la foto de Korda, los ideales de hace tanto tiempo y la nostalgia de que las cosas pudieron haber salido de otra manera. Ah y el dineral obtenido de una foto que nunca tuvo (ni tiene) copyright. Todo lo cual, la verdad, no creo que al “Che” le hubiera hecho mucha risa. A no pocos que portan su efigie, algo me dice que los hubiera mandado ajusticiar. Empezando con el Payasito de la Tele, que en su interpretación de Che/pillín llegó al delirio más patético. Ahí sí es cuando uno dice: ¡Pobre “Che”! Nadie sabe para quién trabaja… en el capitalismo.
Consejo no pedido para que nadie extrañe su querida presencia: Lea las biografías del “Che”: “Ernesto Guevara mejor conocido como el ‘Che’”, de Paco Ignacio Taibo II y “La vida en rojo” de Jorge G. Castañeda. Dos visiones de una vida demasiado compleja para reducirla al esténcil y la camiseta. Provecho.
PD: ¡Falta poco! ¡Ya mero! ¡En unas semanas!
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