Para muchas personas la Navidad es una ocasión para la tristeza dado que se estila festejar esta fecha con regalos y comidas especiales; si el dinero es poco, no se puede cumplir con estos rituales, señalándose aún más la precariedad de muchos hogares.
A este hecho puede agregarse la falta de iniciativa y destreza artesanal. Se pueden hacer muñequitas de trapo, carritos, juguetes en general confeccionados por los padres e hijos mayores, tan divertidos como ingenio y vida en común se les inyecte. Las Barbies sólo muestran el vacío de lo superfluo (cambiarse de ropa y pintarrajarse; además son carísimas) ¿Por qué no animar los juguetes simples con historias constructivas que finalmente entusiasmen al niño o la niña modulando así sus propias cualidades? ¿Quién puede resistir el hechizo de una saga cuyo protagonista es tan cercanamente acompañado en espacios, tiempos y acciones cambiantes de aventura en aventura? Todo esto añadiría convivencias a veces olvidadas y el menor aprendería desde Geografía hasta ejemplaridades deseables de ser seguidas, cuidará de sus juguetes y respetará amorosamente los esfuerzos que le son brindados.
En otro plano, la Natividad es la Vida Nueva, el principio mejorado, el amor compartido, la esperanza de frutos sociales óptimos, es el antecedente de la Primavera.
Son indeseables los nuevos brotes de maleza, invasores perjudiciales para el equilibrio y la Paz, solamente que para evitarlos o minimizarlos la Vida Nueva requiere de una visión distinta, valoradora e incluyente de lo que y de quienes nos rodean. Si frustramos el desarrollo de nuestras riquezas naturales, humanas y sociales, no podemos aspirar a la renovación, al contrario, seguiremos sujetos a nuestra pobreza, afectando de paso aquello que nos rodea. El escenario que nos espera será peor que el actual.
No basta para la Paz social, la excelencia de sólo una persona, se necesita la excelencia comunitaria.
Estamos presenciando una nueva adoración del Becerro de Oro. La mayoría sabe que ello está mal, que perjudica por insaciable y destructiva. Luego, qué sacamos con ir a la moda, si sus frutos son inalcanzables para la mayor y quizá la mejor parte de la Humanidad? ¿Cómo exigir bondades, justicia, equidad a los demás si nosotros mismos a otros las escatimamos?
Cuán insuficiente puede resultar pedir perdón por los errores cometidos si el daño no se repara o no es reparable, ahí cabe el arrepentimiento, pero más importante es enmendarse, que el error se constituya en experiencia, o sea, detenerse a medir lo bueno y lo malo de nuestro hacer u omitir y no repetirlo neciamente. Existe menos arrepentimiento comparado con los males causados. Ejemplo: la gente dice “los candidatos a puestos políticos sólo nos ponen atención para que les demos nuestro voto, luego nos olvidan”. Ellos omiten decir “la gente por migajas vota, se cumple democráticamente, después les vale qué, cómo, para qué, para quién, cuánto cuesta lo que hagamos… Desempeñemos pues lo mejor para encumbrarnos”.
Quien vota o gobierna omitiendo el bien común, hace daño, a veces irreversible. La famosa frase “ese no es mi problema” es emitida por quien se siente suficiente valedor de sí mismo en el mundo. Socialmente el pensamiento y las acciones buenos o malos, fluyen y contagian al resto de la comunidad ¿puede alguien estar excluido del bien o del mal generales?
Nuestra realidad actual, por desequilibrada, tiende a desmoronarse. De ello tenemos indicadores de sobra. Si tal fenómeno atañera a la especie humana solamente, pereceríamos por torpes; pediríamos perdón por nuestro pecado no sé a quién, ni si lo obtendríamos; pero dónde está el acierto de llevarnos entre los pies al resto de la creación, la que según nuestra interpretación no piensa, ni pensó, ni pensará, luego, no vale más que cuando en algo nos ha servido: si nosotros dejamos de existir, ¿para qué conservar las otras vidas?
Por lo que toca a las personas mayores, la Natividad debería estar presente todo el año. Rompa “a la limón” con ellas la piñata de la alegría común y ría y cante. Sea creativo y obsequie su creatividad, acaricie a los demás con mirada dulce. Haga el bien e impida el mal. Trate de entender a quien juzgue discrepante de su pensar o de su conducta, explorando causas y efectos de tales diversidades. Nadie tiene la verdad absoluta porque es imposible recorrer todo los caminos, tener una experiencia de la totalidad. El diálogo respetuoso, buscador de nuevas luces, enriquecerá el entendimiento del mundo que nos rodea, acercándonos a soluciones comunes más conciliatorias. Sólo a través de lo mencionado obtendremos paz interna, un cálido contentamiento en los demás y un estímulo constante para seguir activos en beneficio de la Vida Nueva.