EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

La nueva epidemia/Las laguneras opinan...

Mussy Urow

Cuando se habla de epidemia, la primera imagen que tenemos es la de una enfermedad contagiosa y mortal que se extiende de casa en casa por las ciudades como una gran mancha que va contaminando todo a su paso. El término que usamos viene del griego: - epi: sobre, demos: pueblo-. En medicina significa la aparición súbita de una enfermedad que ataca a un gran número de individuos que habitan en una región determinada. Para que una enfermedad sea considerada epidemia, la cantidad de infectados debe superar el número habitual de casos clínicos esperados. Algunas epidemias leves en la actualidad son el resfriado común y la gripe. Si el número de casos es poco elevado se considera que es un brote, como en el caso del Ébola o la enfermedad de Lasa en algunas zonas de África. Si afecta a más de un país, se le considera pandemia, como es el caso del Sida en la actualidad.

Entre las más famosas epidemias en la historia se destaca la peste bubónica, que afectó a varios países europeos en distintas épocas, el cólera, el paludismo, el tifus, la tuberculosis, la viruela, que traída a América mató a gran cantidad de indígenas, la sífilis o las hepatitis causadas por algunos virus. Algunas de estas epidemias han sido calificadas como pandemias al afectar a más de un país o a toda una región como fue el caso de la peste negra o bubónica del siglo XIV y que aniquiló a 25 millones de personas en Europa.

Muchas de estas enfermedades se convirtieron en epidemias por ignorancia y desconocimiento de reglas básicas de higiene y asepsia. Un buen número han sido casi erradicadas gracias a las vacunas y al avance de la ciencia. Sin embargo, en los últimos 20 años ha surgido en el mundo una nueva epidemia que en forma inocente, está tomando proporciones de pandemia: se trata de la obesidad. En este par de decenios, ha ocurrido una dramática transición que alteró la dieta y la salud de cientos de millones de personas en el planeta y aunque suene paradójico, la obesidad surge como un serio problema de salud, más grave que el del hambre. En los países en desarrollo hay ahora más gente con sobrepeso que hambrientos; la nueva guerra en muchos países pobres -además de la corrupción, la lucha contra el narcotráfico y la desigualdad- es contra el sobrepeso y la obesidad. Destaca en esta situación Egipto, África del Sur y México.

A nivel mundial, más de 1,300 millones de personas tienen sobrepeso, contra 800 millones que sufren de desnutrición.

Según datos publicados en la revista Scientific American (septiembre de 2007, volumen 297, N° 3, The world is fat, pp. 60-67) el caso de la obesidad epidémica más sorprendente es el de México. El experto en nutrición y epidemiología de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, Barry M. Popkin, ofrece en el artículo mencionado las siguientes estadísticas: -Brasil, adultos obesos o con sobrepeso en 1975: 20%; en 1997: 36.7%. En Egipto, en 1998: 59.1%. China, en 1991: 12.9%; en 2004: 27.3%. En México, en el año 2000: 61.9%; en el 2006: 69.3%.

En 1989, menos del 10% de los mexicanos tenía sobrepeso. De hecho, en ese entonces nadie hablaba de obesidad en nuestro país; el enfoque se dirigía al hambre y la pobreza. Pero según estudios realizados el año pasado, se descubrió que el 71% de las mujeres y 66% de los hombres en México tiene sobrepeso o es obeso. Hace 15 años, la diabetes era una enfermedad de incidencia relativa; hoy, casi una séptima parte de la población padece la diabetes tipo 2, que aparece en la edad adulta. Los costos de atención médica para estos porcentajes de población serán elevadísimos.

¿Cómo es posible que en menos de 20 años se haya modificado y revertido el patrón de desnutrición en sobrealimentación? En el banquillo de los acusados hay varios culpables, unidos por un común denominador: el sedentario estilo de vida occidental. La adopción de hábitos modernos asociados con la obesidad, como es: el consumo ilimitado de refrescos embotellados, panes dulces, ver televisión (inmovilidad) comprar la mayoría de los alimentos en supermercados, que fomentan el consumo de alimentos procesados, en particular aquéllos con exceso de azúcar; pero a la vez, seguir sin acceso a una mejor educación, alimentación más saludable o actividades recreativas que ayuden a controlar el peso.

En los países en desarrollo, el principal contribuyente a la epidemia de obesidad es el consumo de refrescos carbonatados. En este honor, México es el campeón mundial: según una estimación de mercado, en el año 2006 se produjo en México un volumen de 2,000 millones de litros de agua embotellada (total de marcas) para consumo personal, sin incluir agua de garrafón, contra 16,000 millones de litros de refrescos carbonatados. De este total, menos del 5% es de refrescos de dieta: es decir, de cada 100 refrescos que se consumen en México, sólo 4 son dietéticos. Y la proporción de consumo de agua embotellada contra la de refresco es de 1 a 8.

Durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, las únicas bebidas que consumíamos eran la leche materna y el agua; como ésta no tiene calorías, el cuerpo humano no desarrolló la necesidad de reducir la ingesta de comida para compensar el consumo de agua. Como resultado, cuando tomamos cualquier bebida excepto agua, aumenta el consumo de calorías. Aunque por miles de años los seres humanos han bebido vino, cerveza, jugos de frutas y leche de ganado domesticado, la proporción de calorías de estas bebidas ha sido relativamente pequeña, hasta los últimos 50 años, cuando compañías como la Coca Cola y la Pepsi Cola comenzaron a extenderse por todo el planeta. Investigaciones científicas estiman que los edulcorantes y azúcares agregados a los refrescos embotellados han agregado, en promedio, 137 calorías a la dieta diaria de los consumidores, entre 1977 a 2006. Durante un año, este incremento calórico puede significar un aumento de peso de 6.5 kilos por año. De acuerdo a este estudio, el mexicano promedio consume, hoy en día, más de 350 calorías diarias únicamente de los refrescos.

A diferencia de la Edad Media, cuando el desconocimiento y la ignorancia podrían justificar relativamente los elevados índices de mortandad, hoy, en la época de la más alta tecnología en comunicación, es inadmisible que por ignorancia y desconocimiento estemos en el borde de una catástrofe de salud. No sólo el aumento de la diabetes representa una mortal amenaza, también la hipertensión y diversas enfermedades coronarias y cardiovasculares. Empecemos al menos limitando en los niños el consumo de refrescos.

(Quiero agradecer las muestras de cariño y solidaridad que recibí durante el pasado mes por la pérdida de mi querido padre, ocurrida en la Ciudad de México el pasado 29 de septiembre.)

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 308557

elsiglo.mx