Ningún presidente puede realmente gobernar sin el apoyo de su partido.
La confrontación entre el presidente del Partido Acción Nacional, Manuel Espino y el titular del Ejecutivo, Felipe Calderón, pone en evidencia que el primero no sabe lo que significa gobernar.
La pérdida del estado de Yucatán, a manos del Partido Revolucionario Institucional, le debe haber soltado, no sólo el estómago, sino también la lengua a Espino, que arremetió contra el Presidente y algunas de sus gentes acusándolas de ser las causantes de la derrota electoral.
Pero el Presidente requiere del apoyo de su partido para ejercer mejor su labor y no está contando con ese apoyo. Casi podríamos decir que está entre enemigos y traidores.
Hubo un tiempo en que la Oposición, por razones obvias, exigía la sana distancia entre el presidente priista y su partido. Cuando perdía una elección, siempre era porque el Gobierno le había metido las manos para favorecer a los candidatos del PRI, nunca porque no habían sido capaces de lanzar a personas de prestigio o estructurar en buena forma una campaña.
Esas visiones maniqueas, los llevó a exigir hasta el cansancio que el presidente marcara distancia de su partido, lo cual no es conveniente en ningún caso.
Ahora que el PAN es Gobierno, no sabe cómo tratar esa necesaria distinción y su dirigente arremete hasta con el Presidente. Y eso que Calderón no ha marcado una sana distancia de su Partido, al contrario ha tratado de atraerlo.
No logramos dejar atrás las viejas visiones, ni romper con los paradigmas que se arraigaron en nuestras mentes durante tantos años.
El Presidente necesita del apoyo de su partido para poder gobernar. Nadie mejor que los afines para ayudarle a desarrollar un programa de Gobierno.
Pero cuando la perra es brava, hasta los de casa muerde, reza el refrán popular y Manuel Espino siempre se ha caracterizado por su bravuconería y su actitud contestataria sin sustento, de ahí que se explique el por qué ataca a Calderón.
Un presidente o un gobernador, sin un Congreso afín que le haga posible las reformas que necesita para ejercer su encargo, termina paralizado. Así le sucedió a Vicente Fox, por su incapacidad para consensuar y establecer acuerdos políticos.
Calderón es otra persona y otra su forma de actuar ante propios y extraños.
Pero, al fin panista, no deja de voltear a ver a su partido, solicitando la ayuda necesaria. Aunque no la obtenga como él quisiera.
La lejanía con el partido de origen, se torna odiosa a los ojos de sus correligionarios y lo coloca a merced de sus enemigos políticos.
La cercanía con el partido es un requisito indispensable, para un buen Gobierno. Pero aquí, la entendemos al revés.
Si el Partido registró una plataforma política cuando inscribió a una persona como su candidato a la Presidencia, debe estar empeñado en que esa plataforma y esa oferta de Gobierno se cumplan, si es el caso de que se llega a ganar.
Pero en esta confrontación, Espino, parece más empeñado en exhibir y hacer fracasar a Calderón que en apoyar sus acciones para que el PAN cumpla con lo prometido.
Como el Presidente no puede abandonar su cargo, por esas desavenencias, lo sano sería que Espino dejara el suyo. Pero para que eso sucediera se necesitaría una gran claridad de miras que éste no tiene.
Pienso que Calderón tendrá que retomar su idea original y buscar alianzas fuertes con otros partidos, si en verdad quiere concretar sus programas de Gobierno.
No es posible que nos vayamos a pasar otros seis años en puras confrontaciones y peleas.
Los ciudadanos tenemos que romper también los viejos paradigmas, para aceptar que la forma de hacer política en México ha cambiado y que requerimos de nuevas formas que nos permitan mayores avances.
La lejanía con todos los partidos es odiosa. La cercanía del Presidente con todos, es una acción obligada para el efecto de construir acuerdos y lograr avances.