Una vez concluido el campeonato de la Primera División Nacional, hay que voltear la mirada a esa división abandonada, incomprendida y mal planeada que se llama Primera A, donde el absurdo toma dimensiones grotescas y sólo algunos se salvan de la quema.
La Primera A, ya desde el nombrecito cae pesada, nació con el afán de crear una liga de ascenso fuerte, elitista, con franquicias respaldadas económicamente y que el futbol profesional se expandiera a rincones donde antes era impensable.
Sólo que los creadores se agandallaron con franquicias, les birlaron un supuesto doble ascenso, y de un circuito poderoso se transformó en refugio de veteranos desechados por sus equipos en la Liga o bien en una especie de fuerzas básicas donde se foguea a los jóvenes.
El problema radica en que, como rama profesional, esta división resulta carísima pues se deben pagar salarios razonablemente altos, y en muchos casos el arraigo entre la población es nulo, por lo que la taquilla resulta insuficiente.
Además, posee un sistema de competencia arcaico, que pocos conocen, nula difusión y pésima organización, y así, filiales, particulares e incluso gobiernos estatales se aventuran en pos del ansiado tesoro: el ascenso a Primera División.
Solamente que para lograrlo, su equipo, amable lector, tiene que ser campeón en el Apertura y en el Clausura, ambas liguillas incluidas, lo que resulta más difícil que ir a la selva a castrar a King Kong, y si no lo logra, jugar una gran final contra el cuadro que haya conseguido la otra media corona. ¿Fácil, a poco no?.
Lo sucedido en las semifinales de este torneo en Ciudad Victoria y León fue de tal magnitud que sólo unos directivos miopes e incapaces como los que laboran en la Federación Mexicana de Futbol pueden minimizar.
En la capital tamaulipeca, luego de un confuso incidente la noche anterior al partido, Correcaminos y Dorados empataron sin goles, decretando la eliminación de los locales. Aquí aparece por enésima ocasión en cuestiones turbias el señor Hugo Fernández, quien dice ser el prototipo de la probidad y está involucrado frecuentemente en cuestiones extrafutbol y de escasa transparencia.
En León, donde cada vez que su equipo pierde, un grupo de orates quiere sangre, estuvieron a punto de linchar a su propio equipo, arguyendo que son los mismos jugadores quienes no desean el ascenso.
Sea como fuere, el perjudicado es siempre el aficionado al futbol.
Ojalá que la próxima temporada hablemos más de plazas tan futboleras como Ciudad Victoria, León, Ciudad Juárez o Culiacán por sus logros deportivos y no como encabezados de página roja.
Fue notorio que mientras se incendiaba la Primera A el pasado fin de semana, su director Enrique Bonilla se pavoneaba en Cancún premiando al Atlante. ¡Qué poco estilo!.
En la gran final de ida, Indios de Ciudad Juárez propinó una goleada a Dorados, que parece sentenciar la contienda, sin embargo, los sinaloenses intentarán un regreso histórico en casa. Suerte a ambos y que prive en todo momento lo deportivo.