Lo ocurrido en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México, el martes pasado, debe llevarnos a la conclusión de que Felipe Calderón tiene un equipo de colaboradores, a los que, lo menos que se puede decir, les falta fogueo. No es posible que, sin medir las consecuencias, se le exponga al ludibrio de un público hostil cuya conducta debió ser la de mantener un respetuoso silencio expresando de esa manera la consideración que merece el presidente de todos los mexicanos. No estaban enterados de cómo se iban a manifestar los jóvenes talentosos que en un número de diez mil ocupaban las butacas del lugar al que asistían para participar en el quinto Foro México Siglo XXI. Esto no hubiera pasado -ponen un mal ejemplo a futuros encuentros- si con antelación se sondea el humor de los jóvenes becarios beneficiarios de las becas Telmex. Así nomás, de buenas a primeras, le tocó al presidente, sin estar previamente preparado, escuchar gritos que pusieron en duda su popularidad. El titular del Poder Ejecutivo tuvo que cargar con un auditorio adverso que desde las tribunas le lanzaba pertinaz un alud inesperado de palabrotas, acerca de varios temas muy sensibles que en otras circunstancias no debieron pronunciarse. De pronto pareciera que Calderón, por obra y gracia del destino, en vez de encontrarse en un apacible mitin se hallara dentro de una jaula rodeado de feroces fieras prestas a devorarlo.
En su arribo apenas se desplazaba por el corredor central, de entre las butacas de la parte alta del recinto, se escucharon voces desaprobatorias no sabemos si a la labor desempeñada hasta ahora por el presidente que acababa de cumplir cien días en el cargo o eran polvos de aquellos lodos donde las autoridades se mostraron dudosas de cual había sido el resultado de las elecciones presidenciales. Los talentosos estudiantes ahí convocados expresaban, en una falta absoluta de deferencia a la alta investidura del invitado, algo que se creía ya se había superado o cuando menos así lo hacían creer sus publicistas, el consenso de lo que pudiera estimarse una falta de claridad en el resultado de los comicios. Todo parecía haber quedado atrás, desde el alboroto en que se hablaba que no se le permitiría tomar posesión del cargo, pasando por grupos que airados se juntaban en sus apariciones públicas o la petición reiterada de que se abrieran las ánforas. Sin esperarlo ni quererlo los jóvenes que construirán el futuro, conforme a la propaganda que rodeó el evento, mostraron una inconformidad pocas veces vista dado que era un acto de una empresa que precisamente patrocina con becas a estudiantes de alto rendimiento, ahí presentes. Hubo algunos gritos cuando el presidente apenas se dirigía caminando al presidium.
La pregunta que el hecho resalta es ¿se trató de una encerrona preparada de antemano? Lo cierto es que la rechifla tuvo todas las características de una manifiesta inconformidad que pudo ser manipulada o espontánea. Las voces que se oían daban la impresión de salir de mandíbulas apretadas con una fortuita semejanza con las que se escucharon al calor de la recién pasada liza electoral. Estaba presente, flotaba en el ambiente, el espectro de la Oposición. No por nada se expresaban fuertes palabras entre las que destacaba espurio, ladrón, delincuente, pelele, mentiroso. No podría creerse lo que se estaba oyendo. Los organizadores del evento, con el pretendido afán de calmar los ánimos, ordenaron se apagaran las luces, dejando encendidas únicamente las del alumbrado donde se encontraba el presidium, lo que produjo arreciara la protesta, protegida ahora en el anonimato de las sombras. Se llegó al extremo, mientras el presidente hacía uso del micrófono, de que alguno se atreviera a gritar ¡ya cállate!
Hubo abucheos y ¡hurras!, que se han venido convirtiendo en una costumbre que revela la división en que hemos caído los mexicanos desde que entregamos nuestras simpatías en un cincuenta por ciento para uno y una cantidad igual de votos para el otro, apenas con una pequeña diferencia que bastó para que uno se alzara con el triunfo. No es conveniente que se dé ese espectáculo que revela que no se han cerrado las heridas que dejaron tan apretados resultados. Las televisoras nacionales demostraron que estamos muy lejos de un quehacer democrático cuando se abstuvieron de mencionar en sus servicios noticieros las manifestaciones de protesta. Lo peor es que se desatan versiones que agrandan los hechos sin que nadie pueda parar la información de boca a boca. Se escuchan interpretaciones que desnaturalizan lo que realmente pasó. Se consigue lo opuesto que se pretendía al acallar los acontecimientos sin presentarlos en una justa dimensión. Volvemos a los tiempos idílicos en que aquí no pasa nada como si la disidencia pudiera acabarse con cerrar los ojos o con voltear hacia otro lado. Una actitud que observan los niños cuando están en cama tapándose la cara con la cobija para ahuyentar la oscuridad y con ella a los fantasmas que en su imaginación los persiguen tenazmente.