Pocas veces se ha escuchado a un presidente dirigirse a su auditorio con tanta severidad y urgencia. El escenario de tareas que hay por delante en el país no era para menos. La calidad del auditorio lo ameritaba.
La Revista Líderes reunió el viernes pasado a algunos de los trescientos que, a su juicio, merecen tal calificativo. Invitó al presidente Calderón a dirigirles la palabra. En lugar de una convencional pieza descriptiva, o aún defensiva si se quiere, de las políticas que el Gobierno viene implementando en su primer año, los empresarios, intelectuales, representantes de cultura, deportistas, artistas y periodistas oyeron a un Jefe de Estado, más que uno de Gobierno, que tiraba de las riendas de la conciencia de cada uno de ellos, para que valoraran y entendiesen la grave responsabilidad de los que, en una sociedad empobrecida y maltratada por décadas, tienen capacidades y han recibido oportunidades por encima de la media.
El presidente repasó casos estrujantes de dramas de miseria y abandono en la capital de la República, en las serranías o en los trópicos del país, para subrayar que al mismo tiempo que esas víctimas no han conocido sino privaciones, enfermedades e injusticias, otros mexicanos privilegiados han aprovechado sus ventajas para amasar fortunas despiadadas.
Ser líder, dijo Felipe Calderón, significa crear, salir adelante de los demás, estar en contra de la corriente general. Ser “fugitivo” en el lenguaje de Elliot. Si no se tiene esta cualidad no es válido sentirse líder. El país requiere urgentemente que los que se precian de serlo o así se les llama, cumplan su papel histórico en lugar de ser simples usufructuarios de su posición superior.
En una parte de su discurso Calderón habló de tres grandes pecados: hacer política sin principios, hacer comercio sin moral y hacer oración sin sacrificio. Los términos que usó son análogos a los de otro Presidente, AP Kalam de la India, cuando dijo ante una audiencia de millones de conciudadanos, que no había peor cosa que religión sin convicción, economía sin justicia y educación sin valores.
El tema es recurrente. No puede haber una sociedad sólida que esté fincada en la injusticia, ni puede haber satisfacción en privilegios inmerecidos. Sólo sirviendo al bienestar humano tiene sentido la riqueza.
Felipe Calderón explicó que se requiere valentía para ser líder y que en México esta calidad supone separarse del miedo o cobardía frente a la amenaza por violenta que ésta sea, de la inercia frente a la necesidad de actuar.
La historia la hacen los que desde sus posiciones de liderazgo conciertan una sinfonía que pasa de generación en generación llevando a las sociedades a la evolución y al progreso. Este símil, inspirado en Ortega y Gasset, es al que tenemos todos que contribuir para que la continuidad de la sinfonía no se interrumpa.
El Presidente, apartándose de la confusión de la ríspida batalla política que lo envuelve a diario, elevó el nivel de su discurso concibiendo a México como una comunidad que se ve a sí misma como un todo optimista y resuelto a solucionar problemas heredados del pasado realizando y ampliando su rico potencial que también le llega del pasado. No asumir la función de liderazgo es seguir la educación que hemos recibido de echarle siempre la culpa a otros de las derrotas y de los fracasos.
El discurso reveló los efectos de meses de contrariedades y luchas sin tregua. Reveló también que muchos líderes políticos y empresariales no están respondiendo a la gravedad de los retos del momento. Todavía es tiempo. Felipe Calderón al menos no ha perdido la fe de su país.
México, D.F. Septiembre, 2007.
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