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La Señora Presidenta

Patricio de la Fuente G.K.

Gracias a estar pegado a los “night shows” de prestigio -y también a los churros- de la televisión norteamericana, uno puede más o menos tantear cómo andan meneándose por aquellos lares las cosas en materia política. En la actualidad algo me queda claro: a nuestros vecinos les urge como huirle a la rabia el término de la presente Administración, periodo abominable donde la cerrazón ha imperado hasta el absurdo. ¿Y cómo se termina con un ciclo? Pues fácil: apurando la venida del siguiente, aquél lleno de primarias, elecciones y un nuevo ocupante en la Casa Blanca.

En ello pienso a menudo, sin embargo fue hasta hace relativamente poco tiempo cuando comencé a ponderar las ramificaciones que implica el posible -y probable- triunfo de Hillary Clinton. La cuestión en la que muchos se detienen a meditar, de forma callada o en voz alta, es precisamente sobre el rol que deberá desempeñar su marido, cuáles debiesen ser sus alcances o limitantes. Verdaderamente pocos saben qué hacer con Bill Clinton, denominado por la revista Esquire como el hombre más influyente del mundo, sin duda un político cuya experiencia supera con creces a las de su mujer, y eso ya es un decir. Para cualquiera es una sombra abismal.

Los que se preocupan lo hacen hasta por cuestiones protocolarias, las cuales -aunque no lo creamos- pueden llegar a tener una inmensa importancia. ¿Se les presenta en público como el señor y la señora presidenta o la presidenta y el señor William Jefferson Clinton? ¿Cuál es el impacto mediático a partir de observar a Hillary Clinton descendiendo por la escalera del avión presidencial seguida por su esposo? ¿Estará el ex gobernador de Arkansas interesado en la selección de los menús de las cenas de Estado?

La experiencia, una capacidad sin paralelos en cuanto a recaudar fondos, el sentido de la oportunidad, el carisma a raudales, la creencia de que esencialmente todas las personas esconden bondad, todas ellas son cualidades propias de Bill Clinton. Ella es la estratega, se encarga de medir los tiempos, su visión histórica resulta ser de largo alcance, puede y sabe calcular fríamente y es mucho más pragmática. Dicha combinación ha hecho posible el sortear tres décadas de turbulencia, es la fórmula ganadora. ¿Significa ello que vayan a cogobernar?

No necesariamente William Clinton tendrá que estar presente en cada reunión de alto nivel. Dado el rol que hoy juega en la aldea global -alivio para los países subdesarrollados, lucha contra el Sida, prevención e intervención durante desastres entre otros- se tiene en mente una participación del ex presidente más en términos de embajador plenipotenciario e itinerante que vaya por el mundo a transmitir de forma contundente y efectiva el mensaje del Gobierno. Piénsese en una especie de “Gran Comunicador” -como se le solía llamar a Ronald Reagan durante toda la década del ochenta- en una escala mucho mayor.

Digo, seamos sensatos. Nadie en su sano juicio visualiza a Clinton rivalizando con el secretario social de la Casa Blanca ni escogiendo la vajilla: su forma de hacer política nunca estuvo circunscrita a estar o no al frente del Gobierno, ni mucho menos tuvo tintes tradicionales. Se podría aseverar sin exageración que William Clinton estuvo siempre destinado a la grandeza. Hoy, al ponderar a la terminalmente enferma Administración de Bush se ha comenzado a poner en justa dimensión los éxitos -y también ciertos puntos negros- de los años donde el demócrata encabezó el destino de la nación más poderosa del orbe.

Durante la campaña por la nominación demócrata a la Presidencia, Hillary Clinton ha contado con el más variado y competente equipo de asesores, siendo Bill Clinton el de mayor cercanía e influencia en la hoy senadora por Nueva York. Aunque su aparición frente a los medios ha sido más bien parca y meditada a profundidad, ello no significa que la importancia del ex mandatario haya disminuido. Aunque comparten dos casas, es vox populi que la pareja -ella en Washington y él tras de haber adquirido un estatus de estrella internacional- se ven poco; a pesar de ello en círculos cercanos se habla de un periodo sólido y plenamente feliz para los Clinton.

En efecto, creo que su alianza cambia según los ritmos de la tambora y lo que hoy tienen es perfecto. Los escándalos de antaño -y también los nuevos- hasta ahora no los han perjudicado gran cosa. ¿Quién los detendrá? Platicamos el domingo entrante.

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