China acapara desde hace años los titulares económicos. El año pasado, por ejemplo, creció cerca del 11 por ciento y contribuyó con ello a los precios altos del petróleo y otras materias primas. En un viaje reciente me impresionó el crecimiento de sus principales ciudades, por lo que decidí conocer más del proceso de urbanización chino. Aquí comparto algunos de mis hallazgos.
El crecimiento rápido de China tiene su origen en la reforma rural que comenzó en 1978. En ese año inició la desintegración del sistema de propiedad comunal y se reemplazó por un sistema de administración privado. Como resultado, las familias rurales rescataron de las colectivas sus derechos a administrar la tierra. En 1984, ante el éxito de este cambio, se estimuló la creación de la industria rural no agrícola y la migración a las ciudades. Esto fue el comienzo del proceso de urbanización de China.
En la actualidad existe una gran brecha entre las ciudades y el campo en muchos servicios públicos básicos como educación, salud, y el sistema de seguridad social. Las autoridades chinas están conscientes de que sólo reduciendo el número de agricultores es posible mejorar sus niveles de vida. Ellos concluyen, a diferencia de nuestras autoridades en México, que la forma de resolver el problema agrícola es perfeccionando la estrategia de urbanización. Aquí, en cambio, se trata de perpetuar a las personas en el campo, para que sigan siendo soporte de las ambiciones y objetivos de los políticos.
Los chinos aceptan en su más reciente plan quinquenal que su problema rural no se resuelve dejando a los agricultores en el campo, sino más bien siguiendo el camino de una urbanización concentrada e intensiva. Diversos especialistas internacionales han señalado que la urbanización es crucial para el crecimiento de China, y que el cómo lo haga será clave para la eficiencia y productividad de su economía, así como para determinar qué tanto crecerá o se reducirá la desigualdad del ingreso en ese país asiático. Una recomendación recurrente es evitar que la urbanización siga siendo dispersa en China. El proceso normal de desarrollo llevará a una mayor concentración de gente en el Este del país, por lo que el intento de promover ciudades secundarias y pequeñas puede no ser la estrategia óptima. Los estudiosos de China consideran que es mejor concentrarse en el crecimiento de las regiones metropolitanas más importantes, mientras ellas puedan acomodar el incremento de la población y mantener bajo control los costos de congestionamiento y contaminación ambiental. En consecuencia, es probable que continúe el crecimiento acelerado de ciudades como Beijing y Shangai.
Por otra parte, hay muchas sugerencias para que estos centros poblacionales mejoren el ambiente de negocios, ampliando la infraestructura y propiciando la eficiencia de los mercados urbanos para atraer y retener empleos. Cuando las ciudades crean una abundancia de empleos con alto valor agregado se facilita la transferencia de mano de obra de la agricultura, se eleva la productividad y con ello el ritmo de crecimiento del ingreso de la población. La urbanización, sin embargo, trae sus propios problemas. La contaminación del agua y el aire son un serio problema en las áreas urbanas chinas. Por consiguiente, uno de los retos es desarrollar un sistema de transporte colectivo eficiente. Por otro lado, los incentivos fiscales actuales promueven un crecimiento urbano ineficiente. Los gobiernos locales se apropian de las tierras rurales para urbanizarlas y sacarles dinero para financiar su gasto, por lo que se recomienda que mejor se les dé potestades tributarias y acceso al crédito para propiciar un patrón más eficiente de urbanización y un mecanismo más transparente de financiamiento del gasto público.
El desarrollo de una ciudad puede influenciarse mediante mecanismos que graven las tierras y sus mejoras. La selección del tipo de impuestos sobre la propiedad determina, a fin de cuentas, el perfil de desarrollo urbano de un país. Ello explica porqué una de las recomendaciones más insistentes es que China aplique un impuesto a las tierras ociosas en vez de un impuesto predial, ya que el primero llevaría a un crecimiento urbano de mayor densidad poblacional, mientras que el segundo propiciaría un desarrollo urbano de baja densidad. Será interesante ver si se dan modificaciones tributarias en este sentido.
Por otra parte, es difícil imaginar un campo que crezca más rápido que las áreas urbanas, y sin recursos adicionales será un reto garantizar un desarrollo equitativo, por lo que muy probablemente según pase el tiempo crecerán las presiones para instrumentar medidas costosas e improductivas, tales como subsidios agrícolas masivos, que ya existen en los países occidentales, tanto desarrollados como algunos emergentes como el nuestro. El tiempo dirá si las autoridades chinas podrán resistir esta tentación, que pudiera ser vista como una salida a las presiones sociales que pudieran en un momento dado amenazar la hegemonía del régimen comunista.
La mayoría estaría de acuerdo, sin embargo, en que incrementar la productividad agrícola es una forma mejor de elevar los ingresos rurales que mediante subsidios. De ahí que los economistas le recomienden a China que su política gubernamental se oriente hacia una mayor inversión en infraestructura; la intensificación de la investigación agrícola; el aceleramiento del proceso de migración a las ciudades para reducir la población rural; y reducir la producción de granos básicos en favor de cultivos de mayor valor agregado como las frutas y los vegetales. La experiencia de México muestra que estas recomendaciones, por económicamente sensatas que parezcan, son políticamente más fácil de decir que de hacer.