Ante la angustia de estar solo y hambriento, en guerra, o sin trabajo, enfermo, víctima de la crueldad de mil rostros y al margen de apoyos religiosos (personales o acotados por sistemas doctrinarios), el ser humano dispone del arte, como tabla de salvación para trascender sus problemas y conservar su humanidad, sin importar que ésta se halle en entredicho. Medio de realización y rescate, puerta de fuga o fuente de salvación, el arte nos permite ser y sentir con los demás, como miembros de un mismo organismo en el que vivir es algo más que estar en el mundo. Emparentada con la divinidad –Dios es el Gran Artista–, el arte se convierte en aditivo para la existencia de todos, pero especialmente de quienes viven en condiciones desdichadas. Así, en una perspectiva histórica nos encontramos con que, expresada a través de colores o sonidos, formas o palabras, el arte acompaña los momentos amargos y felices de sus oficiantes, permitiéndoles encontrar sentido a la vida. Si indagamos el contexto de producción de los grandes artistas, es casi una constante la presencia del sufrimiento; sin embargo, de su experiencia dolorosa ellos extraen los ingredientes para crear la obra que expresa lo que son y sugiere todo lo que sienten, haciendo que, como en la metáfora de Wilde, un instante de placer –el de dar a luz el objeto artístico– valga el sacrificio de toda una vida de penas y penurias. El velo de la reina Mab cubre las carencias materiales y espirituales de los artistas y las convierte en poesía, en música, en materiales que reflejan el sentimiento y la pasión de quien les da forma. El tema es motivo de inspiración y ratifica una verdad: solamente el arte es capaz de volver al ser humano su condición, cuando el universo que lo rodea se empeña en destruirla. Pero el artista no es el único que se transforma: también lo hace el espectador, quien lee, escucha o a través de los sentidos experimenta la conmoción anímica e intelectual que provoca una obra de arte y al hacerlo se reconcilia con la humanidad.
Acabo de ver La vida de los otros, joya cinematográfica que le valiera a Fiorlan Henckel el Óscar a la mejor película extranjera de 2006, arrebatándoselo en buena lid a nuestro muy admirado Guillermo del Toro y su Laberinto... La historia nos sitúa en Berlín oriental, en 1985, cuando –nosotros lo sabemos– los excesos del régimen socialista preludian el derrumbe del muro. No obstante, los cabecillas del sistema continúan disponiendo de las vidas y las intimidades de los ciudadanos, víctimas del capricho de quien tiene autoridad y sabe ejercerla a su exclusivo favor, siempre con el pretexto de defender al sistema del ataque de disidentes y traidores. Precisamente esta paranoia crónica que respalda las acciones de la clase política es el marco en el que se desenvuelve el filme. El personaje central, Weisler (HMW), es un especialista en el espionaje y descubrimiento de acciones ilícitas de los ciudadanos contra el régimen. Advierte cualquier síntoma de rebeldía, aplica todos los recursos para controlar los movimientos de los sospechosos, los acosa y en el momento propicio los detiene e interroga con total eficacia, porque conoce sus puntos débiles. Meticuloso en extremo y con un estricto sentido del deber, convencido de las bondades del sistema, HMW, hombre solitario y consagrado a su trabajo, asiste a una función de teatro que va a transformar su existencia: su mirada especialista cae sobre el joven autor de la obra representada, como potencial sospechoso, pero a la vez queda seducido por la belleza de la primera actriz. Ambos, Lazlo y Christa-Marie, son una pareja enamorada y feliz, a pesar del permanente temor a decir o hacer algo inconveniente ante los ojos y oídos del régimen. Forman parte de un grupo de amigos intelectuales que, como ellos, trabajan y disfrutan de los relativos beneficios que les da su educación. Algunas sombras envuelven la relación de la pareja, como la adicción de ella a ciertos fármacos y la condena del gobierno al trabajo de un querido amigo, mentor del grupo. Las sospechas de HMW resultan infundadas: los artistas no traman acciones disidentes ni tienen ningún plan subversivo. Por desgracia, la belleza de Christa-Marie no sólo ha impactado al investigador. También el comandante de la división se fascina con la actriz, sugiriendo a otro funcionario –compañero de HMW– la necesidad de hallar cargos contra Lazlo, para que la pareja se disuelva. Con la promesa de beneficios para su carrera y su economía, el sujeto comienza a maquinar la forma de lograrlo. Asigna la vigilancia a HMW, quien instala toda clase de micrófonos en el departamento de los artistas y un centro de operaciones en el mismo edificio, donde escuchará y dará cuenta de la vida cotidiana de la pareja. HMW tiene muy clara su misión, pero algo ha comenzado a hacer crisis en él: los objetivos de ésta. Sabe que el interés del director es la mujer como tal, no su actividad política y que el del compañero sobornado es la ventaja personal propia y no la protección del régimen. Además, descubre la vida de los otros; es decir, la forma como estos artistas e intelectuales viven, piensan, aman. El inicio de este descubrimiento lo propicia una fiesta organizada en el departamento para celebrar el cumpleaños de Lazlo. Asisten todos los amigos de la pareja, llevando consigo afecto, camaradería, preocupaciones y modestos obsequios. Algunos comentarios políticos quedan registrados por el vigilante, pero en su cerebro dejan una impresión más poderosa cosas que hasta ese momento él no conocía, como la compañía, palabras amables, obsequios como un libro y una partitura musical. La película transcurre en un clima de tensión que va aumentando a medida que suceden eventos terribles para los personajes: la actriz es prácticamente violada por el jefe político, quien la amenaza con quitarles el trabajo a ella y a su amante, si no accede a sus exigencias; el escritor descubre lo que ocurre con su amada; el amigo y mentor del grupo se suicida, incapaz de soportar el ostracismo al que el régimen lo condena.
Mientras tanto, HMW se ha ido adentrando en el universo de los personajes. Sustrae el libro obsequiado al artista y lo lee, encontrando en cada palabra todo el sentido humano de Brecht, para quien la libertad de pensamiento no puede ser contenida por ninguna clase de represión. Al enterarse de la muerte de su querido maestro, Lazlo interpreta al piano la “Sonata para un hombre bueno”, cuya partitura fue el regalo de cumpleaños del difunto. Mientras el espía escucha, absolutamente conmovido por la situación y por la belleza de la música, los jóvenes comentan una anécdota de Lenin quien, según propia confesión, experimentó tal emoción estética y humana al escuchar la Apassionata de Beethoven, que tuvo que dejar de hacerlo, pues de otro modo le hubiera sido imposible concluir la revolución.
También es rotundo el efecto del arte sobre HMW: no sólo han despertado sus sentidos y su espíritu a la creatividad de los artistas, sino al conocimiento y la comprensión de los seres humanos. Motivado por la muerte de su amigo, Lazlo escribe un artículo sobre el creciente índice de suicidios en Alemania del Este, como consecuencia de la feroz represión del gobierno. Entonces, cuando por primera vez tiene pruebas que incriminan a sus observados, HMW contrasta los valores de la pareja con la mezquindad de sus jefes y agradecido por lo que sin querer le han revelado, decide no denunciarlos.
La película mostrará todavía una serie de acontecimientos sorprendentes que conducen a un bellísimo final, que usted debe disfrutar. Pero lo anotado aquí es suficiente: el arte transforma, humaniza, solidariza; mientras que su ausencia propicia la mecanización, la frialdad, la indiferencia hacia lo que es humano. Donde no hay arte ni posibilidades de apreciarla, tampoco hay sensibilidad ni piedad, ni se abre el espíritu a la belleza ni es posible ponerse en los zapatos del otro para desde ahí mirar al mundo y tasar nuestras propias acciones. El arte es en este caso catalizador de sentimientos humanos, espíritu colectivo y lenguaje universal: es la puerta de entrada para conocer, comprender y apreciar la vida de los otros.
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