Es un asunto en el que nadie saldrá ganando y sí, en cambio, todos podemos salir perdiendo. De lo que alcanza a verse es un pleito que tiene su origen en que ambos contendientes militan o emanaron de partidos políticos no solamente diferentes, que bastaría para comprender su distanciamiento, sino además porque en los dos lados habita el desenfado en que no les importa quién tenga la razón, lo importante es hacer daño. Lo substancial es quién enloda más a quién con el predestinado propósito de, quizá, dejarlo convertido en una estatua semejante a las de los Guerreros de Terracota que fueron descubiertos en 1974 en la tumba del primer emperador de China, llamado Quin Shi Huan, que ascendió al trono en el año 256 a. de JC. Los dos están dando un espectáculo que divierte a algunos trasnochados, si, aunque para hacer reír estén los payasos de los circos y éste es un asunto demasiado serio, que trasciende por encima de los que protagonizan el zafarrancho. No se ve ningún provecho para la comunidad. Tal es el pensamiento generalizado que, en reciente encuesta realizada en Torreón, mostró a la pregunta de: a quién se le concedía la razón, en el conflicto que ha generado angustia y trastornos neuróticos, en cuyo resultado, casi parejearon. Se dejan arrebatar por su mal genio, una mala digestión o una noche de insomnio, aunque no se les eligió en los cargos públicos que ocupan –que se les paga con dineros del erario- para dar rienda suelta a sus emociones por lo que sus sentimientos personales deberían reprimirlos, como se deja una raída chaqueta en un perchero o un destartalado baúl entre el polvo de un desván.
La sociedad civil guarda un silencio ominoso. No se han visto desplegados protestando por las actitudes peyorativas de los contendientes. No nos atrevemos a decir esta boca es mía. Con mansedumbre aceptamos la riña como si se estuviera escenificando en otra dimensión, en otro espacio, en otro tiempo. Damos la impresión de que fuéramos ajenos a lo que está sucediendo como si se tratara de dos mandatarios, que pueden hacer y deshacer como mejor les plugiere. Aquí en Coahuila todo indica que la Constitución es letra muerta. El artículo 39 parte relativa se establece: “todo poder público dimana del pueblo”. No obstante parecería que la hemos modificado, para sentar categóricamente que el poder tiene su origen en los partidos políticos o peor aún, en el humor pedestre de quienes nos gobiernan. Esa es la impresión general. Pero si bien la ciudadanía espera que el asunto tenga un final feliz, los demás poderes se hacen los remolones. Esto es, los diputados que despachan en el Congreso local, así como el cabildo, regidores y síndicos, no han salido a la palestra para poner las cosas en su lugar. Esto de permitir que se despachen como si fueran únicos, hace pensar que esos cuerpos colegiados no están haciendo bien su trabajo. Es claro que el gobernador y el alcalde no resuelven solos.
Después de todo es una disputa estéril. Si se dieran cuenta, teniendo conciencia de que están cavando su propia tumba política, era hora que hubieran parado, no sólo las obras, sino también sus embestidas. La frase de no se está respetando la autonomía municipal, pues no le han dado cuenta de sus actos y del otro lado, les dejo el Distribuidor Vial Revolución para que lo tumben o reabran a la circulación, tienen visos de una decisión visceral de los personajes y no de una mente fría que se requiere en estos asuntos del quehacer gubernamental. No se olvide que la política, además de grilla, también es cortesía y buenos modales. Los antiguos solían decir que la política es el arte de tragar sapos y culebras con una sonrisa en la boca. El paso de los años no ha acabado esa percepción. A hacer berrinches a sus casas. Aquí se trata de cosas públicas.
La propuesta es que, de seguir así, bueno sería que resolvieran sus diferencias sentándose cada uno en un barril de pólvora con la mecha encendida. El que corra primero pierde. Lo que es una propuesta un tanto cuanto exagerada, pues con ese talante parecen querer repetir, la detestable frase de: en este reino mando yo, colocando una mano adelante y la otra atrás. Lo que es una mentira palaciega. Lo mismo da que sea estatal o en el municipio de Torreón. Los que mandan son los ciudadanos. Los que pagan los impuestos son los hombres y mujeres en las oficinas recaudatorias. Los amos son todos los que tienen su residencia en estas tierras. Nadie tiene derecho a usurpar lo que el pueblo no ha mandado. En el mismo sentido, pero en otro orden de ideas, los bandos alebrestados se someten al imperio de la Suprema Corte. Ese es el camino correcto. El municipio promovió una controversia constitucional, equivocada o no, pidiendo suspender obras como el Nudo Mixteco o la demolición del Distribuidor Vial Revolución, aduciendo que no estaban avaladas por la autoridad municipal. El Gobierno Estatal por conducto del subsecretario de asuntos jurídicos del Estado ofreció y entregó documentos con los que dice comprobar que el municipio sí otorgó su beneplácito para que dichas obras se llevaran a cabo. Dejemos que la Corte resuelva y alejemos el peligro de mediatizar lo que es claro y diáfano.