Si reconocemos que el concepto de trabajador calificado ha cambiado hacia el de trabajador competente, aceptamos que el primero posee un conjunto de conocimientos y capacidades, que incluye comportamientos y ciertas habilidades que los individuos adquieren durante los procesos educativos y de socialización en el trabajo.
A diferencia del concepto de competencia que hace referencia al acervo de conocimientos y habilidades, que residen en una base actitudinal y valoral adecuada y que son necesarios para llegar a resultados requeridos. Es aquella capacidad real para lograr un resultado exitoso en un contexto determinado.
La diferenciación entre calificación y competencia, según UNESCO asegura que el dominio en los sistemas de producción industrial han vuelto caduca la noción de calificación profesional y se tiende a privilegiar la de competencia personal y profesional.
A las tareas puramente físicas las vienen a reemplazar tareas de producción más intelectuales, más cerebrales, de diseño, estudio y organización.
Bajo este esquema la yuxtaposición de las tareas obligadas y del trabajo fragmentado ceden ante una organización en colectivos de trabajo (equipos de alto rendimiento, por ejemplo) o en grupos de proyecto (como las empresas japonesas, que realizan una especie de taylorismo al revés), donde los empleados dejan de ser intercambiables y las tareas se personalizan.
Actualmente los empleadores ya no exigen una calificación determinada, que consideran más unida a una pericia material; en cambio, solicitan un conjunto de competencias específicas que combinen la calificación adquirida por la formación técnica y profesional en equipo, la capacitación de iniciativas y la de asumir riesgos.
Es claro que para lograr estas combinaciones, que deriven en las competencias solicitadas, es necesario privilegiar el vínculo de la educación y los diversos aspectos del aprendizaje cualitativo: la capacidad de comunicarse, de afrontar y solucionar conflictos, el desarrollo de actividades de servicio.
Por todo lo anterior es importante establecer la relación entre calificación (normalmente adquirida en la formación inicial, en la escuela), la cualificación (conjunto de conocimientos, capacidades y comportamientos que son adquiridos durante la socialización en el trabajo) y competencia (como la capacidad real para lograr un resultado en un contexto determinado).
Los elementos esenciales para la elaboración de un currículum basado en competencias, dependen de la precisión y pertinencia de las profesiografías (esquemas descriptivos del desempeño profesional) y ésta es una función casi imposible, dada la diversidad del trabajo y las circunstancias en que se desarrolla, ya que cuando por fin se cuenta con los elementos formativos que en un momento fueron demandados por algún sector empresarial, las exigencias de formación y capacitación ya cambiaron, es por esto que quienes elaboraron sus currículums bajo este enfoque, lo abandonaron al poco tiempo.
Desde el punto de vista epistemológico, la organización curricular por competencias pretende que, aprender, conocer, educarse, capacitar, consiste en subsumirse al objeto del trabajo, de tal manera que: un sujeto aprende cuando repite exactamente el contenido; un sujeto conoce cuando tiene la capacidad para adecuarse al objeto por conocer y un sujeto es competente cuando concuerda con el modelo planteado.
Cabe mencionar que los nuevos procesos formativos basados en competencias (EBC) no sólo transmiten saberes y destrezas manuales, sino que toman en cuenta dimensiones que contemplan aspectos curriculares, sociales y actitudinales que se relacionan con las capacidades de las personas (que es el nuevo enfoque de competencias profesionales).
Metodológicamente se han abandonado los programas centrados en la capacidad para puestos de trabajo concretos y cerrados, lo que ha contribuido a la creación de una nueva cultura del trabajo y de la producción, integrando calidad, productividad, eficiencia y competitividad desde cursos, programas, contenidos curriculares y metodologías que básicamente plantean la creación de ámbitos y climas productivos relativos al proceso formativo.
La noción de competencia, implica una forma diferente de establecer y abordar objetivos de formación relativos a las necesidades de desarrollo económico, social y productivo.
El desempeño como eje central, parte de éste como carácter esencial de la competencia, ya que conlleva la condición de que el individuo resuelva situaciones concretas mediante y con los recursos de que dispone.
Lo importante del valor de los conocimientos no es poseerlos, sino hacer uso de ellos. Pedagógicamente implica un nuevo diseño curricular (teórico–práctico) y su correspondiente evaluación. La relación entre saber y saber hacer desaparece para integrar ambos en esquemas diversificados de situaciones por aprender permanentemente.
Las condiciones de desempeño relevantes, reconocen a la práctica laboral y profesional, en su sentido más amplio, esto es experiencias de aprendizaje como recursos didácticos, permitiendo que se consolide lo que saben, que lo pongan en juego y que aprendan.
La competencia profesional deberá tomarse como unidad y punto de convergencia; establecer que los elementos de una competencia tienen sentido en su conjunto, ya que solas pierden su valor, esto exige que se le otorgue significado a la unidad de competencia y su correspondencia en la currícula.
Como puede observarse, la formación de competencias en la escuela exige una profunda contextualización y una respuesta adecuada y oportuna a las necesidades del sector social y productivo, por lo que la invitación es abierta a seguir debatiendo este innovador enfoque educativo.
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