Festejar 100 años de algo es un privilegio, ocurre una vez en la vida. Y en este año que suena tan bonito -2007- no sólo cumple su primer centenario como tal nuestra ciudad sino también un modelo pedagógico que ha revolucionado a la educación y la actitud hacia los niños a nivel internacional: Montessori.
Dos centenarios importantes y llenos de significado, especialmente porque en Torreón, la presencia Montessori es de las más fuertes y numerosas en nuestro país.
A pesar de que a muchos periodistas y comunicadores les fascina usar a Montessori como sinónimo de desorden e indisciplina, comparándolo frecuentemente con gabinetes gubernamentales que carecen de orientación o propósito, lo único que revelan es su enorme ignorancia respecto a esta pedagogía. De hecho, deberían saber que México va a la vanguardia en el crecimiento del movimiento Montessori en América Latina.
Pero regresemos a los centenarios. Estos dos se relacionan, no sólo en la fecha sino por las características similares de sus inicios.
En ambos casos se requirió de gente con voluntad y fe: ¿darle categoría de ciudad a una incipiente villa en medio del desierto y alejada de todo? ¿Creer en la capacidad del niño para construir al hombre? Sí. Ambos casos han prevalecido, se han confirmado y fortalecido a lo largo de cien años.
En agosto de 1907, una mujer tenaz, inteligente y voluntariosa, primera en recibirse de doctora en medicina en Italia, abrió la que sería semilla de 22 mil escuelas en 120 países, y primera Casa de los Niños, un lugar que María Montessori creó para los hijos de las obreras italianas. Sus observaciones fructificaron en ideas que hoy, 100 años después, siguen más vigentes que nunca y están siendo avaladas por neurólogos y especialistas en desarrollo cognoscitivo, es decir, la forma en que todos aprendemos.
En el caso de Torreón, adonde llegué hace casi cuarenta años (se puede decir que a poco más de la mitad de su vida urbana) conocí una ciudad provinciana, más liberal que austera y muy emprendedora. Lo mejor de Torreón entonces, siempre lo he creído, era su gente: trabajadora, abierta, cálida, sincera y respetuosa.; como se dice, “gente sencilla del norte.”
En aquel Torreón había pocas escuelas; después de secundaria, la mayoría de los jóvenes que podían y querían seguir estudiando, tenían que emigrar a Monterrey o a la Ciudad de México.
A partir de los años 70 comenzó a darse un cambio. Surgieron preparatorias y nuevas opciones de educación superior. También apareció en Torreón la primera escuela Montessori. Se la veía como un experimento, una auténtica novedad y ya se sabe que a los laguneros se nos considera “muy novedosos”. Sin embargo, prevaleció y en la actualidad, además de un Centro de Entrenamiento, hay en nuestra ciudad 12 escuelas Montessori que prestan servicio a niños desde la etapa de comunidad infantil, preescolar, primaria y secundaria. Aún en el ejido La Unión funciona desde hace 15 años una escuela Montessori.
Así como aquellos primeros extranjeros que bajaron del tren en la entonces Estación del Torreón y se quedaron a echar raíces en el inhóspito desierto, abonando con su fe y su trabajo el desarrollo de una pujante y joven ciudad, los jóvenes padres que hace casi cuarenta años creyeron en esta inteligente y eficaz pedagogía, ayudaron a cimentar en nuestra ciudad el movimiento Montessori. Aparentemente, una actitud posibilitó a la otra: la apertura de carácter del lagunero, su idiosincrasia de “novedoso” permitió que se adoptara una visión educativa diferente, cosa que no ha ocurrido de igual forma en ciudades más antiguas y grandes, como son el caso de Monterrey y Guadalajara.
Pero curiosamente, en esto de la educación hay sus paradojas. Cuando Torreón era pequeña y casi no había escuelas, la gente era respetuosa y considerada, se diría que más educada. Ahora que tenemos tal diversidad de opciones educativas, que la ciudad se ha extendido físicamente con nuevos fraccionamientos, amplios y renovados bulevares, vías rápidas y mejores vialidades, buena parte de la sociedad lagunera muestra precisamente una imagen opuesta: como si al crecer la ciudad hubiera disminuido inversamente aquella actitud que la distinguió y caracterizó hace años. Tomemos como ejemplo la educación vial: hay que ver cómo se comporta el lagunero de hoy detrás del volante de su coche: intolerante, agresivo, desconsiderado, su actitud es la de “muévete, hazte a un lado, déjame pasar.”
Hace poco escuché que a nivel mundial la educación se ha convertido en un asunto político, (¡si lo sabremos los mexicanos!). En esencia, la educación tendría que orientarse no a nuevos programas académicos o mejores sistemas de evaluación, sino a crear mejores personas, preparar jóvenes que puedan enfrentar problemas en lugar de confrontarse entre sí.
Torreón es joven aún; estamos, como quien dice, en proceso de desarrollo. Qué bueno sería que además de seguir siendo ejemplo de esfuerzo y pujanza a nivel nacional, nos consolidáramos como una sociedad educada y respetuosa.
Ya no veremos un segundo centenario de Torreón o de Montessori, pero ambos están ya suficientemente arraigados como para aguantar diez centenarios más.