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Las laguneras opinan...| Los mercados cien años después

Rosario Ramos Salas

Llegar a la Alianza un domingo a las 12 del día es encontrar un bulevar Revolución embotellado de camiones que avanzan con lentitud hasta la calle Viesca, en donde se detienen y bajan y suben pasaje. La Viesca es la entrada principal de la Alianza que a esa hora se ve invadida por una multitud que llega para hacer la compra semanal.

En otro tiempo la Viesca lucía despejada, sin vendedores en el centro de la calle. Ahora lo primero con lo que uno se topa a la mera entrada es con puestos de todos los antojitos inimaginables: ofrecen tacos de buche, adobada, gorditas, carnitas y chicharrones. Trato de caminar calle adentro, abriéndome paso entre la gente.

Aparecen los tradicionales pajareros que hacía mucho no veía cargados con sus jaulas, apiladas en una alta torre, me topo con cargadores que llevan la mercancía en diablitos, otros en camionetas y los más creativos en carritos de supermercado. Esquivo perros, eloteros, clientes y suciedad. La calle principal de la Alianza está completamente techada, pero con grandes hules de todos colores, mantas o láminas.

La calle prácticamente ha desaparecido. Hay puestos de mercancía pirata, máquinas tragamonedas donde los chiquillos se entretienen mientras las mamás compran, los yerberos abundan, los puestos de frutas y verduras siguen a los lados de la calle, tortillerías, venta de tenis y zapatos, pañales desechables, juguetes, comida para animales, cómics, queserías, frituras, abarrotes, huevo, frutos secos. ¡Qué no se vende en la Alianza!

Al fondo, la calle se convierte en mercado de ropa, una construcción que fue techada hace algunas Administraciones y se le puso piso de loseta. Los puestos están uno tras otro con la misma mercancía, en callejoncitos angostos, hasta desembocar en la calle donde está el torreón que le dio nombre a nuestra ciudad. Ahí donde está ubicado el Museo de Sitio del Torreón.

Por el lado del Revolución los vendedores de Villa Juárez lo han tomado como mercado y sin ningún orden se instalan día a día en especial los domingos, a un lado y otro del bulevar en camionetas y puestos ambulantes.

Es difícil pensar que en cien años no ha habido Administración municipal ni ciudadanos capaces de arreglar dignamente nuestro primer mercado. ¿Qué ha faltado? Voluntad, esfuerzos coordinados, tenacidad, proyectos atractivos donde todos se beneficien.

En el Torreón de los inicios no había otro mercado más que la Alianza. La población entera debió haber concurrido a ese lugar de mercadeo.

Recuerdo haber acompañado a mi mamá cada martes muy de mañana. Era un lugar más limpio, donde las clases sociales se perdían. Había niños que se ofrecían para cargar la canasta del mercado. Los marchantes, unos más prósperos que otros. Los primeros tenían su puesto bien instalado y con productos exhibidos sobre mesas, los más pobres vendían sobre un tendido en el suelo y ofrecían escasa mercancía. Mis recuerdos son muy vivos, tal vez por tantos olores y colores diferentes.

El mercado nació con la ciudad, pero no se pensó como mercado; no hubo planeación, ni se construyó un edificio apropiado, simplemente los vendedores se instalaron con sus productos. Desde entonces ha sido un mercado disperso, desordenado, incómodo y sucio. Es curioso cómo sigue en el mismo lugar donde la ciudad comenzó.

En el mismo recorrido de los martes, luego de terminar con los marchantes de la Alianza, pasábamos al Mercado Juárez, el segundo mercado más antiguo, el cual comparado con la Alianza era moderno, higiénico y ordenado. Se trataba no del Juárez original, ése, inaugurado en 1907, el año en que Torreón se erigió como ciudad, se había quemado en 1929, por lo que en 1932 se construyó el actual, en el mismo lugar.

Entrábamos directo a la carnicería, ubicada por la entrada central de la Juárez hacia la izquierda; ahí, mamá pedía los kilos o medios de bistec, cuete y chamberete para el cocido. A la salida, sobre el pasillo central pegada a la pared de una tienda, era obligado detenerse con aquella señora que, la recordarán quienes crecimos en aquellos años, estuvo eternamente sentada en el suelo, vendiendo tortillas calientitas, recién hechas. Recuerdo que era ciega y tenía los ojos gachos. Comprábamos las tortillas y antes de regresar a casa, había que entrar al pan, a la Reynera frente al mercado y terminar con los chinos, en la tienda de abarrotes de la esquina.

En 1915 se abrió el Mercado Villa, frente a la Presidencia Municipal y mucho más tarde el Madero, pensados por el crecimiento natural de la ciudad. Sin embargo, ambos mercados, junto al Juárez se han ido quedando vacíos, abandonados por sus locatarios que no venden lo suficiente para sobrevivir.

Hace cien años la forma de comerciar las mercancías de consumo diario era en mercados tipo la Alianza, instalados cerca de las líneas de los ferrocarriles para facilitar su descarga. Actualmente la vida moderna y rápida nos hace buscar lugares más accesibles, aunque sean más caros. Desde que importamos la noción de supermercado, todo bajo un mismo techo, más cómodo, higiénico y seguro, se abandonó la costumbre de ir a los mercados.

Pero mi incursión en la Alianza me hace constatar que muchas personas siguen fieles a la Alianza, a donde llegan en camiones suburbanos provenientes de ejidos y poblaciones cercanas. En los años setenta cuando se construyó el mercado de Abastos se pensó que la Alianza quedaría vacía. No fue así, la Alianza sigue tan viva como cuando inició, en el mismo lugar, junto a las vías.

El día que fui me preguntaba cuánto dinero no se mueve, cambia de manos, circula, algo que habla de que la economía está viva y que hay dinero. También me pregunté si los locatarios se han organizado para coordinarse con la autoridad y poder transformar su mercado en un lugar digno, atractivo, cómodo, que además sea atracción turística como lo es en otras partes del mundo. Ejemplos hay muchos, como el mercado de la Boquería en Barcelona sobre las famosas Ramblas, Fulton Market en Boston, el mercado de la paja en Florencia que no son sólo mercados y comercio, sino también ganchos para atraer turismo, son paseos y lugares de esparcimiento y cultura.

Habría que pensar en cómo proyectar a la Alianza dentro de un corredor cultural-peatonal que incluyera desde la Casa del Cerro, hasta el Museo del Torreón. Embellecer el espacio, acrecentar su potencial comercial, dotarlo de estacionamiento y área peatonal. Seguramente sería un éxito para todos. Se puede intentar. La ciudad y el centenario lo valen.

garzara1@prodigy.net.mx

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