Con frecuencia las cosas que nos preocupan hablan de nosotros más que nuestras palabras. Hay quienes cada día invierten horas en arreglar su maquillaje, peinarse y repeinarse, elegir la ropa, preocupándose en forma obsesiva, no tanto de que les quede bien o les haga sentir confortables, sino por que la combinación de colores no rebase los límites establecidos por el buen gusto y que el ajuar en cuestión corresponda a lo que los cánones de la moda indican para cada día, mes y hora.
Otros son incapaces de iniciar sus labores sin leer el horóscopo y saber qué les depara las estrellas. A muchos les angustia subir de peso, así sea pocos gramos; a otros no saber lo que va a pasar en la telenovela de ese día o peor, quedarse a medias con el chisme que involucra a los pomposamente llamados ?famosos? (?), aunque les tiene sin cuidado que en la escuela se cumplan los programas, que bajen los precios del petróleo, que aumente el índice de suicidios juveniles o que la hija adolescente ande fuera de casa a las cuatro de la madrugada.
De algún modo, nuestras preocupaciones nos definen, denotan la escala de valores conforme a la cual nos movemos, que eventualmente será la de nuestros hijos.
Con las naciones y los gobiernos pasa lo mismo; para muestras, mire usted los diarios de la semana que termina y verá cuáles son las noticias destacadas en cada lugar. Por ejemplo, durante toda la semana los mexicanos tuvimos oportunidad de conocer por todos los medios la lista de jugadores que integrarán la selección de Hugo Sánchez y con ello, las opiniones polarizadas de los comentaristas que se mueven entre el amor y el odio ?pero sin términos medios? para destacar las virtudes de quien ha sido el mejor representante del futbol nacional en el extranjero o para regodearse en sus defectos y pronosticar un fracaso que, a juzgar por el énfasis de la nota, les haría sentir felices.
Por su parte, el otro Hugo (el venezolano con aspiraciones de Mesías latinoamericano, que cada día trabaja en su propia mitificación como paladín de la patria y da un paso más para consolidarse como jefe supremo, único y absoluto, mezcla de Big-Brother y sumo pontífice que sintetiza en su desagradable figura los modelos de las peores dictaduras del siglo pasado), en un discurso también obsesivo y tan pasado de moda en forma y contenido, como en el tono declamatorio con que lo pronuncia, parece haber resumido todas sus preocupaciones en México y el presidente Calderón, a quienes no cesa de insultar con opiniones tan irresponsables como descalificadas, o comentarios y consejos que nadie le pide, que lo único que revelan es su frustración por no haber podido triangular junto a Castro y López Obrador el futuro que proyectaba para América Latina y del que, a no dudarlo, como mínimo se proclamaría emperador.
Qué bien le caería una ley del hielo aplicada en forma de silencio total respecto a su persona y sus palabras. Igual que al inefable ex presidente Fox, que sin aprender la lección tantas veces repetida, sigue pifiando en cuestiones de literatura y cultura general, ofreciéndonos la tela y las tijeras para recortarlo en diarios, noticieros y toda clase de comunicados que cedieron sus espacios para tan lamentable exhibición. ¡Tan fácil que es cerrar la boca!
Otras preocupaciones nacionales fueron, obviamente, las del aumento de la tortilla y su efecto en la supervivencia de los mexicanos, así como la marcha de protesta que una vez más dispuso de las calles de la capital y otras poblaciones, al llamado de Hernández Juárez y el columpio de AMLO y sus secuaces. ?Sin maíz no hay país?, pudimos escuchar en el colmo de la exageración y el ninguneo, promovidos por quienes todavía se niegan a aceptar su derrota política y no reparan en tergiversar la realidad, con tal de encender el ánimo de las fuerzas vivas, provocando una psicosis de carestías que, sin ser reales, provocan incertidumbre y desconfianza.
De no ser por la atención que acaparó Niurka con sus fotografías al desnudo (otra preocupación nacional), todavía estaríamos con el lanzamiento de tortillas de Fernández Noroña ?tan fino él? a la cabeza de los ministeriales.
Ésta es una panorámica muy breve de nuestras preocupaciones y ocupaciones de la semana. ¿Para qué pensar en el sobrecalentamiento global y sus probables consecuencias y en el cumplimiento o no del Protocolo de Kyoto? ¿O a quién le preocupa el consumo excesivo de cigarrillos y refrescos, cuando unos y otros fueron autorizados por el Congreso, después de una mínima alza de impuestos (y una máxima tranza con las compañías productoras y comercializadoras, rematada con el viaje internacional de los legisladores involucrados)?
Pues resulta que éstas sí son preocupaciones graves que no estamos teniendo y que, aunque fuera por imitación, debiéramos compartir con los países del primer mundo que se mantuvieron desvelados y en acción los últimos días, promulgando leyes contra el uso del cigarro en lugares públicos y llamando la atención de la población mundial al apagar las luces de sus máximos símbolos arquitectónicos y turísticos, como preludio a la publicación del cuarto informe del Panel Intergubernalmental sobre el Cambio Climático (IPCC) que tuvo lugar ayer.
En efecto, se confirmó lo que ya sospechábamos: el acelerado calentamiento global que nos trae de un ala con los cambios de temperatura, las inundaciones y huracanes cada vez más devastadores, es el resultado de la actividad humana, particularmente debido al uso excesivo de combustibles fósiles y las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y demás gases de efecto invernadero y en términos generales, a las agresiones al ambiente que realizamos desde nuestras modestas personas.
Como terrícolas que somos, los mexicanos no podemos deslindarnos de lo que ocurre con el planeta. Cada día sentimos las repercusiones de esa contaminación colectiva que no sólo ensucia el aire e irrita los ojos, sino que realmente tiene en crisis el destino de todos los que ahora vivimos y los que han de nacer mañana.
Es posible que el grado de preocupación sea proporcional al de culpa y por eso los países más industrializados, los que no han sido capaces de cumplir con lo pactado en el Protocolo de Kyoto sean los más alarmados y estén emprendiendo acciones correctivas al daño tan serio que han causado; sin embargo, eso no nos quita la responsabilidad ni nos hace inocentes. Igual que la gota de agua que, continua, forma un río, o como el batir de alas de la mariposa con repercusiones cósmicas, nuestras acciones, por mínimas que sean, pueden precipitar el fin o contribuir a detenerlo. Pero el asunto parece tenernos sin cuidado: seguimos defendiendo nuestro derecho a fumar donde nos dé la gana, sin importarnos que el humo penetre a los pulmones de quienes nos rodean, especialmente niños y jóvenes, afectándolos irremisiblemente. En los centros escolares se prohíbe la venta de tabaco, pero no su consumo en oficinas, patios, cafeterías y salas de juntas. Los legisladores analizan el problema mientras fuman y muchos médicos exhalan humo cuando diagnostican al paciente; los restaurantes marcan absurdamente zonas de fumar y no fumar, separándolas por una línea imaginaria que nada puede filtrar. Las leyendas impresas en las cajetillas y las estadísticas que se publican evidenciando los daños del tabaco a las vías respiratorias, al sistema cardiovascular y su relación con diversos tipos de cáncer, no son suficientes para detener al fumador empedernido, al contrario. De hecho, además de delincuente ambiental y social, puesto que satisfaciendo su vicio arriesga la salud ajena, el fumador es también un delincuente civil, ya que las consecuencias de su vicio ?en él y en los demás? redundan a la larga en severos gastos de Gobierno para programas hospitalarios y de salud que bien podrían evitarse. De plano, si esto no merece nuestra preocupación, entonces tampoco lo merece el acaparamiento del maíz, la extradición de los capos ni los bonos sexenales reclamados por el SNTE.
Nos guste o no, estamos obligados a reaccionar y a poner nuestro grano de arena en la lucha por recobrar el equilibrio perdido, sin pensar que las acciones individuales carecen de sentido. Un cigarrillo menos que se encienda, un automóvil que se afine, el uso de un filtro que en la empresa familiar detenga la emisión de CO2 bastan para que preocuparnos valga la pena, pues tal vez hemos salvado al mundo.
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