Las plañideras eran aquellas mujeres que en la antigüedad eran contratadas para asistir a los funerales a llorar, pues aunque usted no lo crea se les pagaba por gemir y lamentarse, y en proporción directa al salario y la prominencia del difunto se elevaban los ayes y los lacrimosos berridos hasta alcanzar decibeles de terror.
El futbol mexicano se ha llenado de lamentaciones en torno a un tema añejo pero no por ello menos importante y actual: el arbitraje.
Las modernas plañideras vierten lágrimas cuando su equipo pierde y el objeto más a la mano para endosar culpas y errores es el juez en turno, a quien se acusa implacablemente de los más diversos delitos, que van desde la prepotencia, la ignorancia reglamentaria, sin dejar pasar las famosas consignas en contra de tal o cual plantel, las que desaparecen como por arte de magia en el momento que ese equipo se reencuentra con la victoria.
Por supuesto que el arbitraje mexicano dista de ser perfecto, ningún quehacer humano lo es, pero querer aprovechar esta crisis coyuntural de talento y preparación para llevar agua al molino y distraer la atención de los propios errores constituye no sólo un acto de ligereza sino una gran irresponsabilidad.
La solución a este galimatías en que se ha convertido el arbitraje en nuestro medio no es sencilla ni un asunto menor, pero en buena medida esta crisis ha sido provocada por los mismos dirigentes que hoy rasgan sus vestiduras, algunas de ellas carísimas, al dejar al gremio de los de negro en el peor abandono, que es la indiferencia, y cuando le han metido mano, desafortunadamente han errado.
La Comisión de Árbitros que preside Aarón Padilla debe recibir un apoyo irrestricto, y para ello deben tomarse medidas dentro de la propia Federación para proteger no a los silbantes sino la credibilidad del juego mismo. No entienden estos pateadores de pesebre que el día que logren convencer a la gente de que el balompié está podrido se les acabará el negocio.
Las medidas a que hago referencia y que pongo a consideración de usted, amable lector, son las siguientes:
Abolición inmediata de la designación por computadora, volviendo al tradicional sistema de asignación directa de los partidos en base a capacidad y currícula del silbante en turno.
Buscar un instructor de buen perfil para capacitar a los jueces e implementar un curso para conseguir mejores profesores a futuro, sobre todo en el interior de la República.
Convocar a una especie de ?pacto de civilidad? donde aquel directivo, director técnico o jugador que acuse sin pruebas al arbitraje sea severamente sancionado.
Instar a entrenadores y dirigentes a iniciar una cruzada para combatir la indisciplina rampante en los terrenos de juego de nuestro futbol y no fomentarla con actitudes proteccionistas al jugador.
Impartir un curso para árbitros jóvenes, donde el criterio de selección sea tan rígido que los aspirantes estén dispuestos a pagar el precio de dirigir en Primera División.
Hacer un censo real de los jueces profesionales, jerarquizarlos y hacerlo público para conocer cómo están ranqueados dentro de la propia Comisión.
Es hora de dejar de llorar y ponerse a trabajar, so pena que el siguiente entierro al que acudan estas plañideras sea el del futbol mexicano.