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Las subastas de los Kennedy

EL UNIVERSAL

La mecedora del presidente John F. Kennedy no era nada espectacular, pero sí cómoda y le ayudaba a soportar su crónico dolor de espalda. En ella, el político, icono de su país, se sentaba a escribir muchos de sus discursos.

Esa mecedora de roble ocupaba un rincón de la casa de descanso que en 1956 el entonces senador compró en Cape Cod, la península situada frente a Boston. Allí disfrutó con frecuencia de días tranquilos en compañía de su esposa, Jacqueline Bouvier, y de sus hijos John Jr. y Caroline.

El mobiliario de la residencia era de madera clara; las cortinas, de cretonas estampadas y el servicio de mesa, de loza blanca...

Para el 15 de febrero de 2005, los Kennedy se habían convertido en objeto de culto, pero junto con ello, en sombra, en pasado. Y un comprador anónimo se hizo de la mecedora del que ha sido el presidente más carismático de Estados Unidos, a un costo de 96 mil dólares (más de 960 mil pesos), en una subasta de mobiliario, arte, joyas y objetos personales de la que en su tiempo fue llamada “la familia real” estadounidense, que organizó la casa Sotheby s, de Nueva York.

Cape Code no era el único refugio veraniego de los Kennedy. Tenían otras casas en Martha s Vineyard, New Jersey, Virgina y Nueva York. Todas ellas amuebladas sin ostentación, pero con delicado gusto, por Jackie.

Al morir su madre y luego su hermano, Caroline, la única descendiente viva del presidente asesinado en 1963, estuvo pensando qué hacer con todas aquellas propiedades y decidió vender casi todo lo que había en ellas.

La primera subasta de objetos de los Kennedy se efectuó en 1996 y recaudó 34.5 millones de dólares (casi 350 millones de pesos), gracias a piezas como el anillo de compromiso de Van Cleef and Arpels que el armador griego Aristóteles Onassis regaló a su futura esposa, Jacqueline Kennedy.

Un comprador no identificado pagó por la joya valuada en 40 mil dólares (poco más de 400 mil pesos) la suma de 2 millones 400 mil dólares (más de 24 millones de pesos).

El aura de los Kennedy hizo también que alguien pagara casi 600 mil dólares (más de 6 millones de pesos) por una cigarrera de plata. Y la bolsa de palos McGregor que usaba JFK, estimada en 700 dólares (poco más de 7 mil pesos), se vendió en 772 mil (7 millones 800 mil pesos).

Según informó Caroline en la víspera de la subasta: “He dado todo lo que tiene más significado histórico a la Fundación de la Biblioteca John F. Kennedy, al tiempo que me quedé con cosas que tienen un valor sentimental para mí”. Se hizo saber que una parte del dinero recaudado, incluida la venta del catálogo, se destinaría a la citada fundación, así como a organizaciones caritativas.

Las subastas permitieron asomarse al universo personal de los Kennedy. Los ávidos ojos del público se posaban en las sillas de mimbre, las mesas de juego, la estantería con la colección de cristal bostoniano de Jackie, las conchas y caracoles recogidos por ella en la playa, platos y hasta saleros.

En las diferentes salas de Sotheby s se recrearon salones, dormitorios y hasta los establos que tenían los Kennedy en su casa de Virginia, donde todavía en los años 90 Jackie pasaba temporadas para montar a caballo. Se pusieron a la venta mantas, toallas, batas y un baúl de aluminio con las iniciales J.O.K., cuyo precio de salida fue de mil dólares.

En general, y “para que todo mundo pudiera llevarse un recuerdo de la familia Kennedy”, los precios de salida oscilaron entre los 75 dólares (poco más de 750 pesos) por uno de los jarrones de cristal que coleccionaba Jacqueline Kennedy Onassis, y los 40 mil dólares (más de 400 mil pesos) por el torso de una diosa de origen camboyano que data del siglo XI.

Para la subasta de 2005, Sotheby s reprodujo en sus instalaciones incluso los cuartos privados del presidente Kennedy y su esposa en la Casa Blanca. En sus interiores se veía una acuarela del mandatario en su embarcación de la infancia y en el cuarto de los niños, un cuadro de “101 Dálmatas” firmado por Walt Disney y dedicado para John Kennedy junior.

En 1996, Dedé Brooks, entonces CEO de Sotheby s, organizó la venta de la colección Jackie Kennedy, que resultó un gran fenómeno de marketing. Los lotes superaron las estimaciones y se vendieron todos. En la jerga de las subastas, semejante suceso se llama “remate de guante blanco”.

El contenido del elegante departamento que Jackie Kennedy Onassis ocupó hasta su muerte en la Quinta Avenida y la calle 85 de Nueva York, también cambió de manos. Diseñado por la famosa decoradora Rosario Candela en los años 20, estaba ambientado con alfombras persas, miniaturas indias, dibujos de Sargent (1856 – 1925) el retratista de más éxito en su época, y muebles franceses.

Después de las subastas de los objetos de sus padres, Caroline Kennedy se deshizo también de los inmuebles donde había pasado su niñez y adolescencia, incluida la casa que su madre compró en 1979 en Martha s Vineyard, en la costa este de Estados Unidos.

La residencia veraniega tenía una gran terraza, patios interiores y pérgolas. En las paredes, pintadas de blanco y terracota, su dueña colgó su colección de pájaros originales de la región, pintados por el gran naturalista de Key West: John Audubon.

De esa casa se extrajeron, entre el resto de mobiliario y objetos personales, las maletas Louis Vuitton y la “hatbox”, la clásica valija para sombreros, accesorio que Jackie Kennedy convirtió en marca registrada.

El 25 de julio de 1997, la prensa mundial dio la noticia de que la avioneta que conducía John Kennedy Jr., de 37 años, se había desplomado en el mar, frente a la isla Martha s Vineyard, en las cercanías de Long Island. Junto con John John fallecieron su mujer, Carolyn Bessette, y su cuñada, Lauren.

Una parte de la fortuna personal de 100 millones de dólares (mil millones de pesos) se entregó, como compensación, a la familia de Carolyn.

Entonces, de la familia del presidente Kennedy sólo quedó Caroline, que tenía seis años cuando sepultaron a su padre, y 36 cuando asistió al sepelio de su madre. A los 41, vivió la pena de perder a su hermano. Hoy con 51 años, lleva una discreta vida al lado de su marido, el interiorista Edwin Schlossberg y sus tres hijos.

Ahora, cuando se cumplen 44 años de su asesinato, quedan muchos testimonios del paso del presidente Kennedy por este mundo. Hasta en la ciudad de México hay un conjunto habitacional que lleva su nombre. Luego está el Aeropuerto Kennedy, en Nueva York, y el Centro Espacial John F. Kennedy, en Cabo Cañaveral, por citar sólo algunos.

También sobrevive la canción “Sweet Caroline”, escrita por Neil Diamond en honor de su única hija.

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