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Lección del fuego

Addenda

Germán Froto y Madariaga

Dedicado a Victoria Martínez, que es una inmensa llamarada.

Somos seres sociables por naturaleza. Tendemos a reunirnos con afines para hacernos más grata la vida.

Desde que tengo uso de razón, he buscado reunirme con amigos afines. Desde los años del colegio, buscábamos el cobijo de la parvada de chamacos para disfrutar las horas del recreo.

Mis amigos más antiguos provienen de esa época y me ufano de conservar contacto con un buen número de ellos.

Los años posteriores no son la excepción. Menos los de la Universidad, en la que nos reuníamos, lo mismo a conversar sobre temas de derecho que a estudiar para los exámenes.

Al mismo tiempo, acudía a las mesas de café donde se reunía un selecto grupo de amigos; hasta la fecha lo hago.

Ahí se aprenden muchas cosas y se pasa el tiempo de manera muy divertida.

Alguien debería escribir la historia de las tertulias en los cafés de la región y no se diga la de las cantinas y bares.

Recuerdo de manera especial, las reuniones en el desaparecido “Apolo Palacio”, así como las de “La Rambla” y ahora las del “Calvete”.

Aquéllas las que llegué a ir como invitado de mi suegro, don Ernesto, en el casino, mejor conocida como “la mesa de las doce treinta”.

Algunas se mantienen hasta la fecha, como la del “Calvete”. Otras han desaparecido o han cambiado de integrantes. De hecho es muy agradable ver a los amigos llegar con sus hijos y que éstos se integren a las conversaciones de los antiguos miembros. La sangre joven siempre será bienvenida donde quiera.

Parece ocioso, pero debe uno procurar la cohesión del grupo. Digo esto porque no faltan las desavenencias y las confrontaciones, por motivos diversos.

La comprensión y la tolerancia son fundamentales cuando avanzamos en edad.

Por eso me gustó mucho la lección que a continuación narraré, porque simboliza todo cuanto nos dan estos grupos.

Como el título de estas líneas, la historia se titula: “La lección del fuego” y consiste en lo siguiente:

“Después de alguna semana, un amigo de aquel grupo decidió visitarlo. Era una noche muy fría.

El hombre que regularmente asistía a las reuniones de amigos, sin aviso dejó de participar en sus actividades.

El amigo lo encontró en la casa, solo, sentado delante de la chimenea, donde ardía un fuego brillante y acogedor.

Adivinando la razón de la visita de su amigo, le dio la bienvenida, lo condujo a una silla grande cerca de la chimenea y se quedó quieto esperando.

Se hizo un gran silencio. Los dos hombres sólo contemplaban la danza de las llamas en torno a los troncos de leña que ardían.

Al cabo de algunos minutos, el amigo examinó las brasas que se formaron y cuidadosamente seleccionó una de ellas, la más incandescente de todas, empujándola hacia un lado.

Volvió entonces a sentarse, permaneciendo silencioso e inmóvil.

El anfitrión prestaba atención a todo, fascinado y quieto.

Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó, hasta que sólo hubo un brillo momentáneo y su fuego se apagó de una vez.

Al poco tiempo, lo que antes era una fiesta de color y luz, ahora no pasaba de ser un negro, frío y muerto pedazo de carbón recubierto de una espesa capa de ceniza grisácea.

Ninguna palabra había sido dicha desde el protocolar saludo inicial entre los dos amigos.

Antes de prepararse para salir, manipuló nuevamente el carbón frío e inútil, colocándolo de nuevo en el medio del fuego.

Casi inmediatamente se volvió a encender, alimentado por la luz y el calor de los carbones encendidos en torno a él.

Cuando alcanzó la puerta para salir su anfitrión le dijo: “Gracias por su visita y por su bellísimo sermón.

“Regresaré al grupo de amigos, que tan bien me hace”.

La reflexión que forma parte de la misma lección, es la siguiente:

A los miembros de un grupo vale recordarles que ellos forman parte de la llama y que lejos del grupo, pierden todo su brillo. A los amigos vale recordarles que ellos son responsables de mantener encendida la llama de la amistad en cada uno de los miembros y de promover la unión entre todos ellos, para que el fuego sea realmente fuerte, eficaz y duradero”.

Y así también sigo deseando que: “Hasta que nos volvamos a encontrar Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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