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Líbano no consigue calma a un año de guerra con Israel

La guerra que estallara hace un año entre Israel y la organización shiita pro-iraní Jezbolá no fue la primera, ni será la última. Más allá de los muertos (cerca de mil en Líbano y unos 160 en Israel) y de los destrozos materiales a ambos lados de la frontera, probablemente el peor resumen que se pueda hacer hoy es que el peligro no ha pasado. (Archivo)

La guerra que estallara hace un año entre Israel y la organización shiita pro-iraní Jezbolá no fue la primera, ni será la última. Más allá de los muertos (cerca de mil en Líbano y unos 160 en Israel) y de los destrozos materiales a ambos lados de la frontera, probablemente el peor resumen que se pueda hacer hoy es que el peligro no ha pasado. (Archivo)

EFE

La inmensa destrucción causada por las tropas judías es una herida abierta.

Un año después de la guerra no declarada contra Israel, el Líbano no consigue encontrar la calma, y prosigue su reconstrucción entre una inestable situación política y el combate contra los radicales islámicos en el norte del país.

La inmensa destrucción causada en esta guerra aún es una herida abierta en un país que trataba de resurgir después de quince años de guerra civil, 22 de ocupación israelí en el sur y tres décadas de omnipresencia siria.

El 14 de agosto, el día en que Israel abandonó el territorio libanés, quedó un país devastado y arruinado, además de más de mil 200 muertos, cinco mil heridos y casi un millón de desplazados.

La reconstrucción de las viviendas avanza de forma lenta y desigual en las áreas meridionales, bombardeadas por Israel por mar, aire y tierra durante 34 días ininterrumpidos, así como en los barrios del sur de Beirut.

Sin embargo, la reconstrucción de las infraestructuras ha avanzado de forma más rápida.

De los 91 puentes que fueron arrasados, 51 ya han sido reconstruidos y la red eléctrica ha sido reparada en gran parte del territorio, aunque de manera deficiente.

Asimismo, 791 colegios de los 862 dañados han sido rehabilitados, así como las cinco pistas del aeropuerto y dos de los tres depósitos de carburantes destruidos.

Respecto al medio ambiente, la contaminación del mar continúa en algunos lugares tras el bombardeo israelí de los depósitos de carburantes de la central eléctrica de Jieh, cerca de Beirut.

Mientras, el suelo libanés sigue sembrado de restos de bombas de fragmentación, lanzadas por Israel, sobre todo, en los últimos días de la guerra.

“Todos los esfuerzos de reconstrucción y por volver a la normalidad se ven obstaculizados por el problema de las minas de fragmentación, alrededor de un millón sin estallar, lo que complica e impide que la gente vuelva a los campos y a sus casas”, relató Cyrien Fabre, director general de la ayuda humanitaria de la UE.

Por su parte, el Fondo de la ONU para la Infancia (UNICEF) expresó su preocupación por el impacto sicológico de la guerra en los niños libaneses.

“La capacidad de los niños libaneses para recuperarse y avanzar se ve seriamente afectada por la continua amenaza de inestabilidad política y de seguridad en ese país”, según la UNICEF.

Por su parte, Amnistía Internacional ha denunciado en un informe que ni Israel ni el Líbano han iniciado investigaciones sobre los crímenes de guerra cometidos durante el conflicto del verano pasado e insiste a la ONU que indague a este respecto.

El detonante de la guerra, el pasado 12 de julio, fue la captura de dos de soldados israelíes por el grupo shii Jezbola, pero éste asegura que Israel ya tenía planes para atacar el Líbano como parte de su estrategia para la región.

Para el diputado Samir Franyie, la contienda del verano trajo dos derrotas: “la del Ejército israelí, que fracasó en alcanzar los objetivos fijados, y la de Jezbola, que se vio obligado a aceptar el despliegue del Ejército y el refuerzo de las Fuerzas de la ONU (FINUL) en el sur”.

En este contexto, la polarización política mantiene paralizado al país desde noviembre, cuando seis ministros, cinco de ellos shiies, dimitieron del Ejecutivo del primer ministro, Fuad Siniora, y exigieron un Gobierno de unidad nacional.

La crisis propició la acampada que Jezbola y sus aliados mantienen en pleno centro de Beirut y la parálisis política de un país que se dirige incierto a las elecciones presidenciales, previstas para septiembre.

Además, este clima ha favorecido la proliferación de enfrentamientos y atentados en distintas partes del país que han contribuido a crispar aún más los ánimos y tensar la situación.

Prueba de ello es el asedio sobre el campo de refugiados palestinos de Nahar al Bared, donde los milicianos radicales suníes del grupo Fatah al Islam permanecen atrincherados desde el pasado 20 de mayo.

Las tropas libanesas perdieron ayer a otros dos soldados en un conflicto que, según fuentes militares, se aproxima al asalto final.

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Escrito en: Líbano

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