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Libertad| Diálogo

Yamil Darwich

Dice Carlos Llano Cifuentes, catedrático universitario: “el hombre huye del riesgo, que es lo mismo decir: tiene miedo a la libertad; prefiere ser masa receptiva que factor individual de pensamiento crítico o creativo”. Así describe uno de nuestros serios problemas: continuamos perdiendo la libertad.

Hoy, para la mayoría, alcanzar éxito significa tener el poder que da el dinero, estar en posibilidades de consumir y hacer lo que la moda dicta, olvidando aquello que verdaderamente nos acerca a la felicidad.

En estos tiempos posmodernos, pensamos que libertad es hacer lo que nos venga en gana sin evaluar consecuencias; a los más jóvenes, les enseñamos sobre la sexualidad y detrás del conocimiento técnico y científico viene la aplicación práctica: tener una vida sexual activa, incluido el coito sin compromiso, por ejemplo.

Igual sucede con el adulto joven, que piensa cómo mantener un tren de vida con base a comprar autos, ropa de moda, viajes de placer y sensualidad. Ha olvidado lo que se pregonaba: ser útil a la sociedad y buscar el bien común, humanismo que no debemos confundir con la posición extrema del sacrificio y martirio.

Pocos reflexionan sobre la auténtica libertad, aquella que permite hacer lo que queremos responsablemente, para nosotros y los demás. La verdadera felicidad tiene que ver con sentirse bien síquica y fisiológicamente.

Un problema actual y frecuente es el “burnout”, algo así como “estar quemado”, con síntomas de cansancio, fatiga persistente, insomnio, depresión y sensaciones de infelicidad sin identificar claramente la causa. Se pierden muchos millones de pesos con la baja productividad de quienes padecen éste mal.

Lo grave: muchas personas no podemos identificar la causa de esos estados perniciosos; aún más, somos incapaces de darnos cuenta del deterioro emocional.

El propio Dr. Llano dice: “Es una lástima que el hombre moderno, en su insaciable ser de independencia, no haya sabido sacar partido de esta autonomía del espíritu sobre la materia. La acción de querer ha perdido hoy su apertura omnípoda e irrestricta, con la posesión de bienes materiales –querer tener– y con la posible operación humana de consumir –querer hacer–. Sin duda que el hombre ha cambiado su libertad, de ‘poder ser’ por la de ‘poder tener’ y ‘poder hacer’”.

Uno de los yerros de nuestro tiempo es cambiar las preguntas: ¿qué es lo que quieres?; por: ¿quién eres? y ¿qué es lo que tienes?

Lástima que los humanos, en nuestro deseo por alcanzar lo que creemos independencia, no hayamos podido satisfacer al espíritu y sobreponerlo a lo material. Hemos limitado nuestro concepto de “ser libres” por el de “tener y poder hacer”, perdiéndonos “el ser”.

Aquí debo reconocer que la educación moderna, particularmente la superior, ha influido en crear la confusión cuando nos hemos dedicado a motivar a los estudiantes a “saber para tener” y no “aprender para servir”; algunas universidades han buscado solamente instruir –en el sentido de capacitar en lo tecnocientífico–, más redituable por evitar costos de materias impartidas del tipo formativo, desatendiendo su grave responsabilidad de participar en la educación integral del ser humano –hacer emerger lo mejor de cada quien–. Lo malo es que los adultos, por negligencia, somos sus cómplices. Trágico, ¿verdad?

El resultado: el alejamiento del sentimiento de felicidad; cada día más personas trabajan en actividades generadoras de insatisfacción y lo peor, haciendo labores que demeritan su ego; como el médico, inconforme por la calidad de su trabajo, por el exceso de carga en medios institucionales; o el abogado, quien debe recurrir a sobornos para hacer avanzar el procedimiento legal; o el arquitecto, cuando usa materiales que no son los mejores, a fin de abatir costos.

Este problema es una paradoja del siglo XXI: entre más nos adentramos en el conocimiento de la ciencia y la técnica, más nos separamos del fin humanista en su uso. Por favor incluya a todos los habitantes del planeta: los ricos, que deben luchar por mantener su riqueza a costa de descuidar el espíritu; los pobres, que no cuentan con los recursos para poder agenciarse los beneficios de los adelantos modernos.

Unos y otros estamos perdiendo la libertad verdadera, aquella que genera felicidad.

Permítame compartirle un pensamiento de Fernando Sabater, que se refiere a lo tratado en esta entrega: “Haz lo que quieras, pero ¡cuidado! solamente lo que quieras, no lo que te impongan las modas, la publicidad tramposa, los pésimos ejemplos que a diario se nos presentan, las coacciones sociales, lo que atropelle a tu prójimo, lo que invada los territorios de tus otros familiares, lo que te dañe o lo que vaya contra la vida. Haz lo que quieras, pero antes de hacerlo, encárgale a tu mente que le pregunte a lo mejor de tu corazón: corazón mío, ¿qué es lo que realmente quieres?”. ¿Usted qué piensa al respecto?

ydarwich@ual.mx

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