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Líderes eternos| Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“No hay hechos eternos así como no hay verdades eternas”.

Friedrich Nietzsche

no es nada personal. Elba Esther Gordillo puede ser una buena o mala dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. El problema no es ése sino pensar que un dirigente, cualquier dirigente, pueda quedarse a cargo de un sindicato de manera indefinida. La decisión de Gordillo de convertirse en líder vitalicia del SNTE es, aunque sólo fuera por eso, inaceptable.

Casi todos los líderes sindicales empiezan su carrera afirmando tener las mejores intenciones de luchar por el beneficio de los trabajadores. Incluso llegan a cuestionar las reelecciones de quienes los preceden en los cargos de mando. Pero una vez que llegan al poder olvidan todo y sólo piensan en eternizarse en él.

La maestra Elba Esther no es la primera líder sindical que busca encabezar de forma vitalicia su sindicato. En el medio mexicano, de hecho, lo más común es que los líderes sólo dejen sus oficinas en un ataúd.

Eso le ocurrió a Fidel Velázquez, quien en 1941 asumió la secretaría general de la CTM y salvo un periodo de tres años entre 1947 y 1950, mantuvo el cargo hasta su muerte en 1997. Lo reemplazó Leonardo Rodríguez Alcaine, quien llevaba tres décadas como dirigente de los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad, para permanecer en ambos cargos hasta su muerte en 2005. No hay ninguna indicación, por otra parte, de que el actual secretario general de la CTM, Joaquín Gamboa Pascoe, piense dejar el puesto antes de su muerte.

Francisco Hernández Juárez asumió la secretaría general del Sindicato de Telefonistas en 1976 con una bandera de renovación y de rechazo a la reelección, pero desde entonces se ha mantenido en el cargo. En el sindicato minero se ha avanzado un paso más: el liderazgo ya no se pierde ni siquiera con la muerte sino que se hereda de padres a hijos. Así ocurrió, por lo menos, cuando Napoleón Gómez Sada, secretario general desde 1962, le dejó el cargo a su hijo Napoleón Gómez Urrutia al fallecer en 2002.

El problema no es personal. En casi todos los sindicatos de México los líderes se convierten en verdaderos monarcas. Estoy seguro de que si los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que tanto han cuestionado hoy la designación de la maestra Elba Esther como líder vitalicia lograran finalmente el control del SNTE también se eternizarían en el mando. El problema radica en que los sindicatos son fundamentalmente negocios y la ley laboral permite la creación de feudos personales en ellos.

Los líderes siempre recurren al concepto de “autonomía sindical” para defender sus privilegios. Pero esa supuesta autonomía sólo ha servido para acabar con las posibilidades de una verdadera democracia sindical o de un manejo transparente de los recursos de los trabajadores. Los procesos de elección de dirigentes están hechos de tal forma que benefician directamente a los líderes que ya tienen el poder. Prácticas como la elección a mano alzada en asambleas, donde se escoge a dirigentes que después son delegados a convenciones para elegir a dirigentes regionales o nacionales, tienen como único propósito preservar las estructuras de poder dentro de los sindicatos.

Algo similar ocurre con el manejo de recursos. También bajo el disfraz de la autonomía sindical, el dinero de los trabajadores se administra como propiedad personal de los líderes. Ahí está el caso de los 55 millones de dólares entregados por el Grupo México a un fideicomiso de Scotiabank para que se realizaran pagos a los trabajadores que hubieran trabajado en las plantas de Cananea y cumplieran determinados requisitos. El dinero, sin embargo, fue sustraído de ese fideicomiso para ser entregado al sindicato, que después lo administró a su manera. Por lo menos ciertas cantidades se usaron para pagar cuentas de una tarjeta personal American Express de un hijo del líder del sindicato.

No, no es nada personal. El problema no es un líder u otro sino todo el sistema. Necesitamos reformar la legislación laboral para cambiar el concepto mismo de autonomía sindical. Ésta no debe ser un simple subterfugio para que los líderes conviertan a los sindicatos en un negocio personal.

Así como los partidos políticos, que son instituciones de interés público, o los bancos, que manejan recursos del público, deben someterse a requisitos de transparencia superiores a los de las empresas privadas en otros campos de actividad, así los sindicatos, que cuentan con un monopolio constitucional para representar a los trabajadores, deben ser sometidos a reglas que garanticen el bien público.

Debemos tener una ley laboral que establezca reglas justas y claras para la elección de líderes sindicales y que obligue a que toda la contabilidad de los sindicatos sea pública. Y no sería mala idea que la misma ley prohibiera la reelección de los líderes más allá de una o dos veces. Quizá entonces tendríamos sindicatos que cuidaran los intereses de los trabajadores y no los de sus dirigentes.

¿SABOTAJE?

Es difícil saber si las explosiones ocurridas en los últimos días en ductos de Pemex en Guanajuato y Querétaro fueron realmente obra del EPR, como éste ha afirmado en un comunicado, o accidentes aprovechados por el grupo guerrillero para colocarse en el centro de la atención pública. Pero como país simplemente no podemos cerrar los ojos ante la posibilidad de que la inusitada serie de explosiones en ductos de Pemex sea producto de sabotaje.

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