EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Llamadas a Misa| Archivo adjunto

Luis F. Salazar Woolfolk

Respecto a las llamadas a Misa, dice el refrán que sólo las escucha el que quiere hacerlo, lo que lleva a concluir que se trata de una convocatoria que ni obliga ni ofende.

Al parecer algunos perredistas opinan lo contrario, pues sintiéndose agraviados por el tañer de las campañas que llamaban a Misa de doce, durante la parodia de “informe presidencial” montada por Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo de la Ciudad de México, el domingo pasado un contingente del PRD irrumpió en la Catedral Metropolitana, forzaron las puertas previamente cerradas ante la inminencia de la incursión y penetraron a su estilo, portando banderas de su causa y agrediendo de modo tanto verbal como físico a cuanta persona encontraron en el interior.

La Iglesia Católica anunció la suspensión del culto en ese templo, hasta que el Gobierno del Distrito Federal brinde las garantías de seguridad para su celebración.

La medida es de elemental prudencia, sin embargo, el jefe de Gobierno Marcelo Ebrard bajo la tesis según la cual el Gobierno está sobre la sociedad y la persona, se apresuró a condenar el anuncio argumentando que la Iglesia no puede suspender el culto sin permiso de la Secretaria de Gobernación, lo que constituye un alegato que se estrella contra la emergencia y gravedad del caso, y la necesidad de preservar la seguridad de los feligreses, con independencia del trámite burocrático que proceda.

Diversas instancias dirigentes del PRD tanto nacionales como locales, culpan de lo ocurrido a grupos extremistas de su propio partido, para salvar al conjunto del desprestigio que resulta de la reacción negativa de la ciudadanía ante este hecho preocupante.

Sin embargo, no se trata ni de un hecho aislado ni de un resultado ajeno a la postura habitual del PRD frente a diversos sectores de la Sociedad Mexicana y por el contrario, es el fruto del discurso de confrontación que mantiene el PRD frente a todo el que no le apoya de manera incondicional, llámese Iglesia, IFE, empresarios y toda clase de organismos intermedios o simples ciudadanos, que no se pliegan a los caprichos del perredismo.

Como ocurre con el déspota Hugo Chávez en Venezuela, la autollamada “izquierda” mexicana cifra su propuesta en un permanente aliento al pleito entre los diversos componentes de la sociedad y a cuenta de ello atiza el fuego de los problemas que en toda comunidad existen, en lugar de trabajar por su solución en aras de la integración y de la armonía a las que aspira todo grupo humano que quiera prosperar.

La confrontación entre ricos y pobres, la exaltación de un indigenismo de choque, la diversidad religiosa y hasta los temas como la legalización de las drogas, el aborto y las preferencias sexuales, son utilizados de manera programática y deliberada por el PRD y sus seguidores desde sus propias estructuras de partido, las posiciones gubernamentales que ostentan, las cátedras que imparten en las escuelas y las columnas de los medios de comunicación que ocupan, desde cuyas tribunas reeditan el viejo dogma marxista-leninista de lucha de clases, que en el caso busca desintegrar a la sociedad mexicana y sumirla en el conflicto permanente.

Esta estrategia de la izquierda incluye la polarización maniquea de las posiciones entre “buenos y malos”; se inventan o exacerban en su caso enemigos reales o virtuales: El imperio yanqui, la oligarquía neoliberal, el clero político o la Monarquía Española y por supuesto la “derecha”. En torno a ese posicionamiento se explota el descontento y se reclutan adeptos para efectos electorales y una vez obtenido el poder por esa vía, se suprime el sistema democrático y se erigen dictaduras totalitarias, aduciendo como pretexto la causa de los pobres o la defensa de la soberanía nacional.

En el caso mexicano, se buscan los votos que puedan inclinar la balanza en las elecciones a favor del PRD, explotando el resentimiento que priva en determinados sectores de toda sociedad, en la que existan como en la nuestra, grandes diferencias económicas y graves rezagos que afectan la calidad de vida de los ciudadanos, que en lugar de ser vistos como problemas a resolver, los perredistas los alientan para aprovecharlos como oportunidades para sembrar cizaña y alentar la discordia.

Es explicable que mientras se cocina el caldo de cultivo que le permita a la izquierda conquistar el poder absoluto, ocurran episodios como el de la irrupción en la Catedral, que generan alarma entre la población y desprestigian a la causa perredista, lo que lleva de inmediato a sus voceros y dirigentes a emitir expresiones de arrepentimiento, pero eso sí, sin abandonar el discurso incendiario ni la acción violenta, y sin manifestar en los hechos el mínimo propósito de enmienda.

Correo electrónico:

lfsalazarw@prodigy.net.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 312510

elsiglo.mx