Gracias a su cargo de Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard es la figura más encumbrada del perredismo nacional. Una ironía de la vida, si consideramos que en 1988 estaba del lado de “los enemigos salinistas que despojaron a Cuauhtémoc Cárdenas de la Presidencia”, según rezan los libros de historia de la izquierda nacional. Más aún, Ebrard es el candidato natural para la candidatura presidencial del PRD en 2012. Excepto por un escollo llamado Andrés Manuel López Obrador, justamente su protector.
No sólo fue El Peje quien lo rescató del retiro para invitarlo a ocuparse de la Seguridad Pública en el Distrito Federal. Es también el responsable de que hoy sea el gobernador de la capital del país. Habrá que recordar que estuvo a punto de estallar un movimiento tipo Tucom en contra de su candidatura (Todos Unidos en Contra de Marcelo) por el repudio unánime de las tribus perredistas, que usualmente coinciden en pocas cosas. Sólo el enorme control que López Obrador tenía sobre el partido impidió una rebelión abierta en contra de la propuesta de que Ebrard ocupara esta posición.
Ebrard sería el candidato natural para las elecciones de 2012, aun cuando no tuviera aspiraciones presidenciales (desde luego las tiene y a raudales). Entre otras cosas porque no hay “material presidenciable” entre las figuras más visibles del PRD: Cuauhtémoc Cárdenas, Lázaro Cárdenas, Amalia García, Jesús Ortega. Salvo, por supuesto, AMLO. Lo cual sólo puede significar una cosa: a menos que alguno de los dos opte por la generosidad y se haga a un lado, tarde o temprano estarán compitiendo por la misma posición.
El anterior apunte no tiene el ánimo de anticipar especulaciones de lo que habrá de suceder dentro de cinco años. Simplemente es una manera de tratar de entender lo que estará sucediendo a partir de ahora. Marcelo Ebrard ha sido extraordinariamente cauto para evitar cualquier deslinde explícito de López Obrador. No ha querido pagar la factura política en la que han incurrido los otros tres gobernadores perredistas (Amalia García en Zacatecas, Zeferino Torreblanca en Guerrero y Lázaro Cárdenas en Michoacán).
Por distintos motivos todos ellos se han reunidos con Calderón y han pintado su raya del movimiento lopezobradorista. Marcelo Ebrard no lo puede hacer, por ahora, no sólo porque pecaría de ingratitud, sino porque el apoyo de Andrés Manuel es todavía imprescindible, toda vez que goza de muy poca confianza entre la mayoría de las tribus perredistas.
No es un secreto que la corriente Nueva Izquierda, conocida como de “Los Chuchos”, le profesa un intenso desafecto. Mala noticia para sus aspiraciones porque ellos controlan la Asamblea del Distrito Federal y representan la fracción perredista dominante en ambas cámaras federales. Desde luego se opondrán frontalmente a toda aspiración presidencial del ex brazo derecho de Manuel Camacho. Como es sabido, para evitar ser aislado, Ebrard hizo alianza con Martí Batres y con Dolores Padierna, unas de las corrientes más radicales y más cercanas a López Obrador.
Esta relación cercana con los bejaranistas es un matrimonio de conveniencia y por lo mismo, endeble y probablemente de corta duración. Los operativos recientes de Marcelo en contra de la Fortaleza en Tepito, el desalojo del comercio informal en el Centro Histórico y la expropiación del triángulo de las refaccionarias de autopartes, rozan muy de cerca las bases clientelares de los bejaranistas. No pasará mucho tiempo antes de que entre en crisis tan precaria alianza.
Quizá por eso Ebrard lleva prisa en su objetivo de impactar fuerte y rápido en la opinión pública para generar, como lo hizo López Obrador, un fervor popular al margen de los cuadros perredistas. Quizá no tenga el carisma del tabasqueño, pero quiere “posicionarse” como un gobernador eficiente, el mejor que haya tenido el Distrito Federal y a partir de allí, construir un amplio apoyo para llegar a Los Pinos.
Alguien ha dicho que Ebrard se ha puesto a competir con Calderón, lanzando operativos contra la delincuencia tanto o más espectaculares que las acciones federales contra el narcotráfico. Puede ser. Sin embargo, Calderón no ha cometido el error de Fox, quien hizo de AMLO una figura nacional al convertirlo en su rival personal. Calderón simplemente ha ignorado, para bien o para mal, al Jefe de Gobierno. Una actitud a la que éste responde exactamente con la misma moneda. Pero ambos han procurado que sus subordinados se relacionen mutuamente y actúen con plena coordinación. Una especie de acuerdo tácito, provechoso para ambos.
En última instancia el futuro de Ebrard pasa por lo que haga López Obrador. Cualquiera de las estrategias que vaya a seguir El Peje alterará profundamente sus planes. En el caso de que AMLO se decida a fundar un nuevo partido, las posibilidades de Ebrard para llegar a Los Pinos quedarían sumamente comprometidas, aún si consigue la candidatura perredista, pues el voto de la izquierda quedaría dividido.
Por otro lado, si López Obrador se mantiene en el PRD pero eventualmente radicaliza su movimiento y encabeza bloqueos y protestas callejeras, incluso en el Distrito Federal, Marcelo estará obligado tarde o temprano a deslindarse del tabasqueño. Por último, si López Obrador finalmente deja atrás la ficción de la “presidencia legítima” y comienza a operar como líder de una oposición actuante en el terreno institucional, podría presentar su candidatura al Congreso en 2009 y ser el coordinador de la fracción perredista. Ello le permitiría, otra vez, convertirse en un actor central de la escena política. Eso y su carisma entre los sectores populares, le convertiría en el candidato natural para 2012. Es decir, en el rival de Marcelo Ebrard.
En otras palabras, no se augura una larga y maravillosa amistad entre López Obrador y su ahijado Marcelo. No sabemos cuándo o en qué circunstancias habrá de darse la ruptura, pero podemos estar seguros que será decisiva para el futuro inmediato de la izquierda mexicana.
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