El sabor de boca que ha dejado el arbitraje en la primera fase de la liguilla es francamente agridulce; por un lado, la evidente incapacidad e ineptitud de los silbantes que aparecieron en los juegos de ida y por otra parte, la inmensa distancia que separa al selecto grupo de los “cuatro fantásticos” del resto de sus compañeros.
La culpa no es del indio, dice la conseja popular, sino del que lo hace compadre y así debemos señalar que, la responsabilidad de que jueces sin sustento, experiencia y capacidad aparezcan en esta importantísima fase del torneo es de la Comisión de Árbitros y sus visores e instructores.
Aarón Padilla heredó un grupo desunido, grillero, comodino y desorientado pues casi ocho años de desorden resultan difíciles de arreglar, sobre todo si no se conoce a fondo el medio arbitral. Sin embargo, ya es tiempo de empezar a ver resultados y lo único cierto es que cada día en mayor cantidad, se resuelven partidos por la indebida injerencia del silbante.
La instrucción y la capacitación, fundamentales en cualquier actividad humana son dejadas de lado, dando paso al amiguismo disfrazado de buenas calificaciones que es, a decir de la dirigencia arbitral, el parámetro para colocar a silbantes de escasa estatura en partidos que suelen ser definitivos.
Pero no me haga mucho caso a mí, amable lector, solo piense por un momento que usted es dueño de un equipo de futbol y que logró calificar a la Fiesta Grande. ¿Qué pensaría si para su partido, fundamental en las aspiraciones campeoniles, fuera designado un juez con apenas 25 juegos en Primera División? No creo que le gustara.
Además tendría usted que comerse el argumento de que, ha sido tan arduo el trabajo desempeñado por visores e instructores, que ese silbante está ahí con todo merecimiento sobre la base de unas calificaciones que ellos mismos ponen. Parece una cosa de locos.
Lo increíble es que nadie en la Federación Mexicana de Futbol le exige cuentas a los dirigentes de los árbitros; la Secretaría General parece más preocupada de que el “ordenador” funcione que de abocarse al urgente tema de la capacitación.
En los tiempos que corren ni siquiera la totalidad de los jueces con gafete internacional garantizan el buen desarrollo de la liguilla. Es triste ver el bache en que han caído elementos como Hugo León Guajardo, Manuel Glower, Jorge Eduardo Gasso y Mauricio Morales solo por citar algunos.
La realidad es que nuestro balompié cuenta al día de hoy, con solo cuatro jueces de jerarquía y así quedó demostrado en los juegos de vuelta de los Cuartos de Final.
Armando Archundia, panzudito y con escaso compromiso con el reglamento, aporta experiencia y credibilidad; Marco Antonio Rodríguez su solvencia y rigor; Germán Arredondo ha diseñado una forma de dirigir que garantiza que en sus partidos habrá pocos problemas y Roberto García Orozco puede convertirse en un imprescindible en este tipo de partidos.
Independientemente de que el deporte nacional es echarle la culpa al árbitro, lo cierto es que solo existen una cuarteta de silbantes confiables, y como en la historieta, esos “4 fantásticos” deberán salvar al futbol. ¡Que tristeza!.
