Imaginemos que asistimos, a una lujosa fiesta, como el fantasma llevó a Scrooger a mirar cómo transcurrió su avariciosa vida, hasta llegar al cementerio en que había sido inhumado después de que terminó su crapulosa existencia. Las amarteladas parejas moviéndose cadenciosos en una gigantesca pista de baile. Las damas, de mediana edad, vestidas de largo, luciendo primorosas, enfundadas en costosos vestidos. Sus pulseras, gargantillas y collares emitían resplandores fulgurantes. Los hombres con pulcros trajes cortados a la medida, corbata de moño, relojes hechos a mano. Al fondo apenas se distingue una orquesta. El salón de tres niveles, con fastuosos candiles de cristal cortado, balcones a los lados y grandes cortinajes. Modernas cámaras de televisión trasmitiendo las escenas. Dos enormes cipreses. Uno en cada extremo y delante unos macetones con flores rojas y blancas. Pocos son los que sonríen, estando concientes de su importancia asumen actitudes de soberbia, los varones toman de la cintura, las mujeres apoyan su mano izquierda en los hombros. Se respira un ambiente de alegría y rumbosa pachanga.
Luego vayamos a millones de hogares de mexicanos que habitan casas de un solo cuarto, paredes y techos de cartón, hacinada la familia en viles condiciones de promiscuidad. La pareja e hijos dejados de la mano de Dios. Piso de tierra sin servicios sanitarios, ni agua entubada, apenas un fogón en un rincón. Los niños empiezan a trabajar a edad temprana, ni pensar en perder el tiempo asistiendo a una escuela. Las jornadas son de sol a sol, la paga apenas unos cuantos pesos –hay que ayudar al gasto en el hogar- . No hay jolgorios ni nada que se le parezca. Son pequeños a los que la sociedad les ha robado su infancia. La gran mayoría sufre de enfermedades estomacales. Un día es igual a otro durante todo el año. Si la muerte no se los lleva en sus primeros años, les esperan duras faenas sin conocer la felicidad.
Dos mundos distintos, el de una lujuriosa opulencia y el de la más bárbara de las miserias. El de los pobres más pobres y el de los ricos más ricos.
Son seres privilegiados a los que la vida les ha dado todo. Residen en fastuosas residencias –varias-, poseen vehículos blindados, traen a su servicio guardaespaldas que les dan una relativa seguridad, asisten en los lugares de veraneo a hoteles en las playas más famosas del orbe. Si les da la gana comen en los restaurantes más linajudos hasta saciarse. Llaman plebe a los demás. Los que trabajan junto a ellos envidian su estilo de vida, esperando inútilmente que un golpe de suerte los eleve al mismo nivel. No viajan por carretera, sino que se mueven en modernos aviones particulares o de línea, pero en asientos especiales porque no gustan de revolverse con la chusma que viaja en las sillas de atrás, lo que es igual a un apartheid de la Sudáfrica de los tiempos de Nelson Mandela. Sus hijos van a los mejores institutos escolares y acuden a chequeo en costosos hospitales. Ambos, servicios educativos y de salud, les cuestan un ojo de la cara. No siempre el éxito económico que les acompaña es debido a un esfuerzo honrado. Son sumamente listos formando una élite social que se protege manifestando que es rico el que trabaja por lo que dan a entender que la manera en que obtuvieron su cuantiosa fortuna fue sobándose el lomo.
Lo que sucede es lo de siempre, la explotación del hombre por otros hombres. México es uno de los países en el mundo en los que la concentración de la riqueza llega a niveles de escándalo. Se acaba de publicar que tenemos al hombre más rico del mundo, con una fortuna que asciende a 67 mil millones de dólares. -Tan campante, rodeado de cinturones de miseria, se ostenta como filántropo. Además en este país, de 50 millones de mendicantes, se menciona a Germán Larrea, a la familia Servitje, a Garza Lagüera, a Bailleres, a Garza Garza, a Michel y a Souberville, a Roberto González Barrera, a Garza Sada, a Garza Sepúlveda, a Calderón Ayala, a Bours, a la familia Lozada, a Canales Clariond y a Clariond Reyes Retana, siendo los principales de una lista de 38 familias más adineradas que suman una riqueza de más de 123 mil millones de dólares. En fin ¿qué decir de esta lacerante realidad?, no encuentro palabras que dejen en claro si esto es o no socialmente soportable. ¿Usted qué cree?