Durante la presentación de este libro, hace algunas semanas, dije que su título me molestaba, porque indica un extremo de la cadena de dominación en cuyo polo opuesto tendríamos que estar los esclavos o por lo menos los siervos o los sirvientes. Pero, aun si nos revelamos a estar en esa situación que nos disminuye, tal vez sea cierto que ésa es la categoría en que se hallan los once dueños de fortunas que aparecen biografiados en esta obra, escrita por otros tantos autores a los que convocó el periodista Jorge Zepeda Patterson.
No están todos los que son pero sí son todos los que están. En esta oncena de ricos, de amos de México figuran algunos de los potentados mexicanos, pero no se les escogió por ser los más pudientes. Ciertamente a la cabeza de este breve elenco aparece Carlos Slim, que también abre la lista de los hombres más ricos del mundo, pero no todas las fortunas cuyo manejo da poder a esta decena de personas –sólo una mujer entre ellas— son inimaginables como la del presidente de Telmex y Telcel. Ojo: casi todos los figurantes en este libro han hecho su riqueza, la han heredado o la acrecientan con bienes y servicios de consumo directo, o sea que todos, querámoslo o no contribuimos a su bonanza todos los días.
Zepeda Patterson propuso a diez colegas suyos –y él mismo apartó para sí uno de los trabajos—formular una semblanza de magnates mexicanos, si fuera posible a partir de entrevistas con cada uno de ellos y acopiando la mayor información disponible sobre sí mismos y sus empresas. El resultado es notablemente uniforme no obstante las diferencias entre el talante mismo de los sujetos, acaso por el mirador periodístico en que se colocaron los autores. Por ellos sabemos quiénes y cómo son algunos de los personajes que modelan nuestras vidas desde que despertamos hasta que una jornada después tornamos al sueño.
Así, Slim fue abordado por el corresponsal de El País en México, Francesc Relea, cuyo texto subraya que el liderazgo del más poderoso del mundo surge de no haber enfrentado competencia en los principales giros en que despliega su energía. El editor buscó caracterizar con una frase a los biografiados: Emilio Azcárraga Jean, las trampas del rating (por Jenaro Villamil, experto de Proceso en medios de comunicación), Alberto Bailleres, simplemente Palacio (por Blanche Petrich Moreno, reportera de asuntos especiales de La Jornada); Olegario Vázquez Raña, amigo de todos los presidentes (por Marco Lara Klahr); María Asunción Aramburuzabala Larregui, la heredera que rompió moldes (por Rita Varela Mayorga, editora de Día Siete, la revista semanal dirigida por Zepeda Patterson); Roberto Hernández Ramírez, el villano favorito (por Alejandro Páez Varela, subdirector de esa misma publicación); Lorenzo Servitje, una apuesta por el pan (por Salvador Frausto Crotte); Lorenzo Zambrano, el regiomontano discreto (por Lorea Canales); Los Ramírez, una vida de película (por José Pérez-Espino) y Roberto González Barrera, el banquero improbable (por Alberto Bello, director de Expansión). Zepeda Petterson se reservó la vida de Jorge Vergara, Chivas en cristalería.
Como sus nombres lo indican y el público lo sabe, el primero entre los primeros expandió exponencialmente su fortuna (que no era modesta, pero no salía del nivel en que se hallan no pocos empresarios, cuando adquirió Telmex y la sabrosa seguridad de no tener competidores durante un lapso prolongado. Azcárraga heredó la primera cadena de televisión, y la salvó de la ruina; Bailleres hizo crecer los negocios paternos, a los que incorporó El Palacio de Hierro, la gran tienda famosísima desde hace pocos años por sus campañas de publicidad; Vázquez Raña dejó la venta de muebles para entrar en la fabricación de armas y la distribución de explosivos y después hacerse dueño de la industria hospitalaria, gran competidor en hotelería y buscador de influencia política con un diario, una cadena de radio y un canal de televisión; la única mujer en la lista está en el negocio de la cerveza, cuya principal marca es la de mayor consumo en el mundo; Ramírez Hernández dejó de ser el principal banquero, pero aun se beneficia de haberlo sido; Servitje creó en México el pan de caja, con el emblema del inocente Osito Bimbo, que ha perdido toda inocencia; su tocayo Zambrano, el único soltero del grupo es dueño de casi todas las cementeras del mundo; los Ramírez controlan desde Morelia el consorcio Cinépolis, uno de los tres que dominan la exhibición cinematográfica en el país; González Barrera saltó de ser un fabricante pueblerino de tortillas a la condición de dueño del único banco de importancia en manos nacionales; y Vergara, además de vender dudosos suplementos alimentarios compró en condiciones irregulares el equipo de futbol de la más intensa tradición.
“No hay un patrón o un casillero que los incluya a todos –explica el coordinador del libro. Algunos de ellos se hicieron a sí mismos: Jorge Vergara y Roberto Hernández literalmente no podían pagar su tarjeta de crédito hace 20 años. En el extremo opuesto, varios de ellos son ya ‘tercera generación’, (como Azcárraga, Aramburuzabala, Alejandro Ramírez y Zambrano): “heredaron —y ampliaron imperios fundados por sus abuelos”. “En situación intermedia” se encuentra Slim, Vázquez Raña, Bailleres y Servitje, “típicos casos de segunda generación: sus padres iniciaron las carrera empresarial y otorgaron un impulso destacado a sus hijos, pero luego éstos multiplicaron la herencia…”.
Por vacaciones del autor esta columna reanudará su publicación el 4 de enero de 2008.