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Los burros

Gilberto Serna

En estos días de holganza, sin poder abandonar el aturdimiento citadino, sujeto con los grilletes que va uno forjándose a lo largo de la vida, sentado en una rústica banca del parque del Guadiana, dedicado a darme gusto con la lectura, dos robustos asnos, uno joven y otro viejo conversaban mientras con el pescuezo arqueado y moviendo las quijadas, mordisqueaban el pasto. Uno de ellos levantando el hocico exteriorizó su contento lanzando un sonoro rebuzno que en realidad, tratándose de un borrico, era una carcajada casi humana, resultado de lo que el otro jumento le comentaba. Cabe advertir que todos los animales tienen el don de expresarse aun cuando su lenguaje no sea el convencional, debe uno aguzar el oído pues suelen hacerlo en voz muy baja acompañada de movimientos de cabeza, en que sus largas orejas toman un papel definitivo con significados en sus movimientos que en muchas veces completan sus argumentos. Sí, te digo que sí, decía el mayor de los burros, lo escuché cuando nuestro dueño platicaba con otro arriero, resulta que el presidente de la Barra de Abogados, a propósito de la elección de los integrantes del Consejo Estatal Electoral, calificó de burros a los diputados locales.

En nombre de los burros me permito protestar, siguió diciendo el rucio de más edad, nuestro linaje se remonta a los tiempos bíblicos, el que conducía en su lomo a la Virgen María era un antepasado nuestro cuando, junto a su marido, huía del rey Herodes El Grande, quien había ordenado a sus soldados que degollaran a cuanto niño tuviera menos de dos años de edad, dado que se le había informado que había nacido el Salvador; luego, un antepasado nuestro estuvo presente en el portal de Belén donde nació el Niño Jesús; posteriormente en sus ancas un congénere llevó al rey de reyes cuando fue recibido con palmas a su llegada a Jerusalén. Quién saltó a las páginas de la literatura universal si no el burro con alforjas de Sancho Panza, inmortal compañero de aventuras del ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. De este limpio linaje no pueden jactarse los legisladores. Los burros trabajamos arduamente, ninguno ha sido acusado de estar sentadote sin hacer nada de provecho. A pesar de que se menciona a una persona peyorativamente como burro, a la que se considera ruda y de poco entendimiento, a un pollino jamás hemos oído que se le pretenda llamar diputado. Se le denomina bestia al hombre laborioso y de mucho aguante. Al burro nunca se le llama flojo y carente de ideas.

Hasta ahora no tengo conocimiento de que algún poeta de renombre haya escrito un poema donde figure un diputado, lo que tratándose de un cuadrúpedo si hizo el poeta, Premio Nobel, Juan Ramón Jiménez (1881-1958) en Platero y Yo, donde narra sus andanzas por tierras de su natal Moguer en el lomo de su burro. -Platero es pequeño peludo suave; tan blanco por fuera que se diría todo de algodón que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro-. Es obvio que el bardo español no hubiera montado encima de un representante popular, éste no tiene la costumbre de traer encima carga alguna. A una persona se le llega a decir zopenco, cuando queremos decirle tonto y abrutado, a un burro tan sólo se le dice burro. Su cara, la del burro, refleja hastío nunca cansancio. Es un filósofo, el burro, que nunca se queja, adoptando un gesto de resignación del que está seguro de que su vida transcurrirá entre azotes, latigazos e imprecaciones que no se ha ganado porque bien que trabaja de sol a sol con milenaria paciencia. No creo que haya comparación con los seres humanos, cuando menos no con los que ocupan una curul. La necedad es quererlos equiparar a las acémilas que lo único que hacemos es trabajar.

A nombre de la asociación de burros, estamos en contra de que se les asigne ese honroso nombre a los representantes populares, de cualquier parte del mundo. No es justo para nosotros. Los humanos tienen ese mal hábito de bautizar con el nombre de la noble bestia que sólo hace lo que su naturaleza le dicta. Dicen, por ejemplo, que es un burro cuando se trata de un hombre, laboriosos y de mucho aguante. Un burro hace lo que tiene que hacer y sin medir las consecuencias ramonea en plena faena al tirar de un carromato, exponiéndose a un chicotazo del conductor que no permite distracciones, a diferencia de los humanos que apenas les entregan su charola y ya están pensando a qué parte del mundo viajar, sin que el abandono de sus funciones les atraiga sanción alguna. Estos diputados han sido acusados por Claudia Hernández y Juan Cruz Martínez, del Partido del Trabajo, de pretender beneficiarse en las próximas elecciones con un procedimiento amañado en la elección de los consejeros del CEE, proceso que, según su propia apreciación, fue sucio. Lo que me recuerda, suponiendo tengan razón esos petistas, que hay burros cargados de letras o sea personas que han estudiado mucho y no tienen discernimiento ni ingenio para hacer sus trápalas,

Eso dijo y soltando el rebuzno estridente, de que se habló en el principio de este relato, mirando de soslayo la cuarta que traía en su mano el acemilero, con la que sin motivo soltaba trallazos, puso cara de político en desgracia, es decir cara de burro.

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