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Los cangrejos

Gilberto Serna

Las decisiones dejaban la duda sobre si el presidente de los Estados Unidos de América, George W. Bush, estaría consciente de que las órdenes que salieran de la Casa Blanca, traerían muerte y desolación a los pueblos de otras latitudes. No podía ser que un dirigente, por más loco que pudiera estar, ignorara las consecuencias de una orden dada a sus hombres para que invadieran con brutalidad inaudita a países del mundo árabe masacrando sin misericordia aun a la población civil. Es cierto que estaba aprovechando la repulsa y el asco que produjo en el pueblo estadounidense el atentado a las torres gemelas en aquel fatídico 11 de septiembre para dejar furioso que las bombas hablaran con su lenguaje de terror y destrucción. La cosa es que se le pasó la mano. Al poco tiempo el mundo reaccionó, percatándose que una cosa era la revancha en contra de quienes conspiraron y otra muy distinta el aprovechar la manifiesta debilidad bélica de sus contrarios para hacer trizas a sus pueblos. No se sabe si la medida era pretexto teniendo en el fondo otro leit motive. En cualquier caso al correr del tiempo su fama de bravucón y pendenciero dio lugar a que los votantes le propinaran una paliza política que averió sustancialmente su liderazgo.

De repente su estancia en la sala oval se convirtió en ahogo. Desde su escritorio veía las paredes que le parecían paredones de fusilamiento. Las noches eran largos insomnios requiriendo fármacos para combatirlos dejando en su rostro pronunciadas ojeras, la boca reseca con desagradable sabor a centavo ¿y la mente?, peor que al día siguiente de cuando se ponía unas soberanas papalinas. Su popularidad se fue por los suelos como agua que se resume en albañal. Las gentes empezaron a especular sobre si no se habrían equivocado al escogerlo en dos elecciones presidenciales. Había que hacer algo, pensaron sus consejeros. Debería cobijarse en una gira por el sur del continente. Inventaría e invertiría lo que fuera. Los gobiernos, al sur de la frontera, son dóciles, se dijo. No se equivocaba, aquí en nuestro país nadie se atrevió a cuestionarle por el muro de la ignominia que se está construyendo en la frontera ni por las razzias de indocumentados. Por el contrario se le agasajó como un invitado de honor. Aunque en las respuestas a los temas narcotráfico, seguridad e inmigración, dijo cosas que nadie le creyó, terminando por echarle la pelota al Congreso USA, exhortándolo para que presente un proyecto de reforma migratoria integral que permita resolver el problema de los inmigrantes ilegales que se calcula viven en territorio de Estados Unidos en un número de alrededor de doce millones.

El Instituto Lovenstein de Scranton, Pensilvania, dedicado desde hace 60 años a medir el I. Q. de los Presidentes presenta en su página de Internet el resultado de un estudio publicado el lunes de esta semana, que mide el coeficiente intelectual del actual inquilino de la Casa Blanca, dándole un bajo nivel de 91, mientras entre otros presidentes republicanos, Richard Nixon tenía 155, en tanto a los demócratas en el mismo periodo los encabeza Bill Clinton que cuenta con 182. El estudio revela que Bush tiene dificultades en el dominio de su idioma durante sus actuaciones en público, usando un vocabulario muy limitado, que se calculó en el uso de cerca de 6 mil 500 palabras en tanto, sus antecesores en el cargo, disponían normalmente de 11 mil. Y un periplo cambió de trabajo de Presidente a mozo de almacén guatemalteco, acarreando unas cajas de lechuga, en visita que efectuó a una planta de embalaje. Los que lo vieron comentaron, no sin cierta sorna, que se había equivocado de profesión. Luego, sorpresivamente la agencia EFE avisa que la nota debe anularse por haber comprobado que es falso su contenido. Sin embargo, no aclara si el estudio falseó el nivel hacia abajo o hacia arriba. El estudio, tachado de espurio, concluía que el coeficiente intelectual de hasta 69 o menos debería calificarse como atribuido a un hombre con deficiencias mentales.

¿A qué vino a América Latina? Hay los que creen que sólo a turistear, olvidando los errores en que ha incurrido que le han provocado la animadversión de un gran número de pueblos en el planeta. Es su penúltimo año en la Casa Blanca, a estas alturas está odiado por las gallinas y picoteado por los gallos. Bien le irá si termina su gestión. Ha hecho un papel desastroso. Las atrocidades que se han cometido durante su periodo lo colocan como un Presidente que será recordado como el moderno Atila, Rey de los Hunos. Bien podría decir, con malhadada arrogancia, que donde pisó su caballo no volverá a nacer la hierba. ¿Cuánto habrá costado su estancia en la península yucateca?, ¿cuánto su gira en total?, uno se pregunta ¿todo para qué?, ¿no se hubiera ahorrado el gasto llamando a cada uno de los mandatarios a visitarlo en la Casa Blanca? En fin, reuniones van y reuniones vienen y los problemas siguen vigentes. Desde el encuentro, hace 98 años, de Porfirio Díaz, presidente mexicano, con su homólogo William H. Taft, presidente estadounidense, hemos ido como los cangrejos para atrás, por culpa de un muro entre ambos países que constituye la más cruel de las humillaciones para los mexicanos.

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