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Los cleptómanos

Gilberto Serna

Un escalofrío puede sentir el mexicano que piensa que pudimos tener una señora presidente en Los Pinos, si no fuera por el rechazo previo que recibieron los avances que en ese sentido ella misma hacía, como no queriendo la cosa, midiéndole el agua a los camotes. No prosperó su pre candidatura ante el rechazo unánime de la colectividad. Hay algo en el cono sur que dio paso a que la señora Kirchner, cuyo marido es el actual presidente, ocupe su lugar por que los votantes, en aplastante mayoría, así lo han decidido. En el pasado, en esa misma nación, otra mujer fue elevada al cargo sin otro merecimiento que el de haber estado casada con el general Juan Domingo Perón. Algo, que no alcanzamos a vislumbrar, debió ver en ella el pueblo argentino para ponerla al frente de la nación. Si sabemos, en cambio, lo que vio el militar: una bella bailarina que lo acompañó en su edad provecta hasta que murió. Se le conoció como Isabelita. Hasta donde se sabe fue un estrepitoso y rotundo fracaso. En política, bajo riesgo de ganarse la ira popular, no caben las improvisaciones.

En Argentina no hay reelección y sin embargo es un hecho que el presidente saliente pueda permanecer en Palacio mientras su cónyuge hace el relevo. Es quizás eso lo que empujó al electorado a preferirla por encima de sus oponentes. El esposo demostró ser un buen gobernante, ahora se espera que discretamente continúe asesorándola. Es una buena manera de brincar por encima de la no reelección. Lamentablemente no hay semejanza entre el Gobierno de allá y el que sufrimos los mexicanos en el sexenio anterior. No es que no se quieran unas faldas en el timón de mando, con lo que se intuía era suficiente para temer un eventual arribo de la señora Fox, a mayor razón con lo que ahora en voz alta se dice de ella y que deberá comprobar si es o no verdad una comisión designada para hurgar en sus tejemanejes. Se habla de avidez, de ambición desmedida, de bienes mal adquiridos. Es posible, que si el Gobierno foxista se hubiera esmerado en conservar el prestigio que logró obtener cuando Vicente era candidato estaríamos hablando ahora de una decisión popular favorable a los intereses de su media naranja.

Pero aunque el pasado es harina de otro costal, atendiendo a que en sus memorias el ex presidente Fox calumnia a periodistas, sin hacer excepciones, aseverando que las críticas que recibió su galana, fue en venganza por que eliminó, siendo vocera presidencial, sobornos -chayotes- que presuntamente recibían periodistas, nos autoriza a abordar el asunto. No dudo que haya en el gremio personas que renegando de su apostolado hayan recibido una canonjía gubernamental, pero no es óbice para pensar que, salvo prueba en contrario, serían la excepción. El mal está en generalizar. Lo falso es que las críticas a la señora hubieran tenido un sentido revanchista. Debemos admitir que si la labor del señor Fox hubiera beneficiado a la nación y la señora se hubiera comportado con rectitud espartana, sus posibilidades de figurar como candidata hubieran aumentado. Hubo un repudio generalizado a sus aspiraciones más que nada por la imagen negativa que dejaba el trabajo del esposo y la falta de experiencia política de la cónyuge.

Pero ¿qué es lo que hace que la conciencia quiera justificar lo injustificable? En qué rincón del alma subyacen los sentimientos de honor, reputación, respeto, dignidad, decoro y vergüenza. ¿Cuáles y cuántos son los bienes materiales que pueden llevar a una persona a perder su autoestima? ¿O es el caso de una compulsión lo que hace que alguien caiga en el pecado de codicia? ¿Para qué tanto ir y venir a la parroquia del pueblo? ¿Para qué tanto golpe de pecho y oraciones a la Divina Misericordia? ¿Es acaso una propensión morbosa e irresistible de hurtar las pertenencias de los demás? El que nunca tuvo y llega a tener, loco se quiere volver, dice un viejo aforismo popular. En efecto, no les basta con tomar lo ajeno si no que sádicamente proceden a presumirlo públicamente, lo que vendría a ser la conclusión de una conducta desordenada, cínica e insolente. Bien, el que con desenfado toma lo que no es suyo padece una enfermedad que, en los anales de la ciencia médica, se denomina cleptomanía, una forma de neurosis que tiene origen patológico.

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