La Iglesia Católica, que en el transcurso del año va celebrando uno por una las fiestas de sus santos los reúne a todos el primero de noviembre en una fiesta común. Dice un misal que así se “evoca en una grandiosa visión a toda una muchedumbre incontable de Santos de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie ante el trono revestidos de blancas vestiduras y con palmas en la mano”, gozando del bien merecido paraíso participando así en el nutrido coro celestial. Ellos nos invitan a reunirnos con ellos.
La conmemoración comenzó a celebrarse en Oriente y Gregorio IV (827-844) la extendió a toda la cristiandad.
El día 2 de noviembre se dedica a conmemorar a todos los files difuntos que son “los que aún no han llegado a la gloria del cielo…pero que esperan en los sufrimientos purificadores del purgatorio el momento de reunirse en la asamblea de los santos”.
Se trata aquí de subrayar la unidad que existe y nos une a todos los que aún estamos en la Tierra y los que ya se nos adelantaron. Concepto éste que tiene fuertes raíces en la conciencia colectiva de muchas culturas. Al igual que en las religiones de la antigüedad oriental que en las convicciones de nuestros pueblos mexicanos. Los ritos y los lugares sagrados en que se celebran aún hoy día en todo el mundo son expresiones de la convicción de que no estamos más que de paso. Vienen a cuento los versos de Nezahualcóyotl, que se resiste a creer que seamos meras aves y flores que vayamos a desaparecer.
Tan arraigada es la seguridad de lo transitorio de la vida humana que algunas religiones como el Hinduismo y el Budismo que nacieron en la India, la trascienden en pasos sucesivos hilando un proceso de depuración y superación de la persona que tarde o temprano acabará por fundirse en la perfecta realización del Espíritu que todo anima y contiene.
Coincidencias entre visiones que confirman un mismo fondo que late y se reitera en las respuestas que damos al supremo misterio de la muerte.
Hondas y ricas tradiciones de nuestros pueblos autóctonos y de la tradición judeo-cristiana que convergen en México alimentando una vasta gama de expresiones que surgen de las raíces de las comunidades indígenas hasta las de inspiración litúrgica.
Los días y noches en nuestros campos santos que se llenan de familiares y amigos que ahí reunidos comparten recuerdos, alegrías y nostalgias que se entrelazan con oraciones para que los que ya partieron gocen del premio eterno. Si se comparten sentimientos también se comparten viandas, música y brindis a la salud de todos, tanto vivos como muertos. De igual manera, en nuestras casas se visten con nuestros clásicos altares de muertos adornados con papel picado, calaveras de azúcar y comida en honor a los espíritus queridos. Y todo esto lo celebramos en una auténtica unidad familiar que a todos abarca.
En México vivimos una mágica cercanía con la muerte que a todo el mundo atrae y fascina porque la confiada alegría que la inspira responde a una interpretación básicamente optimista que contrasta con las lúgubres aprensiones que caracterizan las culturas nórdicas y anglosajonas.
Este contraste es el que nos hace sentirnos diferentes y únicos frente costumbres extranjerizantes que nos son ajenas. Instintivamente rechazamos la canalización comercial y consumista en la que ha caído una celebración netamente mexicana que se ha transformado en una burda imitación del Halloween americano, que por cierto, olvidó su origen.
En efecto, halloween viene del “All Hallows’ Eve”, víspera de Todos Santos que se celebra la víspera del primero de noviembre. No tenemos por qué reproducir alusiones que ridiculizan a los espíritus presentándolos como fantasmas chuscos y bromistas de brujas y monstruos tan ajenos al sentido religioso original que los inspiró.
Cuanto mejor, pues, es respetar y defender con orgullo una tradición nuestra frente a invasiones intencionadas que sólo le aprovechan a los comerciantes privando así a nuestra niñez y juventud de una de las tradiciones más ricas de la cultura mexicana.
México D.F., noviembre de 2007.
juliofelipefaesler@yahoo.com