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Los días, los hombres, las ideas| ¡Está en rojo! ¡Rápido, ponte la sombra de ojos!

Francisco José Amparán

Una de las maneras más notables y eficaces de reforzar prejuicios y estereotipos la constituyen los chistes. Y ello, porque el humor y los gracejos perpetúan las nociones preconcebidas que tenemos sobre el prójimo, y en teoría nos hacen entender mejor las cosas… y permiten reírnos de ellas.

Por supuesto, cada sociedad tiene sus propias visiones de quién es o hace qué cosas. Así, aquí en México los gallegos (y los habitantes de Pénjamo, Guanajuato, por razones eufónicas) son universalmente considerados como tontos genéticos. Lo mismo ocurre en Argentina. Pero, curiosamente, no en España, en donde tan triste distinción le corresponde a los baturros. En Estados Unidos esa característica se le asigna a los de ascendencia polaca y a los estudiantes de la Universidad de Texas A & M, los “Aggies”, no me pregunten por qué.

Que las madres judías son dominadoras, mandonas y castrantes es de dominio público, y un chiste que Woody Allen ha llevado al cine en innumerables ocasiones. De la misma forma que la ronda de porrazos en torno a la mesa que se asestan los familiares de Tony Manero (John Travolta) en “Fiebre de Sábado en la Noche” (1977) no hace sino narrar lo que (allá) es conocimiento común: que entre italianos, la violencia intrafamiliar es tan cotidiana e inconsecuente como sacar la basura o preparar fetuccini.

Según la sabiduría popular norteamericana, los irlandeses son borrachos y supersticiosos, y buenos sólo para ser curas y policías; en tanto que los británicos no pierden la compostura en ninguna circunstancia (¡Pregúntenle a Hugh Grant cuando lo cacharon in fraganti!) y son más tiesos y cuadrados que una mesa.

Acá en México, quizá como reacción históricamente vengativa, los yankis son presentados como simplones: siempre les ganamos, por medio del ingenio, en los chistes del Mexicano, el Ruso y el Americano. Paralelamente, las gringas aparecen en nuestras historias cómicas como resbalosas, atarantadas, fácilmente seducibles y aún más fácilmente embarazables. Que nada de ello tenga que ver con la realidad práctica no parece importarle gran cosa a nadie.

La cuestión es que, en este mundo en el que por desgracia prevalece lo políticamente correcto, existen voces que se han alzado en contra de ese tipo de representación fácil pero injusta. Y no faltan acelerados que quieren sacar de la circulación los chistes y bromas que se aprovechan de ciertos estereotipos ya muy antiguos. En algunos casos se ha propuesto llegar a la acción judicial, como ocurre en Holanda, en donde contar un chiste racista (aunque sea bueno) conlleva una multota de padre y señor mío… y desde hace décadas.

Así, ahora que fue el Día Internacional de la Mujer algunas de las más rabiosas feministas, descendientes directas de aquellas amazonas que andaban quemando brasieres en los años sesenta, nos leyeron la cartilla. Algunas señalaron que, entre las múltiples manifestaciones de discriminación contra las féminas, se hallan los numerosos chistes sobre suegras entrometidas, muchachas despistadas a la hora de leer un mapa, y damas al volante. Según estas esforzadas valkirias, el crear esa clase de estereotipos (la suegra malvada, la despistada analfabeta geográfica, la pésima conductora) sólo perpetúa una percepción que de manera injusta se le enjareta exclusivamente a la mujer. Como si no hubiera suegros malasangre o choferes masculinos a quienes sólo les falta rebuznar.

(Por cierto: mi percepción es que los chistes sobre suegras y yernos atormentándose son de origen gringo. El yerno mexicano suele llevarse bien con la suegra, de acuerdo a un pacto tácito de no agresión; es la relación nuera-suegra la que con frecuencia alcanza condiciones francamente balcánicas).

Y sí, algo de razón hay en esos argumentos. Pero digamos que si el río suena, es que agua lleva. Y no es por nada, pero jamás verán a un conductor varón manejando y viéndose en el espejo mientras se peina, ambas acciones acometidas al mismo tiempo. Como rara vez observarán a un hombre sacando la mano por la ventanilla, no para señalar una vuelta, sino para secarse el esmalte de uñas. O a un miembro del género masculino dar intempestivos cerrones a los conductores del carril vecino porque al niño se le cayó el biberón y hay que agacharse para encontrarlo cuanto antes, so pena de que el crío empiece a aullar como diputado de Oposición. Más aún: desde principios del presente siglo, muchas mujeres han empezado a manejar auténticos vehículos Panzer, de quién sabe cuántas toneladas y metros, que conducen con el desparpajo con que lo harían en un Vocho. Ubicuos terrores de nuestras rúas, le han añadido un ingrediente extra de emoción a esa aventura que es recoger a los críos que salen del kinder. Como si nuestro país no diera suficientes sustos gratuitos así como está.

De manera tal que hemos de observar con objetividad la nueva disposición municipal, que propone multar a las mujeres que sean sorprendidas maquillándose mientras van conduciendo. Asimismo, le caerá todo el peso de la Ley (que en México es anoréxica, bendito sea Dios), a quien (del género que sea) conduzca un automóvil mientras conversa al mismo tiempo en un aparato telefónico.

Estas medidas, anunciadas por el ingenioso Ayuntamiento de Torreón, tienen como propósito el evitar los accidentes provocados por el descuido de los conductores que están más pendientes del chisme y la aplicación del rimel, que de lo que está ocurriendo en la avenida por la que circulan.

Quizá algunas feministas irredentas aleguen que la multa por maquillarse en vía pública (y en movimiento, ojo) es discriminatoria. A ver, ¿por qué no se penaliza a aquellos varones que se desgañitan a carcajadas oyendo (por quincuagésima octava vez) los casets de Polo Polo, mientras conducen sus vehículos a ochenta kilómetros por hora? ¿Por qué nada más cargarle la mano a las mujeres que quieren llegar más bellas a su trabajo, hogar o martes de mercado?

Tal queja tiene su mérito. Pero habría que precisar que, si éste fuera un país del Primer Mundo (al cual, teniendo las bestias que tenemos por clase política, nunca accederemos), debería sancionarse a todo aquel que no traiga las dos manos en el volante y el par de ojos en la carretera, esté haciendo lo que esté haciendo. No debería importar la actividad ni el género del infractor. Eso es lo que pasa en entornos civilizados, en los que la gente respeta carriles de circulación, letreros de vialidad, luces de semáforo y límites de velocidad. Ah, y en donde los automóviles tienen la curiosa y sorprendente característica de traer placas. Todos. Sí, todos.

Ciertamente nadie con un mínimo de sentido común estará en desacuerdo que los conductores telefonistas sean detenidos, procesados y condenados por lo que son: no únicamente una auténtica amenaza a sus prójimos, sino (y me urge decir esto) una muestra patente de cómo el mal gusto, el esnobismo y la naquencia han tomado carta de naturalización en nuestra sociedad. Ahora resulta que todo el mundo tiene que estarse llamando a todas horas, para lo que sea, en donde sea. Y hay que responder la llamada, se esté conduciendo un vehículo, viendo una película en una sala de cine o comiendo con clientes o amigos. Seguramente quienes así lo hacen son personalidades importantísimas, de cuyas decisiones depende la paz mundial, lo que disculpa su naquez y grosería, y el que no dejen la llamada “perdida” para responderla cuando no constituyan una amenaza o una monserga para sus prójimos.

Claro que el cumplimiento de tan severas ordenanzas recaerá en las heroicas fuerzas del orden de Torreón. Y conociéndolas (y conociendo a nuestra gente), creemos intuir qué sucederá. O sea, nada.

Consejo no pedido para optimizar el boleajetas (a. k. a. lápiz labial): Lea “El diario de Bridget Jones”, de Sharon Maguire, jocoso compendio de estereotipos sobre cierta clase social británica. Y vea la película (2001) con Renée Zellweger, que es una delicia. Provecho.

PD 1: ¿Y los cien millones para el Centenario, señor Moreira? ¿Ya se los gastó en promocionales con su lindo rostro?

PD 2: ¿Cuándo terminan las obras del par vial Gómez Morín-Tecnológico? Creo que la construcción del Coliseo duró menos tiempo…

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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