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Los días, Los hombres, las ideas| La muerte tiene permiso... hasta de ser filmada

Francisco José Amparán

Diga lo que quiera del siglo en que nació (si está leyendo esto, ello ocurrió en el XX? a menos que sea ridículamente precoz -¡y con magníficos gustos dominicales!- o abusivamente longevo); pero a pesar de las Guerras Mundiales, el Gulag, Auschwitz y la propaganda de los sorteos de Selecciones, en esta centuria hubo aspectos de la vida privada y pública en los que sin duda se avanzó. Uno de ellos fue la promoción de los derechos humanos en todo el mundo; y entre ellos, uno que pese a todo sigue estando sujeto a debate: que el derecho a la vida incluye la proscripción de la pena capital.

Amnistía Internacional, una ONG que ha hecho de la erradicación de la pena de muerte una de sus principales banderas desde hace décadas, clasifica a los países en cuatro categorías de acuerdo a lo bien portados en esos menesteres. 88 han abolido la pena de muerte; 69 la practican; 29 la conservan en sus sistemas legales, pero llevan al menos diez años que no han ejecutado a nadie; y 11 la mantienen para crímenes en circunstancias especiales (como espionaje en tiempo de guerra, piratería en alta mar y fundar Clubes de Admiradores de Paris Hilton o Alejandra Guzmán). Viendo el mapa de cómo se distribuye este castigo, resulta evidente que los Hijos de la Ilustración y de la cristiandad occidental (Europa, Oceanía y América, con la muy notoria excepción de los Estados Unidos) decidieron que la vida es tan sagrada que no debe quitársele ni siquiera a sabandijas despreciables. Y no pocos países de reciente independencia han tenido el buen juicio de incluir la prohibición en sus jóvenes Constituciones, para evitar el uso y abuso del cadalso como herramienta de venganza política. Los que siguen dando boletos gratuitos al Otro Mundo suelen ser los sospechosos de siempre: el mundo árabe, África Central, el Sudeste Asiático, China, Irán, India, Pakistán, Corea del Norte y, como decíamos, los Estados Unidos.

Aquí lo notable es que hace un siglo prácticamente no había país que no contemplara el uso del verdugo para finiquitar ciertos enojosos asuntos. De hecho, la pena capital era aplicable en delitos que hoy apenas alcanzan leves sentencias de cárcel. Y eran eventos bastante públicos. Hacer un reality-show espectacular de la muerte (mejor ejemplificado por los Autos de Fe de la Inquisición y las afanosas jornadas de la guillotina en la hoy Plaza de la Concordia de París, con gentíos de mujeres tejiendo y chismeando entre ejecución y ejecución) era la regla, no la excepción. Sobre eso volveremos más delante.

En todo caso, como se puede ver, el mundo está partido a la mitad en cuanto a la legalidad de la ejecución de malhechores. Aunque cabe hacer notar que demográficamente la Ley del Talión sigue ganando: los cuatro países más poblados (China, India, Estados Unidos e Indonesia) continúan escabechándose legalmente a aquéllos de sus ciudadanos considerados incapaces de seguir conviviendo en humano consorcio.

El método para despacharse a los presuntos culpables varía notablemente: Arabia Saudita recurre a la decapitación por cimitarra, considerándolo un método muy efectivo en lo práctico y como forma de amedrentamiento. El problema es el mosquero posterior. China ejecuta a sus delincuentes pegándoles un balazo en la nuca? y luego cobrándoles la bala (24 centavos de dólar) a los deudos del ajusticiado. El fusilamiento es una forma de ejecución bastante favorecida en África. Estados Unidos recurre a una forma de ?muerte humanitaria?, la inyección letal, por aquello de que su Constitución (Octava Enmienda) prohíbe ?castigos crueles e inusuales?? y no, nadie lo considera humor negro. Y por supuesto, en el Afganistán de los Talibán las mujeres eran ajusticiadas a pedradas por delitos como el adulterio o provocar la lujuria de los hombres haciendo ruido con los tacones de los zapatos al caminar. ¡Ésa es imaginación erótica, jóvenes! Uno se pregunta qué era considerado pornografía en aquellos lares y tiempos. ¿Un anuncio de Pomada de La Campana?

Pese a lo sorprendentemente extendida que sigue estando la pena de muerte, hay una consideración que ha alcanzado a la mayoría de los países que siguen practicándola: que la muerte provocada no debe constituirse en un espectáculo público, sino que debe ser un acto íntimo, casi clandestino, del que puede ser testigo sólo un reducido número de personas directamente involucradas en el hecho. Y que, por supuesto, no debe quedar testimonio del mismo para posterior morbo, regocijo o comercialización.

Esa consideración es de cuño relativamente reciente: la última ejecución pública por guillotina en Francia (cuna de los Derechos del Hombre) ocurrió en 1939 (la maquinita siguió en uso ¡hasta 1977!). Pero el buen gusto se ha ido extendiendo y hoy se considera que las masas no tienen el estómago para digerir los desagradables detalles que implica el pasar a mejor vida de manera violenta y nada voluntaria.

Quizá los infantes despedacen a cientos de gladiadores en el Nintendo cada día; pero no deben presenciar cómo se fríe y chisporrotea -cual cuchara en microondas- un cristiano que resultó no servir en este mundo ni como conductor eléctrico. Tal es uno de los principales puntos de contención entre los medios de comunicación occidentales y los de otras partes del mundo. CNN y la BBC han transmitido las ejecuciones de rehenes occidentales en Irak y Pakistán? justo hasta antes del golpe mortal.

En cambio estaciones árabes como Al Jazeera dejan correr el video y el evento puede observarse en toda su grotesca, total plenitud.

La reciente ejecución de Saddam Hussein se ha prestado a la polémica por varias razones: el caos que privó en todo el proceso; las vociferantes protestas de uno de sus abogados, Ramsey Clark, ni más ni menos que un ex procurador general de EUA; lo precipitado de la ejecución, ocurrida sin decir ni agua va y varias semanas antes que venciera el plazo legal; la manera en que ésta se condujo, con gritos y sombrerazos de los asistentes y el desdén orgulloso de Saddam; el escenario y la mecánica de la ejecución, con cadalso, dogal y verdugos encapuchados, como si a Wes Craven le hubieran encargado la coreografía; y claro, el hecho de que el siniestro espectáculo haya sido filmado y transmitido a todo el mundo. Como siempre, los medios occidentales cortan el momento culminante. Pero en varios puntos del mundo musulmán la grabación incluye hasta el último momento? y más allá.

Lo cual ha motivado una agria polémica y muchas protestas. ¿Ése es el país al que invadió Estados Unidos para enseñarle la democracia, los derechos humanos y el respeto a la dignidad? ¿Es ésa la manera en que un país se reconcilia con su pasado y su presente, cocoreando a un tipo que va a ser ejecutado, transmitiendo cómo se convertía en fantasma?

El Gobierno iraquí, que hace parecer al de Fox como una pléyade de genios, se apresuró a organizar una cacería de brujas, encarcelando al guardia, según esto, culpable de haber filmado todo el asunto con su teléfono celular. La pregunta es cómo rayos un simple jenízaro pudo colar un aparato de ese tipo a lo que se suponía era una ceremonia supersecreta. Con otra: al parecer los verdugos no eran siquiera del Gobierno, sino milicianos colados, dispuestos a insultar y escupirle al odiado y mostachón tirano. Como se ve, México no es el único país en el que nada se puede hacer en serio.

Con la experiencia acumulada por los iraquíes durante las últimas décadas en eso de ejecutar prójimos, semejante chambonada resulta insultante. Digo, ya era para que supieran cómo hacerle. Una razón más para que esos penosos espectáculos no se hagan públicos. Si bien coreografiados, sabe Dios...

Consejo no pedido para que le den ojo por ojo y no gato por liebre: en homenaje al maestro Edmundo Valadés, lea ?La muerte tiene permiso?; y vea ?La vida de David Gale? (The life of David Gale, 2003), con Kevin Spacey, Kate Winslet y Laura Linney, poderoso filme sobre la pena capital y sus impactos? que anuda las tripas. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@

yahoo.com.mx

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