El día de mañana se cumplen veinticinco años del inicio de la que (suponemos) fue la última guerra entre un país europeo y uno americano. Efectivamente, el dos de abril de 1982 comandos argentinos desembarcaron en las Islas Malvinas (Falkland, las llaman los británicos) para apoderarse de ellas, terminar a la brava un litigio de siglo y medio de duración y desviar la atención del culto público platense del abismal comportamiento económico de un régimen militar que, para colmo, había hecho de la más brutal represión su marca de clase.
La Guerra de las Malvinas, como se conoció al conflicto de poco más de dos meses de duración (lapso que tardaron los ingleses en recuperar las islas) presenta varios aspectos bastante interesantes. Por ello creo que no es ocioso ocuparnos de este aniversario.
En primer lugar, obviamente, está la cuestión de a quién pertenece ese montón de rocas. Es evidente que las islas están en la plataforma continental de Sudamérica; como también es evidente que allí no ha nacido un argentino en casi dos siglos. Toda la infraestructura (no mucha que digamos) fue construida por los británicos, quienes desde principios del siglo XIX hicieron matanga con el territorio para convertirlo en estación ballenera. Asimismo, todos los pobladores son fieles súbditos de Chabela II; los argentinos no eran ni son siquiera una minoría: no había (ni hay) ni uno. Así que el litigio era, si se quiere ver así, uno de geografía contra historia.
Luego está la cuestión de quién querría pelearse por ese páramo. Las Malvinas son viles extensiones rocosas con apenas pasto, sin árboles ni mayores recursos naturales, en donde pingüinos y borregos superan ampliamente a la población humana. El clima es infernal, las comodidades pocas y el aislamiento del resto del mundo casi completo. En aquellos días se habló mucho del potencial petrolero de las Falkland. Los amigos de las conspiraciones, que nunca faltan, alegaron que la guerra en realidad era por disputarse esos supuestos yacimientos. Que yo sepa, en un cuarto de siglo no se ha sacado una gota de hidrocarburos de esa zona. Así que esta enésima teoría conspiratoria puede considerarse liquidada.
La cuestión es que la soberanía sobre las Malvinas era una de tantas muletillas patrioteras esgrimidas por los sucesivos gobiernos argentinos durante décadas. Cuando un presidente pampero quería que la raza hiciera la ola, sólo tenía que gritar desde el balcón de la Casa Rosada “¡Malvinas argentinas!” y la gente se ponía como histérica. Ya sabemos cómo responden las sabias masas a ese tipo de inteligentes argumentos.
Por supuesto, ningún Gobierno argentino pasó de ahí… hasta que la Junta Militar, producto del golpe de Estado de marzo de 1976 que depuso a Isabelita Perón, sintió que la lumbre le llegaba a los aparejos. Y tenía muuuuucha cola que le pisaran.
En seis años de dictadura, los militares habían intentado “reordenar” a la sociedad argentina a punta de guamazos, imponiendo una tiranía de pasmosa brutalidad. Se calcula que unos treinta mil ciudadanos fueron “desaparecidos” por la dictadura; esto es, el Gobierno aprehendía, encarcelaba, torturaba y asesinaba a la gente sin ningún tipo de proceso judicial, sin que las víctimas pudieran defenderse y sin rendir cuentas ni hacerse responsable de nada. Si tenemos en cuenta que la población de Argentina en esa época era inferior a los treinta millones, entonces uno de cada mil ciudadanos corrió esa infausta suerte. Por aquello de no te entumas, miles más huyeron de la pesadilla, refugiándose muchos aquí en México. Esa “guerra sucia” dejó marcada la historia argentina contemporánea.
El triunfo platense en la Copa del Mundo de 1978 le dio un respiro al régimen (De hecho, algunos “desaparecidos” sobrevivientes relatan que sus carceleros les permitían ver los partidos de la albiceleste… antes y después de torturarlos). Pero ya para principios de los años ochenta resultaba evidente que la economía era un desastre, que la represión era cada vez menos eficaz para sofocar el descontento y que el día de la expiación parecía aproximarse. El régimen militar decidió jugársela para recibir el apoyo popular masivo. ¿Y qué mejor forma de lograrlo que apoderándose de esas islas, de las que todo argentino había oído hablar durante la vida entera? Una auténtica patada de ahogado.
Lo más sorprendente es que la jugada les salió bien durante un tiempo. Recuerdo mi estupor cuando, en los noticieros nocturnos, veía a las masas de gente atropellándose en la Plaza de Mayo, enarbolando banderas y gritando vivas a los verdugos. No podía uno sino preguntarse qué rayos tenían en la cabeza quienes aplaudían así a sus tiranos… que además habían lanzado a la Argentina a una aventura que, cualquiera podía saberlo, iba a terminar en tragedia.
Y es que cualquiera que hubiera leído la primera página del prólogo de la versión condensada de la Breve Historia de Inglaterra, sabía que la Pérfida Albión no se iba a quedar con los brazos cruzados: iba a responder con toda su fuerza, de manera expedita y sin andarse con tiquis-miquis. Los británicos ni la iban a pensar, echando mano de todo su poder para poner a los argentinos de patitas en la calle. ¿Por qué? ¿Acaso porque las Malvinas valieran mucho? No, sencillamente porque era territorio británico y ése no se toca. Y menos de forma tan alevosa. Y mucho menos como botín de una camarilla de violadores de los derechos humanos que martirizaban a su propio pueblo. Y muchísimo menos cuando la Gran Bretaña era gobernada por Margaret Thatcher, mujer de pelo en pecho que nunca se anduvo con cuentos.
Los milicos argentinos, además, ni siquiera fueron buenos para dar la cara. La mayoría de las tropas argentinas enviadas a defender las Malvinas era de reclutas, no soldados profesionales. A la hora de la hora, los que habían sido muy buenos para torturar civiles desamparados resultaron unos perfectos coyones, sacándole el bulto a los comandos británicos y (comprensible) a los gurkhas, que en esa acción vieron el epílogo de su notable carrera defendiendo la Union Jack. La Armada argentina, en cuyas instalaciones se cometieron innumerables atrocidades durante la Guerra Sucia (la Escuela de Mecánica de la Armada es hoy museo dedicado a recordar esos horrores), no volvió a salir de puerto después de que un submarino inglés hundiera al crucero “Belgrano”, matando a cientos de marinos. Los únicos que se la partieron y cuyas acciones hay que destacar, fueron los pilotos de la Fuerza Aérea Argentina, algunos de los cuales despegaban a disparar sus misiles Exocet contra la Royal Navy sabiendo que no tenían suficiente combustible para regresar. Y quienes se liaron en feroces batallas aéreas con pilotos de mucha mayor experiencia y preparación. Pero fuera de ellos, ni quién dijera esta boca es mía. Sin aprovisionamiento, los reclutas fueron prácticamente dejados a su suerte, mal armados, mal equipados, mal dirigidos. Los británicos arribaron con una enorme Fuerza Naval, luego de un largo periplo por el Atlántico (como dando chance a que los militares argentinos se echaran para atrás… cosa que no ocurrió). Y llegando, pegaron con todo. El resultado final era conocido por todos. El 14 de junio se rindió la extenuada guarnición argentina de Puerto Stanley. Tres días más tarde renunció a la Presidencia Leopoldo Galtieri. Su sucesor no tardó en prometer la normalización de la vida política argentina: los días de los generales en el poder estaban contados. La Guerra de las Malvinas fue el típico tiro por la culata.
Que, como decíamos, será la última guerra europeo-americana que veremos en nuestra vida. Los Estados Unidos permitieron esa flagrante violación a la Doctrina Monroe para satisfacer a sus perros falderos británicos, que no por nada los han seguido a todos lados, incluido Irak (Segunda Edición). Pero las circunstancias en que se dio el conflicto, está en chino que se repitan. Al menos, eso decimos hoy… Ya sabemos cómo la Historia tiene la cochina costumbre de desmentirnos.
Consejo no pedido para ser rescatado por un escuadrón de pingüinos: Vea “Imaginando Argentina” (Imagining Argentina, 2003) con Antonio Banderas y Emma Thompson, alucinante filme sobre capacidades paranormales y la muy normal capacidad humana de comportarse como animal. Y vea el documental: “Las Malvinas: la retirada”, mañana a las nueve en el History Channel. Provecho.
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