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Los días, los hombres, las ideas| Problemas con Birján

Francisco José Amparán

Nunca he visitado, ni pienso visitar jamás la ciudad de Las Vegas. Contra ella tengo varios agravios, ninguno menor: en principio y para abrir boca, es un pueblo fundado (y manejado aún) por la Mafia con el propósito de desarrollar mejor sus negocios sucios. La Cosa Nostra me parece una organización pintoresca y con cierto sentido del honor; además de que ha dado miga para un buen género cinematográfico y no pocos clásicos (La trilogía de ?El Padrino?, ?Goodfellas??). Pero de eso a irle a engordar el caldo (y las cuentas bancarias) al crimen organizado, hay una buena distancia. En segundo lugar, por lo que he visto me parece un sitio vacuo, sin espíritu y todo él una exaltación del kitsch. Una ciudad que pone réplicas de la Esfinge y otros monumentos universales representa el sentido más chafa del gusto, el colmo de la bobería y la capital del filisteísmo y la patanería. En tercero, por su situación geográfica, es un perfecto ejemplo de lo que no debemos hacer con nuestro planeta: Las Vegas se chupa más agua que muchas otras ciudades de su tamaño y población? pero en medio del desierto. En cuarto, según tengo entendido ya no está ahí Elizabeth Shue, único argumento legítimo para no seguir el título de ?Leaving Las Vegas? (1995); ni tampoco Hunter S. Thompson, sobrio o pasado (?Fear and loathing in Las Vegas?, 1998). Y en quinto, y ya chole, esa ciudad se dedica en cuerpo y alma a esquilmar incautos, desplumar pobres almas con carencias (de autoestima, si no económicas), y arruinar familias enteras. Y ni siquiera son capaces de filmar con cierto tino a Ponce gastando puños de dólares de la Tesorería del DF en tiempos de AMLO.

Todo ello viene a cuento porque en estos momentos me enfrento a uno de esos dilemas que solemos apechugar los liberales, y que se convierten en auténticos rompecabezas. Y que, ya lo habrán adivinado, tiene que ver con los juegos de azar.

Como buen liberal, creo que cada individuo es responsable de lo que haga, los riesgos que corra y lo que se meta entre pecho y espalda. Mientras no lastime a otros, puede hacer de su vida lo que quiera, tomar sus propias decisiones y ejercer su individualidad como mejor le parezca. Por ello me opongo a todo tipo de regulación que intente ejercer el Estado sobre lo que puede o no hacer un adulto consciente. ¿Por qué van a decidir nuestros inteligentísimos gobernantes e ilustrada burocracia qué puedo ver o leer, qué ingerir, en qué entretenerme? Insisto, mientras no se lastime a nadie, y sean decisiones tomadas sin ningún tipo de coerción, eso es cosa de cada quién.

Por ello tengo sentimientos ambivalentes ante la proliferación de casas de apuestas y otros centros de juegos de azar, que han empezado a surgir como hongos tras la lluvia en mi ciudad; y, según parece, en muchas otras partes de un país que suele hacer del ?jugársela? auténtica idiosincrasia nacional.

Por un lado, si alguien quiere perder su dinero de manera idiota y miserable, con la remota esperanza de hacerse rico sin trabajar ni merecerlo; si hay quienes ven a Güicho Domínguez como su héroe y epítome, y consideran que la Benemérita Lotería Nacional es la mejor institución fundada en este país desde que Quetzalcóatl nos dio el maíz (aunque sin regular su precio, ojo). Si, en fin, un adulto consciente decide que sea el azar (y no el trabajo honrado y la voluntad humana) el que decida la solvencia y bienestar de su familia, mi corazón liberal me dice que allá ellos. Cada quién sus idioteces y vicios; cada quién decide libremente si arruinarse viviendo grandes emociones o llevar una vida sin sobresaltos y en paz. La libertad (y responsabilidad) individual por encima de todo.

Pero por otro lado mi cerebro con sentido social me dice que algo está podrido y no precisamente en Dinamarca. Porque las estadísticas, la experiencia y hasta el horóscopo se cansan de decirnos que una sociedad en la que se permite la instalación de lugares dedicados a los juegos de azar, es una sociedad que poco a poco se degenera por su perniciosa influencia. Los juegos de azar siempre son acompañados por el crimen organizado, con su cauda de dinero corruptor y violencia sistemática. Con Birján llegan la prostitución (de lujo, estándar y más- bien-charra), el tráfico de drogas y los prestamistas usureros. Con la ruleta y el brinquito arriban la miseria, las familias deshechas por la irresponsabilidad paterna (o materna), la ruina de sueños, ilusiones y esperanzas. ¿Y qué le dan esos tugurios (sean de lujo, estándar o más-bien-charros) a la sociedad? ¿Qué beneficios le otorgan a la comunidad en que se insertan? Sí, crean empleos? en áreas tecnológicamente tan avanzadas y nichos de la economía de la información tan importantes como meseros, bongoseros, cadeneros y coristas. Sí, traen espectáculos? que los circunstantes suelen no entender, ya no digamos disfrutar, porque se presentan mucho tiempo y copas después de medianoche. Sí, atraen inversiones? de señores que portan pesadas cadenas de oro, lentes oscuros y con acento sinaloense. ¡Gracias, qué amables!

Habría que recordar que buena parte de la popularidad inicial de Fidel Castro se debió a que un porcentaje sustancial de la sociedad cubana estaba harto de que la isla bella hubiera sido convertida en un prostíbulo-casino-pista-de-baile de los americanos ociosos, gracias a las estrechas relaciones entre la Mafia y el tirano Batista. ¡Cómo estaría una nación de insatisfecha con los males asociados con los juegos de azar, que hasta Fidel les pareció mejor opción!

Volviendo a la discusión original, en este caso creo que por encima de la libertad individual se encuentra la protección de una comunidad ya de por sí muy lastimada por agravios de todo tipo, empezando por la inmensa desigualdad e injusticia social. Y que, además, se halla cada vez más proclive a escuchar los cantos de las sirenas mercadotécnicas, especialmente en lo que toca a su inculta, bárbara, ignorante, esnobista burguesía. Que cree que es de mucho caché ya no digamos ir a ese páramo cultural, ese agujero negro del mínimo concepto civilizatorio que es Las Vegas; sino que perder dinero incluso en el Bolsón de Mapimí sirve como pase de abordar para sentirse muy-muy en pleno siglo XXI. ¡Válgame!

Alguien me dirá (como una amiga que afirmaba no perder nunca más de $200 pesos por ida al casino? aunque va un día sí y el otro también) que no tiene nada de malo que una madre de familia se gaste sus centavitos divirtiéndose en las máquinas tragamonedas. O que es un aliviane si alguien se siente en el Casino Royale sin apostar las escrituras de la casa (aunque sin Eva Green, ¡bah!).

Pero aquí yo veo un riesgo terrible: que esos adultos tienen hijos. Y a esos hijos les va a parecer normal andar en esos trotes; les parecerá ético intentar hacerse rico sin que intervenga ni el esfuerzo ni el talento ni la voluntad (¡Como si la mediocridad no se exaltara ya lo suficiente en este país lleno de mediocres notables!); les parecerá moral que las plagas sociales que caerán sobre tanta gente son excusables por el derecho a divertirse de esa manera. El problema son los hijos? que no son adultos conscientes.

Por no decir nada de que la pasión por el juego ya está catalogada como una enfermedad; que, como el alcoholismo, es incurable y progresiva. Y puede empezar como el alcoholismo: primero una cerveza, luego una copita, luego dos?

Insisto: no soy moralino ni pacato. Apunto a lo que veo es un riesgo que nuestra sociedad, inconsciente e inexperta en éste su Centenario, creo que no sabe aquilatar. Y en la que hay gente que, para colmo, defiende ese cáncer hablando de cosmopolitismo y modernidad. Si Las Vegas es cosmopolita y moderna, prefiero ser provinciano (pero culto) y anticuado (pero íntegro). Y ya sabemos qué esperar del intelecto de las pobres almas que piensan eso de Las Vegas.

Consejo no pedido para atinarle al ocho negro: Vea las dos películas anteriormente citadas; y por qué, en la segunda, se asegura que Las Vegas es ?como serían los fines de semana si los nazis hubieran ganado?. Provecho.

PD 1: Se supone que Birján es el dios de los juegos de azar. Pero por más que buscamos, no hallamos de qué mitología o cultura. ¿Alguien nos puede ayudar con esto? Gracias.

PD 2: Señor Moreira: ¿y los cien millones para el Centenario? Ya es febrero?

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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