¿De qué estamos hechos? Me pregunto cada vez que leo una nota donde se narran abusos en contra de migrantes. ¿Nos hemos insensibilizado ante el dolor de seres humanos permitiendo que las personas que deambulan por nuestro territorio provenientes de Centro y Sudamérica sean vejados, extorsionados, ultrajados y humillados, sin que nadie haga nada por evitarlo ni por castigar a los responsables? El relato produce escalofrío. Es una denuncia que abre la interrogante de si somos unos farsantes capaces de decir una cosa y obrar de otra. Nuestro Gobierno, cuando asiste a foros internacionales, resalta el respeto que los países del mundo debemos dar a las garantías fundamentales de los migrantes. Hoy en día parece ser que hay en nuestras conciencias un portón, cerrado a piedra y lodo, mediante el cual les negamos cualquier ayuda a quien sale de su patria a navegar por otras tierras en busca de mejores condiciones de vida a la que, dicho sea de paso, todo ser humano tiene derecho a aspirar.
Si abandonan su país oleadas de migrantes, no es por gusto, no lo hacen para turistear en viajes de placer por los desiertos, es por que no hay empleos y no encuentran la manera de sobrevivir sin ingresos. Es la desesperación la que los empuja. La miseria es el motor en la búsqueda de un destino sin rumbo, vamos a donde sea, no importa el trato, hay que comer. El hambre es canija, pero el que la aguanta es más. Todos hemos oído hablar de la tierra prometida. Buen trabajo, bien retribuido, casa, automóvil a la puerta, diversiones, abundante comida, buena ropa, urbes con grandes edificios, en fin, una vida de lujo en la que todos soñamos, ¿quién no? Parecen decirse, “nunca imaginamos que para llegar, si es que se llega, nos vemos en la necesidad de atravesar un país cuya gente tiene los mismos problemas económicos e iguales penurias. Que hablan nuestro idioma, pero piensan y actúan como gabachos”.
La diferencia es manifiesta. Se trata de mexicanos encargados de detener a los ilegales que cruzan nuestro territorio. “En Unión Hidalgo, Oaxaca, los policías nos desnudaron y nos amenazaron con llevarnos a la Migra si no les dábamos dinero”, ésa parece ser la consigna: no tenemos cómo contener el ingreso en la frontera sur, dejemos que las fuerzas del orden los persuadan a base de exacciones, para que aprendan. Hay una consigna no escrita para cometer cuanta tropelía se les antoje a nuestros connacionales para hacer que los indocumentados desistan, aunque sea a base de salvajadas. Los aspirantes a migrantes esperan el tren al pie de las vías. Serán polizones viajando en carros de ferrocarril donde son presa fácil de garroteros que les exigen dinero por no bajarlos y si no cooperan los arrojan violentamente a guantadas, dejándolos a su suerte en medio de la nada. Vienen –en su mayoría- enfermos. Lo único que los mantiene en pie es su juventud.
Es un trayecto lleno de dificultades y sin embargo, siguen llegando. Igual les pasa a los nuestros que son pillados en su intento de introducirse sin papeles a la Unión Americana. Hay grupos que los esperan al otro lado de nuestra frontera norte para cazarlos como animales, los tristemente celebérrimos “polleros” que los abandonan después de hacerlos pagar por guiarlos en el desierto, las inclemencias del tiempo, el agua que no alcanza, la falta de alimentos, los asaltos y las corrientes traicioneras del río Bravo, todo se conjuga para detenerlos. No se han enterado de que hoy el mundo es diferente al que ha sido luego de que Adán y Eva abandonaran el Paraíso. Los pueblos se mueven acuciados por el ansia de encontrar una nueva vida de oportunidades.