El mayor de los hermanos del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, fue acusado de presunto tráfico de influencias. (Archivo)
Escándalos de familiares y colaboradores le quitan el sueño al presidente de Brasil.
Harto de ver caer en la desgracia del descrédito a varios de sus ministros y hombres de confianza, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva la emprendió sorpresivamente contra los medios de comunicación de su país, por publicar noticias “negativas” y de “muerte”.
Pero no eran ésas las razones de su mal humor cuando presentó un proyecto de inversión turística en Río de Janeiro, sino la divulgación de una especie de “Big Brother” político, que desde hace unos días le quita el sueño al jefe de Estado.
Su preocupación está centrada en la suerte de uno de sus dos hermanos que, como decenas de otros colaboradores, han aparecido como sospechosos de corrupción o como parte de las investigaciones.
El mayor de sus siete hermanos, Genival Da Silva, más conocido como Vavá fue imputado de presunto tráfico de influencias, en el marco de la “Operación Jaque Mate”, con la que la Policía Federal propinó un duro golpe a una organización de juego ilegal y “lavado” de dinero al detener a 77 personas. Vavá, un jubilado metalúrgico de 66 años, vendía, de acuerdo con escuchas telefónicas, favores y tráfico de influencias por mil o dos mil dólares. La primera reacción de Lula fue defender al mayor de sus hermanos, diciendo que “es demasiado ingenuo para tratar de hacer ‘lobby’”.
Pero el miércoles, en su primera declaración ante la Justicia, Vavá admitió que le había preguntado a Lula sobre la posibilidad de vender máquinas viales en la empresa minera Vale do Rio Doce, pero “él (por Lula) no quiso saber nada porque no admite esas cosas”, según la declaración judicial publicada por el matutino Folha de Sao Paulo.
Pero Vavá no fue el único familiar de Lula señalado en la investigación. Otro de sus hermanos, Ferreira Da Silva, más conocido como Frei Chico, el que incentivó al presidente a ingresar a la militancia sindical en el ABC Paulista, también apareció involucrado en las escuchas telefónicas, “pero sólo para advertirle a Vavá que debía parar con su venta de influencias”, según admitieron los investigadores a la prensa.
Entre los detenidos, aunque luego liberado, figuró Dario Morelli Filho, empresario y militante del oficialista Partido de los Trabajadores, compadre del presidente (Lula es padrino de uno de sus hijos), quien habría tenido un “rol mucho más grave” en la trama, por su contacto con el empresario Milton Servo, dueño de máquinas tragamonedas en diversos estados del país.
A este escándalo se suman otros, como los sobresueldos a diputados y senadores oficialistas y de la Oposición para aprobar leyes claves, que terminaron con la carrera del ex ministro de la Presidencia José Dirceu y luego con la del de Hacienda, Antonio Pallocci; la confección de los dossier (expedientes) para desprestigiar a opositores o el del presidente del Senado, Renan Calheiros, del partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aliado de Lula, acusado de hacerse financiar sus gastos personales por una empresa constructora “a cambio de favores políticos”.
Ante la serie de denuncias, lo que llama la atención de los analistas es la forma en que Lula ha sorteado la artillería. “Se lo puede comparar con Napoleón cuando dijo aquello de que ‘aún no se fundió la bala que vaya a matarme’. El presidente permanece incólume, inabordable por los escándalos. Es como si se hubiese construido un blindaje, no político sino policial. Las personas que están a su alrededor caen pero él allí sigue”, explica el analista Carlos Heitor Cony.
